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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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«Los enfermos son el peligro más grande para los sanos. Los más débiles, no los más fuertes,<br />

son la perdición del fuerte. No habríamos de desear que disminuyese el miedo de nuestros hermanos,<br />

porque el temor eleva a aquellos que son fuertes para llegar a ser, ellos mismos, terribles, y preserva el<br />

tipo de humanidad del éxito y la competencia. Lo que hemos de temer más que ninguna otra suerte<br />

funesta no es el temor, sino más bien la aversión y la piedad grande -aversión y piedad hacia los otros<br />

humanos... los morbosos son nuestro peligro más grande, y no los hombres "malos" ni los seres<br />

predadores. Aquellos que han nacido equivocados, los mal encaminados, los desesperados; ellos, los<br />

más débiles, que van minando la vitalidad de la raza, envenenando nuestra confianza en la vida y<br />

cuestionando la humanidad entera. Cada mirada suya es una queja. ¡Si fuera otro! Estoy enfermo y<br />

cansado de lo que soy. En este terreno pantanoso de autocompasión florecen todas las hierbas<br />

venenosas, y todas tan pequeñas, tan secretas, tan deshonestas y tan dulcemente podridas. Aquí<br />

abundan los gusanos de la sensibilidad y el resentimiento, aquí el aire huele abominablemente por el<br />

sigilo, por lo que no ha de saberse; aquí se teje la red inacabable de las conspiraciones, la conspiración<br />

de aquellos que sufren contra aquellos que tienen éxito y son victoriosos, aquí se odia el aspecto de los<br />

victoriosos como si la salud, la fuerza, el orgullo y el sentido de poder fuesen cosas viciosas en sí<br />

mismas, por las que hubiera que padecer una expiación amarga. ¡Oh, cómo le gustaría a esta gente<br />

infligir por sí mismos la expiación, qué sed tienen de ser los verdugos!, y al propio tiempo su<br />

duplicidad nunca confiesa su odio a ser odiados.» 24<br />

La antipatía del pobre Nietzsche es ciertamente enfermiza, pero todos sabemos lo que quiere<br />

decir y expresa bien el choque entre los dos ideales. Los «hombres fuertes» de mentalidad devoradora,<br />

los adultos machos y caníbales, sólo alcanzan a ver la podredumbre, la morbosidad en la bondad y el<br />

ascetismo del santo, y lo miran con no disimulada aversión. Toda la enemistad gira esencial-mente<br />

sobre dos ejes: ¿Cuál será nuestra esfera de adaptación más importante, el mundo que percibimos o el<br />

no visible?, y nuestro medio de adaptación en este mundo que percibimos ¿ha de ser la agresividad o la<br />

pasividad?<br />

El debate es serio. En algún sentido y hasta cierto punto ambos mundos deben ser conocidos y<br />

tenidos en cuenta, y en el mundo que percibimos tanto la pasividad como la agresividad son necesarias.<br />

Es una cuestión de énfasis, de más o menos. El tipo ideal ¿es el santo o el hombre fuerte?<br />

A menudo se ha pensado, y me parece que incluso hoy bastantes personas lo hacen, que sólo<br />

puede darse un tipo intrínsecamente ideal de carácter humano. Se piensa que un tipo determinado de<br />

hombre ha de ser el hombre resueltamente mejor, al margen de la utilidad de su función y aparte<br />

también de consideraciones económicas. El santo y el caballero o señor siempre han sido rivales,<br />

reivindicando esa idealidad absoluta, y ambos modelos estaban de alguna manera mezclados en el ideal<br />

de las órdenes religiosas militares. Según la filosofía empírica, de cualquier forma, todos los ideales<br />

son una cuestión de proporción. Seria absurdo, por ejemplo pedir una definición del «caballo ideal»<br />

cuando sabemos que tirar de carros pesados, hacer carreras, llevar niños y transportar paquetes son<br />

diferenciaciones indispensables de la función equina. Podéis tomar lo que llamamos un animal completo<br />

como una exigencia, pero será inferior en algún aspecto particular a cualquier otro caballo de un<br />

tipo más especializado. No hemos de olvidar esto cuando al hablar de la santidad nos preguntamos si<br />

constituye un tipo ideal de «naturaleza humana»; conviene analizarlo mejor según sus relaciones<br />

económicas.<br />

Me parece que el método que Spencer utiliza en Data of Ethics nos ayudará a perfilar nuestra<br />

opinión. La idealidad en la conducta es una cuestión de adaptación. Una sociedad en la que todos fuesen<br />

invariablemente agresivos se destruiría a sí misma por fricción interna, y en una sociedad en la que<br />

algunos son agresivos, si ha de existir algún tipo de orden, otros han de ser pasivos. Ésta es la<br />

constitución actual de la sociedad y hemos de agradecer a la mezcla muchas de nuestras ventajas. Pero<br />

24 Zur Genealogie der Moral, Drilte Abhandlung, parág. 14. He resumido el texto, y, en un caso, he cambiado de lugar una<br />

frase.<br />

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