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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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transmitirlos a otras personas. Con todo, simpatizo con la pulsión urgente de intervenir, y ante un<br />

conflicto de pulsiones como éstos, tan vagos y al propio tiempo tan nobles, no sé cómo decidirme y me<br />

parece que se trata de una ocasión donde eminentemente deben testimoniar los hechos y a los hechos,<br />

pienso, les falta demostrar «el retorno de los espíritus», a pesar de que tengo el mayor respeto por los<br />

señores Myers, Hodgson y Hyslop, y me encuentro bastante impresionado por sus conclusiones<br />

favorables. Así, pues, dejo con estas breves palabras la cuestión abierta para eximir al lector de la<br />

posible perplejidad de por qué el problema de la inmortalidad no ha sido mencionado a lo largo del<br />

libro.<br />

El poder ideal con el que nos sentimos vinculados, el Dios de los hombres corrientes, se halla,<br />

tanto para estos hombres corrientes como para los filósofos, dotado de algunos atributos metafísicos<br />

que yo traté en la conferencia sobre filosofía con tan poco respeto. Se asume como «uno y único» e<br />

«infinito», siendo la noción de muchos dioses finitos algo que casi nadie encuentra útil considerar y<br />

todavía menos sostener. Siquiera sea en interés de la claridad intelectual, me veo empujado a afirmar<br />

que la experiencia religiosa, tal como la hemos estudiado, no puede ser aducida como el sostén<br />

inequívoco de la creencia infinitista. Lo único que testimonia inequívocamente es que podemos<br />

experimentar la unión con algo superior a nosotros y que en esta unión encontramos la paz más grande.<br />

La filosofía con su pasión por la unidad, y el misticismo con su tendencia monoideista se «traspasan el<br />

límites e identifican ese ego otro con un Dios único, alma que todo-lo-incluye del mundo, y la opinión<br />

popular, respetando su autoridad, sigue el ejemplo que ellos establecen.<br />

Mientras tanto, las necesidades y experiencias prácticas de la religión me parecen satisfechas<br />

por la creencia de que más allá de todo hombre, y de alguna manera, en continuidad con él, existe un<br />

poder superior, amigo de él y de sus ideales; todo lo que exigen los hechos es que ese poder sea otro y<br />

superior que nuestros yo conscientes. Cualquier cosa superior será suficiente tan sólo con que nos baste<br />

para estimular el paso siguiente. No ha de ser infinito, no ha de ser solitario; puede tratarse<br />

simplemente de un yo superior y más divino asimismo, del que el yo real sería una expresión mutilada,<br />

siendo el universal una colección de estos yo con diferentes grados de penetración e identificados sin<br />

ningún tipo de unidad absoluta. 3 Esto representaría cierto tipo de politeísmo en lontananza -un<br />

politeísmo que en esta ocasión no defiendo porque mi única aspiración actual es proporcionar un testimonio<br />

de la experiencia religiosa en sus propios límites.<br />

Los defensores de la visión monista dirían de este politeísmo (que, por cierto, siempre ha sido la<br />

religión de la gente común y todavía lo sigue siendo) que, a menos que hubiese un Dios que lo<br />

incluyera todo, nuestra garantía de seguridad resultaría imperfecta. En lo Absoluto, y sólo en lo<br />

Absoluto, todo se salva; si existieran dioses diferentes, cada uno preocupado por su cuenta, alguna<br />

parcela de alguno de nosotros quedaría al descubierto de la protección divina, siendo nuestro consuelo<br />

religioso incompleto. Y esto hace referencia a lo que os sugerí en las conferencias iniciales sobre la<br />

posibilidad de que existan parcelas del universo perdidas irreparablemente. El sentido común es menos<br />

radical en sus demandas de lo que la filosofía o el misticismo suelen serlo, y puede admitir la noción de<br />

que este mundo resulte salvado parcialmente y parcialmente perdido. La moral ordinaria condiciona la<br />

salvación del mundo al éxito con que cada parte realice su cometido. La salvación parcial y<br />

condicionada constituye, de hecho, una noción más familiar cuando se toma en abstracto, y la única<br />

dificultad consiste en determinar los detalles. Algunos hombres, a pesar de todo, están tan faltos de<br />

interés que desean alinearse en la parte perdida mientras sus personas resistan, si se les puede persuadir<br />

de que su causa prevalecerá -siempre que la participación sea lo bastante elevada. De hecho, pienso que<br />

una filosofía última de la religión habría de considerar la hipótesis pluralista más seriamente que hasta<br />

ahora. En cualquier caso, para la vida práctica la posibilidad de salvación es suficiente y ningún hecho<br />

de la naturaleza humana es más característico que este deseo de vivir sobre una posibilidad. La<br />

existencia de esta posibilidad establece la diferencia, afirma Edmund Gurney, entre una vida en la cual<br />

la pieza clave la constituye la resignación y otra en la que predomina la esperanza. 4 Pero todas estas<br />

3 Esta noción se sugiere en mi conferencia Ingersoll sobre «Human Immortality», Boston y Londres, 1899.<br />

4 Tertium Quid, 1887, p. 99. Asimismo, véanse las conferencias iniciales.<br />

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