LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
maestro? ¡No te lo dejaré tocar!" Esta acusación y negativa tuvieron tal efecto en el santo discípulo que<br />
nunca más tocó el cuchillo [...].<br />
»Por tanto, en nuestras habitaciones continúa el padre Rodríguez- sólo habrá un lecho, una<br />
mesa, un banco, una vela, cosas puramente necesarias y nada más. No está permitido entre nosotros que<br />
las celdas estén adornadas con pinturas o alguna otra cosa, ni con sofás, alfombras, cortinas, ni ningún<br />
tipo de armario o escritorio elegantes. Tampoco se nos permite guardar comida ni para nosotros ni para<br />
las visitas. Debemos pedir permiso para ir al refectorio, incluso para coger un vaso de agua y,<br />
finalmente, no podemos tener libro alguno en el que se pueda escribir ni que pueda llevarse consigo.<br />
Nadie puede negar que así vivimos en medio de una gran pobreza, pero esta pobreza constituye, al mismo<br />
tiempo, una inmensa tranquilidad y perfección. Seria inevitable, en el caso en que el religioso<br />
poseyera permiso para tener cosas superfluas, que éstas ocupasen gran parte de su pensamiento ya<br />
fuese para comprarlas, para conservarlas o para aumentarlas, de manera que no permitiéndonos en<br />
absoluto poseerlas solucionamos tales inconvenientes. Una de las razones por las que la compañía<br />
prohíbe que las personas seglares entren en las celdas estriba en que así permanecemos más fácilmente<br />
en la pobreza. A pesar de todo somos hombres y si pudiésemos recibir visitas mundanas en nuestras<br />
celdas no tendríamos fuerza suficiente para permanecer en los limites prescritos, ya que cuando menos<br />
queríamos adornarlas con algunos libros para mejor ofrecer a nuestros visitantes una mejor impresión<br />
de nuestra erudición.» 50<br />
Ya que los faquires hindúes, los monjes budistas y los derviches musulmanes coinciden con los<br />
jesuitas y los franciscanos en idealizar la pobreza como el estado individual más elevado, merece la<br />
pena examinar los fundamentos espirituales de opinión que parece tan antinatural. Y en primer lugar,<br />
los que se encuentran más cerca de la naturaleza humana.<br />
La oposición entre los hombres que tienen y los que son es inmemorial, a pesar de que los<br />
caballeros, en el sentido antiguo de la palabra, hombre de nacimiento noble, ejercieron normal-mente<br />
de depredadores y les agradaron las tierras y los bienes, nunca identificaron su esencia con esas<br />
posesiones, sino más bien con la superioridad personal, el valor, la generosidad y el orgullo que se<br />
supone constituyen su patrimonio. Agradecía a Dios que fuese completamente inaccesible a ciertos<br />
géneros de consideración propios de feriante, y, si las vicisitudes de la vida le conducían mediante la<br />
escasez a la miseria, se contentaba al pensar que con su valor absoluto era mucho más libre para<br />
conseguir su salvación. «Wer nur selbst was hätte», dice el templario de Lessing en Nathan el Sabio,<br />
«mein Gott, mein Gott, ich habe nichts». Este ideal de hombre noble, sin posesiones, personificado en<br />
un caballero errante y altruista, pero horriblemente corrupto, que siempre se ha admirado, domina<br />
todavía sentimentalmente, si no prácticamente, la visión de la vida militar y aristocrática. Glorificamos<br />
al soldado como al hombre absolutamente desprendido, poseedor nada más que de su vida y deseoso de<br />
ofrecerla cuando la causa lo solicita; constituye el representante de la completa libertad hacia los<br />
ideales. El trabajador que a diario paga con su jornal y no posee derechos invertidos en el futuro<br />
también ofrece mucho de este desinterés ideal. Como el nómada, también él construye su tienda allá<br />
donde su brazo derecho le sostiene y desde su actitud simple y sencilla, el terrateniente parece<br />
enterrado y ahogado por preocupaciones externas y dificultades innobles. «Caminando por un río con<br />
hierba y suciedad hasta la rodilla.» Las exigencias que imponen las cosas materiales corrompen la<br />
humanidad, hipotecan el alma y son el anda que impide nuestro progreso hacia adentro.<br />
«Todo lo que veo -afirma Whitefield- parece decir: "Ve y predica la Palabra de Dios, sé un<br />
peregrino en la tierra, no tomes partido ni tengas casa." Mi corazón repite: "Señor Jesús, ayúdame a<br />
hacer o sufrir tu voluntad. Cuando me veáis en peligro de anidar, con piedad, con dulce piedad, poned<br />
una espina en mi nido para evitar que lo haga."» 51<br />
50 RODRIGUEZ, ya citado, parte III, tratado III, caps. VI, VII.<br />
51 R. PHILUP, The Life and Times of George Whitefield, Londres, 1842, p. 366.<br />
151