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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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cualquiera que elige la pobreza para simplificar y preservar su vida interior. Si una persona no se une a<br />

la lucha y al anhelo general por hacer dinero, la consideramos sin espíritu y sin ambición. Incluso<br />

hemos perdido el poder de imaginar lo que la antigua idealización de la pobreza podía haber<br />

significado: la liberación de las ataduras materiales, el alma insobornable, la indiferencia viril hacia el<br />

mundo; resolver las propias necesidades por lo que se es o se hace y no por lo que se posee, el derecho<br />

a desaprovechar la vida irresponsablemente en cualquier momento, una disposición más deportiva, en<br />

resumen, la forma moral de lucha. Cuando los que pertenecemos a las llamadas -clases superiores<br />

quedamos horrorizados, como ningún hombre en la historia lo ha estado, de la dureza y fealdad<br />

material, cuando aplazamos el matrimonio hasta que la casa pueda estar bien decorada y temblamos<br />

con el solo pensamiento de tener un hijo sin poseer una cuenta saludable en el banco, es el momento<br />

para que los pensadores protesten contra un estado de opinión tan poco humano e irreligioso.<br />

Cierto es que mientras la riqueza proporcione ocasión para fines ideales y ejercicio a las<br />

energías ideales, la riqueza es mejor que la pobreza y debería ser preferida. Pero ésta tan sólo consigue<br />

esos resultados en una porción limitada de casos reales; en los otros, el deseo de ganar riquezas y el<br />

miedo a perderlas son los factores más resueltos de la cobardía y los propagadores de la corrupción.<br />

Hay miles de coyunturas en las cuales un hombre rico debe ser un esclavo, mientras que un hombre<br />

para quien la pobreza no representa horrores llega a ser un hombre libre. Pensad en la fuerza que nos<br />

daría la indiferencia personal hacia la pobreza si nos dedicásemos a causas poco populares. Ya no<br />

necesitamos callar ni hemos de temer votar el programa revolucionario o reformador. Nuestro capital<br />

podría disminuir, nuestras esperanzas de promoción desaparecer, los salarios menguar, las puertas de<br />

nuestro club podrían cerrarse en nuestra cara; sin embargo, mientras viviéramos, podríamos ser el<br />

testimonio imperturbable del espíritu y nuestro ejemplo ayudaría a liberar a nuestra generación. La<br />

causa necesitaría unos fondos, pero nosotros, sus siervos, seríamos potentes en la proporción en que<br />

personalmente estuviéramos satisfechos con nuestra pobreza.<br />

Recomiendo que meditéis seriamente sobre este tema, ya que es seguro que el temor a la<br />

pobreza que prevalece en las Clases cultas es la enfermedad moral más grave que padece nuestra<br />

civilización.<br />

Ya he dicho todo lo que con provecho puede decirse de los diversos frutos de la religión tal<br />

como se manifiestan en las vidas santas; por consiguiente, haré un breve repaso y pasaré a las conclusiones<br />

generales.<br />

Nuestra cuestión inicial, recordaréis, se refiere a si la religión es confirmada por sus resultados<br />

tal como éstos se manifiestan en la santidad. Los atributos singulares de la santidad pueden ser, es<br />

cierto, cualidades temperamentales que se encuentren en individuos no religiosos. Pero todos en<br />

conjunto forman una combinación que, como tal, es religiosa, ya que parece surgir del sentido de lo<br />

divino y de su centro psicológico. Aquel que posee este sentido de forma poderosa llega a pensar de<br />

manera natural que los detalles más pequeños de este mundo obtienen un significado infinito a través<br />

de su relación con un orden divino invisible. El pensamiento de este orden específico le produce una<br />

superior denominación de felicidad y una firmeza de alma incomparable. Su utilidad en las relaciones<br />

sociales es ejemplar, tiende a la solidaridad. Su ayuda es tanto interior como exterior, ya que su simpa.<br />

tía llega a las almas, a los cuerpos y a las insospechadas facultades menos bondadosas que anidan allí<br />

dentro. En lugar de situar la felicidad allí donde los hombres comunes la ponen, en la comodidad, en un<br />

tipo más elevado de estímulo interno, las incomodidades se convierten en fuentes de alegría y se<br />

elimina la tristeza. No vuelve la espalda a ningún tipo de deber, aunque sea ingrato, y cuando<br />

necesitamos ayuda podemos contar con que el santo nos echará una mano con mayor seguridad de lo<br />

que podemos esperar de cualquier otra persona. Finalmente, su mentalidad humilde y sus tendencias<br />

ascéticas le protegen de las egoístas pretensiones personales que obstruyen tan seriamente nuestras relaciones<br />

sociales ordinarias, y su pureza nos proporciona un hombre ideal por compañero. La felicidad,<br />

la pureza, la caridad, la paciencia, la autoseveridad son virtudes espléndidas y el santo, de entre todos<br />

los hombres, las muestra en la medida más acabada posible.<br />

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