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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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«Ayunaba mucho -dice Fox-, iba a pasear a lugares solitarios y a menudo cogía la Biblia y me<br />

sentaba en huecos de árboles y en lugares aislados hasta que la noche llegaba. Frecuentemente, de<br />

noche, caminaba tristemente solo, porque era un hombre afligido en la época de las primeras obras del<br />

Señor en mí.<br />

»Durante este tiempo nunca me uní en profesión religiosa con nadie sino que me abandoné al<br />

Señor, después de haber abandonado toda compañía perniciosa, de haber dejado padre y madre y todas<br />

las otras relaciones; y viajé arriba y abajo como un extraño sobre la tierra por los caminos por los que el<br />

Señor inclinaba mi corazón Tomaba habitación en las ciudades donde llegaba y permanecía más o<br />

menos tiempo en un lugar, ya que no me atrevía a quedarme mucho tiempo; temía al creyente y al<br />

profano, y tenía miedo, joven como era, de hablar demasiado con cualquiera y que me dañase. Por esta<br />

razón permanecí como un extraño, buscando la sabiduría celestial y adquiriendo conocimientos del<br />

Señor. Como había renegado de los sacerdotes, también lo hice de los predicadores aislados y de la<br />

llamada gente más experimentada, ya que vi que entre ellos no había ni uno que pudiese hablar de mi<br />

condición. Y cuando todas mis esperanzas en ellos y en todos los demás hombres habían desaparecido<br />

y ya no tenía nadie en quien confiar fuera de mí, ni sabía qué hacer, entonces, oh, entonces!, oí una voz<br />

que decía: "Hay uno, Jesucristo, que puede hablarte." Cuando lo oí mi corazón saltó de alegría. Entonces<br />

el Señor me dejó ver por qué no había nadie en la tierra que pudiese hablarme. No era compañero<br />

de nadie, ni de sacerdotes ni de creyentes ni de ningún tipo de persona. Tenía miedo de toda<br />

conversación y de cualquier conversador carnal, ya que sólo podía ver corrupción. Cuando estaba en lo<br />

profundo, aprisionado debajo del abismo, no podía creer que alguna vez lo superaría; mis problemas,<br />

mis penas y mis tentaciones eran tan grandes que frecuentemente pensaba que debería de haber<br />

desesperado, de tan fuertemente tentado como estaba. Pero cuando Cristo me mostró cómo Él había<br />

sido tentado por el mismo diablo y lo había superado, y le había machacado la cabeza, y que por Él y<br />

su poder, vida, gracia y espíritu yo también lo podía superar, confié en Él. Si hubiese tenido el palacio,<br />

la riqueza y el servicio de un rey, todo me habría dado igual, ya que nada me confortaba sino el Señor y<br />

su poder. Y vi que los creyentes, los sacerdotes y la gente estaban satisfechos en la condición que era<br />

mi desgracia y que amaban aquello que yo había dejado. Pero el Señor mantuvo mis deseos hacia Él y<br />

mi cuidado estaba orientado por Él solo.» 1<br />

Una genuina experiencia religiosa de primera mano como ésta parece destinada a constituir una<br />

heterodoxia para sus testigos, y el profeta a aparecer como un simple y solitario loco. Si su doctrina es<br />

bastante contagiosa para difundirse a otros, se convierte en una herejía definida y clasificada. Pero si<br />

todavía entonces resulta ser bastante contagiosa para triunfar sobre la persecución, se hace ortodoxia, y<br />

cuando una religión se convierte en ortodoxia se ha terminado su espiritualidad; la fuente se seca, los<br />

fieles viven exclusivamente de segunda mano y lapidan a los profetas. La nueva Iglesia, a pesar de las<br />

bondades humanas que pueda fomentar, debe contarse, de ahora en adelante, como un aliado<br />

incondicional de cualquier intento de reprimir el espíritu religioso espontáneo y de detener la tardía<br />

efervescencia de la fuente de la que en días más puros extraía su reserva de inspiración. A no ser, claro<br />

está, que adoptando nuevos impulsos del espíritu pueda hacer de ellos su capital y usarlos para sus<br />

designios corporativos egoístas. De la acción de esta suerte de política, más pronto o más tarde<br />

adoptada, los tratos de la Iglesia romana con muchos santos y profetas nos proporcionan bastantes<br />

ejemplos para nuestra instrucción.<br />

El hecho sencillo es que las mentes de los hombres, tal como frecuentemente se ha dicho, están<br />

construidas en compartimentos herméticos. Vidas religiosas, hasta cierto punto, poseen muchas otras<br />

cosas además de su religión e inevitablemente contienen embustes y asociaciones impías. De las<br />

bajezas que comúnmente se atribuyen a la religión, casi ninguna de ellas, por lo tanto, es atribuible en<br />

absoluto a la propia religión, sino más bien al perverso compañero práctico de la religión, el espíritu de<br />

1 George Fox, Journal, Filadelfia, 1880, pp. 59-61, versión resumida.<br />

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