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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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no tenía preocupación alguna ni cercana ni remota, pues contábamos con un buen guía y no cabía<br />

ninguna duda sobre qué camino debíamos seguir. Describiré mejor el estado en el cual me encontraba<br />

si lo llamo estado de equilibrio. De repente sentí que me elevaba, y también la presencia de Dios (lo<br />

explico tal como lo percibí), como si su bondad y su poder penetrasen en mí completamente; el<br />

estremecimiento era tan violento que casi no pude decir a los compañeros que continuasen, que no me<br />

esperaran. Después, sin poder permanecer en pie ni un momento más, me senté en una piedra y mis<br />

ojos comenzaron a derramar lágrimas. Agradecía a Dios que me hubiese permitido conocerlo en vida,<br />

que me mantuviese vivo y que se apiadase de una criatura tan insignificante y pecadora como yo. Le<br />

suplique ardientemente que consagrara mi vida al cumplimiento de su voluntad y escuché su respuesta:<br />

que debía respetarla cada día, con humildad y pobreza, dejando que Él, Dios todopoderoso, juzgara si<br />

alguna vez debía ser llamado para dar testimonio suyo de manera más efectiva. Después, poco a poco,<br />

el éxtasis abandonó mi corazón, es decir, sentí que Dios había retirado la comunión que me otorgó y<br />

pude seguir caminando, muy poco a poco, tan fuertemente poseído como estaba por la emoción<br />

interior. Además, había llorado sin parar durante unos cuantos minutos, mis ojos estaban hinchados y<br />

no quería que los compañeros me viesen. El estado de éxtasis podía haber durado 4 o 5 minutos, pese a<br />

que en aquel momento me pareció mucho más largo. Mis camaradas me esperaron durante 10 minutos<br />

en el cruce de Barine, pero tardé 25 o 30 minutos en unirme a ellos, pues, si recuerdo correctamente,<br />

me dijeron que me había retrasado una media hora. La impresión había sido tan profunda que subiendo<br />

lentamente la vertiente me pregunté si era posible que Moisés, en el Sinaí, hubiese alcanzado una<br />

comunicación más intima con Dios. Me parece correcto añadir que en el éxtasis Dios no tenía forma, ni<br />

olor, ni color, y además, que el sentimiento de su presencia no iba acompañado de una localización<br />

determinada. Más bien era como si mi personalidad se hubiese transformado por la presencia del<br />

espíritu espiritual. Cuanto más escrupulosamente busco las palabras que expresen esta íntima relación<br />

más claro veo la imposibilidad de describirlo con ninguna de las imágenes usuales. Al final, la<br />

expresión que me parece más apta para exponer lo que sentí es ésta: Dios estaba presente pero era<br />

invisible, no cayó bajo el dominio de ninguno de mis sentidos, aunque mi conciencia lo percibió<br />

nítidamente”.<br />

El adjetivo místico se aplica técnicamente , por lo general, a estados de corta duración.<br />

Naturalmente, esos momentos de rapto, como los de las dos últimas descripciones, constituyen<br />

experiencias místicas de las que diré muchas cosas en otra conferencia. Mientras tanto, aquí tenemos la<br />

historia resumida de otra experiencia mística o semimística, en una mente evidentemente dispuesta por<br />

naturaleza para la piedad más ardiente. La he extraído de la colección de Starbuck y la señora que la<br />

relata es hija de un hombre bien conocido en su tiempo como escritor contra la cristiandad; la rapidez<br />

de su conversión muestra bastante bien cómo debe haber un sentido innato de la presencia de Dios en<br />

algunas mentes. Explica que fue educada en la ignorancia completa de la doctrina cristiana, pero que<br />

cuando estaba en Alemania, y después de relacionarse con algunos amigos cristianos, leyó la Biblia y<br />

rezó, y finalmente el designio de la salvación la deslumbró con un torrente de luz.<br />

“Incluso hoy - escribe - no puedo entender que se juegue con la religión y los designios de Dios.<br />

En el mismo momento en que sentí la llamada del Padre, mi corazón saltó al reconocerlo, corrí,<br />

abriendo los brazos y grité: “¡Aquí, estoy aquí, Padre mío!” “¡Oh, criatura feliz, ¿qué debo hacer?!”<br />

“Ámame”, respondió mi Dios. “Lo hago, Pare, lo hago”, grité apasionadamente. “Ven a Mí”, grito el<br />

Padre. “Voy”, palpitó mi corazón. ¿Le dirigí alguna pregunta? ¡No!, nunca se me ocurrió preguntar si<br />

era bastante buena, o dudar de mi capacidad, o averiguar lo que pensaba de su Iglesia, o... esperar hasta<br />

que estuviese convencida. Convencida ya lo estaba. ¡No había encontrado a mi Dios y mi Padre? ¿No<br />

me amaba? ¿No me había llamado? ¿No había una Iglesia donde yo pudiese entrar?... Desde aquel<br />

momento he tenido respuestas directas a mi plegaria, tan significativas que era casi como hablar con<br />

Dios y escuchar su respuesta. La idea de la realidad de Dios no me ha dejado nunca ni un solo<br />

momento”.<br />

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