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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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Conferencia XVIII.<br />

La filosofía<br />

El tema de la santidad nos sitúa frente a la cuestión siguiente: la experiencia de la presencia<br />

divina ¿es una sensación de algo objetivamente cierto? De entrada recurrimos al misticismo buscando<br />

una respuesta, y encontramos que aunque el misticismo desea resueltamente corroborar la religión, es<br />

demasiado privado (y también demasiado diverso) en sus manifestaciones para poder pretender una<br />

autoridad universal. La filosofía ofrece, por el contrario, resultados que pretenden ser universalmente<br />

válidos, de manera que, con nuestra nueva pregunta, pasamos a la filosofía. ¿Puede pretender dar la<br />

filosofía garantía de veracidad de la intuición de la divinidad para el hombre religioso?<br />

Imagino que muchos de vosotros comenzáis a adivinar mi propósito. He cuestionado la<br />

autoridad del misticismo, diréis, y probablemente la próxima cosa que haré será intentar desacreditar la<br />

de la filosofía. Esperáis que acabe diciendo que la religión sólo es una cuestión de fe, basada en un<br />

sentimiento vago o en la vivida sensación de la realidad de las cosas no visibles de las que di tantos<br />

ejemplos en la segunda conferencia y en la precedente sobre el misticismo. Es esencialmente privada e<br />

individualista, excede siempre nuestras capacidades de formulación, y aunque con toda probabilidad<br />

siempre habrá intentos de verter su contenido en un molde filosófico -los hombres son así-, tales<br />

intentos constituyen procesos secundarios que de ninguna manera aumentan la autoridad, ni garantizan<br />

la veracidad de los sentimientos de los que derivan sus estímulos y de los que toman todo el poder de<br />

convicción que pueden poseer. Resumiendo, pues, sospecháis que intento defender el sentimiento a<br />

expensas de la razón, para rehabilitar lo primitivo e irreflexivo y para disuadiros de confiar en cualquier<br />

teología que merezca este nombre.<br />

Hasta cierto punto he de admitir que tenéis razón. Creo que el sentimiento es la fuente más<br />

profunda de la religión y que las fórmulas filosóficas y teológicas son productos secundarios, al igual<br />

que traducciones de un texto a otra lengua. Pero todas estas afirmaciones son equívocas por su<br />

brevedad, y me tomará toda la hora explicaros exactamente lo que pretendo decir.<br />

Cuando sostengo que las fórmulas teológicas son productos secundarios, quiero decir que, en un<br />

mundo en el que nunca ha existido un sentimiento religioso, nunca puede formularse ninguna teología<br />

filosófica. Dudo de si la desapasionada contemplación intelectual del universo, separada, por un lado,<br />

de la infelicidad interior y la necesidad de liberación, y, por otro, de la emoción mística habrían dado<br />

nunca como resultado filosofías religiosas como las que poseemos hoy. Los hombres habrían partido de<br />

explicaciones animistas del hecho natural, y las habrían comparado con otras científicas, como han<br />

hecho ahora. En la ciencia habrían dejado una cierta dosis de «investigación psíquica», probablemente<br />

al igual que ahora habrían de admitir de nuevo alguna participación de la misma. Pero las<br />

especulaciones de alto vuelo, como las propias de la teología dogmática o idealista, no tendrían ningún<br />

motivo para ponerlas en cuestión al no sentir necesidad de comerciar con semejantes deidades. Estas<br />

especulaciones, me parece, han de clasificarse como supercreencias, construcciones producidas por el<br />

intelecto en direcciones originalmente sugeridas por el sentimiento.<br />

Sin embargo, incluso si el primer estímulo de la filosofía religiosa fue proporcionado por el<br />

sentimiento, ¿no podía haber tratado el tema sugerido por éste de una manera más elevada? El<br />

sentimiento es individual e inexpresable, incapaz de dar cuenta de sí mismo. Permite que sus resultados<br />

sean enigmas y misterios, declina justificarlos racionalmente y a menudo desea incluso que pasen por<br />

paradójicos y absurdos. La filosofa toma la actitud opuesta. Su aspiración es rescatar del misterio y la<br />

paradoja todo el territorio que ella abarque. El ideal más acariciado de la razón siempre ha consistido<br />

en encontrar una salida desde la persuasión personal oscura y voluntariosa a la verdad objetivamente<br />

vívida para todos los hombres, siendo la tarea de la razón redimir a la religión del individualismo<br />

nocivo y dar estatuto público y derecho universal a su capacidad liberadora.<br />

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