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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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dominio colectivo. Y los fanatismos, a su vez, pueden atribuirse en buen número al perverso<br />

compañero intelectual de la religión, el espíritu de dominio dogmático, la pasión de promulgar la ley en<br />

forma de sistema teórico absolutamente cerrado. El espíritu clerical es la suma de estos dos espíritus de<br />

dominio, y os suplico que nunca confundáis el fenómeno de simple psicología colectiva o tribal que<br />

ofrece con aquellas manifestaciones de la vida puramente interior que son el objeto exclusivo de<br />

nuestro estudio. Las persecuciones de judíos, la caza de albigenses y valdenses, el apedreamiento de<br />

cuáqueros, los chapuzones de metodistas, el asesinato de mormones y la matanza de armenios expresan<br />

mucho mejor la neofobia aborigen humana, aquella agresividad de la que todos compartimos los<br />

vestigios y aquel odio innato hacia el extraño y hacia los hombres excéntricos o no conformistas, que<br />

no la piedad positiva de los diversos responsables. La piedad es la máscara, la fuerza interior es el<br />

instinto tribal. Vosotros creéis tan poco como yo, a pesar de la unción cristiana con que el emperador<br />

alemán dirigió sus tropas hacia China, que la conducta que sugería y en la que otros ejércitos cristianos<br />

fueron más lejos que ellos, tuviera nada que ver con la vida interior religiosa de aquellos que<br />

participaban en la expedición.<br />

No habríamos de hacer a la piedad más responsable de las atrocidades pasadas que de éstas.<br />

Como mucho podemos culpar a la piedad de no servir para controlar nuestras pasiones naturales y, a<br />

veces, de proporcionarles hipócritas excusas. Pero la hipocresía también impone obligaciones y a la<br />

excusa normalmente se unen restricciones. Cuando la racha de pasión ha pasado, la piedad puede<br />

comportar una reacción de arrepentimiento que el hombre natural no religioso nunca habría mostrado.<br />

No puede acusarse a la religión como tal de muchas de las aberraciones históricas que se le han<br />

atribuido, pero una de las tendencias de la que no podemos exculparía es del celo excesivo o fanatismo.<br />

A continuación insistiré sobre este punto, pero antes debo hacer una observación preliminar que se<br />

relaciona directamente con lo que seguirá.<br />

Nuestro estudio del fenómeno de la santidad ha producido, de manera incuestionable en<br />

vuestras mentes, una impresión de extravagancia. Algunos de vosotros os habéis preguntado, mientras<br />

se sucedían los ejemplos, si es necesario ser tan fantásticamente virtuoso. Quienes no tenemos vocación<br />

para el rango más extremo de santidad, con seguridad el último día nos salvaremos si nuestra humildad,<br />

ascetismo y devoción resultan de un tipo menos turbulento. Esto es prácticamente como decir que<br />

mucho de lo que en este terreno es legítimo de admirar no ha de ser necesariamente imitado, y que los<br />

fenómenos religiosos, como todos los otros fenómenos humanos, están sujetos a la ley del término medio<br />

ideal. Los reformadores políticos cumplen sus funciones en la historia siendo ciegos durante un<br />

tiempo a otras causas. Muchas escuelas de arte extraen los resultados, cuya misión fundamental es<br />

revelar, a costa de cierta unilateralidad por la que otras escuelas han de hacer rectificaciones.<br />

Aceptamos un Howard, un Mazzini, un Botticelli, un Michelangelo con cierta satisfacción. Estamos<br />

contentos de que existieran para mostrarnos ese camino, pero también estamos contentos de que hayan<br />

otras maneras de mirar y tomar la vida. Y pasa lo mismo con muchos de los santos que hemos<br />

estudiado. Estamos orgullosos de una naturaleza humana que puede llegar a ser tan apasionada, pero<br />

evitamos aconsejar a otros que sigan el ejemplo. La conducta que nos reprochamos no seguir está<br />

cercana a la línea media del esfuerzo humano. Es menos dependiente de las creencias y doctrinas<br />

particulares. Es como las modas que todos los jueces, bajo diferentes cielos, pueden recomendar.<br />

Los frutos de la religión son, en otras palabras, como todos los productos humanos, propensos a<br />

la corrupción por exceso. El sentido común los ha de juzgar. No se ha de acusar al devoto, peno el<br />

sentido común lo puede elogiar sólo condicionalmente, como quien actúa con lealtad según su<br />

inteligencia. Nos muestra una forma de heroísmo, pero la forma incondicionalmente perfecta es aquella<br />

por la cual no hay que pedir indulgencia.<br />

Encontramos que el error por exceso lo ejemplifican todas las virtudes de las vidas de los<br />

santos. El exceso, en las facultades humanas, significa normalmente unilateralidad o falta de equilibrio,<br />

ya que es difícil imaginar una facultad esencial demasiado fuerte si sólo hay otras facultades<br />

igualmente fuertes para cooperar en la acción. Las emociones fuertes necesitan una voluntad poderosa.<br />

Las actividades poderosas precisan un intelecto fuerte, y éste necesita complicidades asimismo fuertes<br />

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