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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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fumar aunque perdiera todos los dientes. Supliqué: "Señor, vos nos habéis dicho: 'Mi yugo es fácil y<br />

ligera mi carga"', y al mismo tiempo que lo pronunciaba desaparecía el dolor. A veces el pensamiento<br />

de la pipa vuelve con fuerza, pero el Señor me proporciona fortaleza contra el vicio y, bendito sea su<br />

nombre, no he vuelto a fumar.»<br />

El biógrafo de Bray escribe que al dejar de fumar, a menudo, masticaba tabaco hasta que venció<br />

también ese sucio vicio. Bray continúa: «Una vez estando en una reunión piadosa con Hicks Mill, sentí<br />

que el Señor me decía: “Adórame con los labios limpios." Por ello, cuando me levanté, me saqué el<br />

tabaco de la boca y lo lancé debajo del banco, pero cuando volvimos a arrodillamos puse otro trozo en<br />

mi boca. El Señor volvió a decirme: "Adórame con los labios limpios", y me lo saqué de la boca y<br />

volví a lanzarlo debajo del banco diciendo: "Sí, Señor, así lo haré." Desde aquel momento dejé de<br />

masticar tabaco y de fumar y he sido un hombre libre.»<br />

Las formas ascéticas que fundamentalmente inciden en la veracidad y la pureza de vida, con<br />

frecuencia resultan patéticas. Los primeros cuáqueros, por ejemplo, lucharon duramente contra la<br />

mundaneidad y la hipocresía de la institución cristiana eclesiástica de su tiempo. Pero la batalla que<br />

mayor número de heridos costó fue, probablemente, la que sostuvieron para defender su derecho a la<br />

veracidad, y la intención de la sinceridad social del tuteo se manifiesta también en el hecho de no<br />

quitarse el sombrero ni ofrecer títulos de respeto. Para George Fox todas estas convenciones constituían<br />

una vergüenza y una falsedad, por lo que todo el colectivo de sus seguidores renunciaron a las mismas<br />

como sacrificio en pos de la verdad y para lograr una mayor coherencia entre sus actos y el espíritu que<br />

profesaban.<br />

«Cuando el Señor me envió al mundo dice Fox en su Jaur. nal- me prohibió quitarme el<br />

sombrero ante nadie, superior o inferior; prometí tutear a todos, hombres y mujeres, sin diferenciar<br />

ricos y pobres, grandes o pequeños. En mis viajes no saludaría a nadie ni haría reverencias, esto<br />

enfurecía a las autoridades y a los que profesaban alguna fe. ¡Oh la cólera de los sacerdotes,<br />

magistrados, profesores y toda clase de gentes!, especialmente la de los sacerdotes y creyentes, ya que<br />

aunque el "tú" dirigido a esas personas concordaba con sus predicados y reglas gramaticales, y también<br />

con la Biblia, no soportaban escucharlo. Porque no me quitaba el sombrero ante ellos se enfurecían [...].<br />

¡Cuán tremen. do menosprecio, pasión y furia! ¡Oh los golpes, palizas y patadas que recibimos por no<br />

quitarnos el sombrero! A algunos se los arrebataron y los arrojaron lejos hasta casi perderlos de vista.<br />

Es difícil explicar el grosero lenguaje y los malos tratos que recibimos por esta causa, además del<br />

peligro en que nos encontramos frecuentemente por este motivo, a veces de perder incluso nuestra vida<br />

a manos de quienes se proclamaban los grandes maestros del cristianismo, con lo que descubrimos que<br />

no eran verdaderos creyentes. Aunque se tratara de algo insignificante a los ojos de los hombres se<br />

produjo gran confusión entre los creyentes y sacerdotes, pero ¡bendigo el nombre del Señor!, muchos<br />

acabaron aceptando la vanidad de la costumbre de quitarse el sombrero y sentimos el peso del<br />

testimonio de la Verdad contra esta costumbre.»<br />

En la autobiografía de Thomas Elwood, uno de los primeros cuáqueros y secretario de John<br />

Milton por una temporada, encontramos un relato exquisitamente cándido y pintoresco de las pruebas<br />

que sufrió, tanto en su país como en el extranjero, por observar los cánones de sinceridad de Fox. Las<br />

anécdotas son demasiado largas para ser citadas, pero Elwood explica su sentimiento en un pasaje más<br />

corto que cito como una expresión característica de sensibilidad espiritual:<br />

«Entonces, gracias a esta luz divina -dice Elwood- observé que aunque no poseía el mal de la<br />

impureza, el libertinaje, la impiedad y las corrupciones del mundo, ya que merced a la bondad de Dios<br />

y a una educación cívica me había preservado de estos males tan vulgares, poseía muchos otros por<br />

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