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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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“Ah, amigo, vos también debéis morir, ¿por qué, pues, os lamentáis? Patroclo también ha<br />

muerto, y era mucho mejor que vos... También sobre mí pende un vigoroso hado de muerte. Vendrá<br />

una mañana, o alguna tarde, o algún mediodía en que un hombre segará también mi vida en la batalla,<br />

ya sea de una lanzada o de un flechazo”. 10<br />

Después, Aquiles cercena salvajemente el cuello del pobre muchacho con su espada, lo arrastra<br />

por los pies hasta Escamandro y convoca a los peces para que devoren la blanca gordura de Lycaón. De<br />

la misma manera que aquí la crueldad y la simpatía son verdaderas y no se mezclan ni interfieren,<br />

asimismo los romanos y los griegos conservaron todas sus penas y alegría completas y sin mezcla: la<br />

bondad instintiva no incluía el pecado; tampoco expresaban ningún deseo de salvar el honor del<br />

universo para hacerles afirmar, como tantas veces hacemos nosotros, que lo que abiertamente parece<br />

malo debe ser “bueno originalmente”, o alguna otra cosa igualmente ingeniosa. Para los antiguos<br />

griegos lo bueno era bueno y lo otro malo, sólo malo. Tampoco negaban la maldad en la naturaleza (el<br />

verso de Walt Whitman, “lo que llamamos bueno es perfecto y lo que llamamos malo es igualmente<br />

perfecto”, para ellos constituiría una simpleza) ni, para sustraerse de esta maldad, inventaban “otro<br />

mundo mejor” imaginario donde, junto a la maldad, los placeres inocentes tampoco cabrían. Esta<br />

voluntad integradora de las reacciones instintivas, esta ausencia de sofismas y tensión, da una patética<br />

dignidad al antiguo sentimiento pagano. Las efusiones sentimentales de Whitman carecen de esta<br />

calidad; su optimismo es demasiado voluntarioso y desafiante; su evangelio tiene un toque de desafío y<br />

un aire afectado, 11 lo que disminuye su efecto sobre muchos lectores bien dispuestos al optimismo y,<br />

en conjunto, un poco deseosos de admitir que, en los aspectos fundamentales, Whitman es del genuino<br />

linajes de los profetas.<br />

De este modo, si denominamos mentalidad sana a la tendencia que contempla todas las cosas y<br />

las encuentra buenas, nos vemos obligados a distinguir entre una forma de ser sana, de carácter<br />

resueltamente involuntario, y otra más voluntariosa y sistemática; en la variante involuntaria la<br />

mentalidad sana es una forma directa de ser feliz con las cosas; en la voluntariosa, se trata de una forma<br />

abstracta de concebir las cosas, selecciona algún aspecto de las mismas como su esencia actual, pero<br />

ignora los otros aspectos; la mentalidad sana sistemática, al concebir lo bueno como el aspecto esencial<br />

y universal del ser, excluye deliberadamente lo malo de su campo de percepción. Aunque, bien mirado,<br />

cuando se enuncia con esta desnudez a cualquiera intelectualmente sincero y honesto consigo mismo,<br />

le pueda parecer difícil de llevar a cabo, una pequeña reflexión muestra que la situación es demasiado<br />

compleja para ser discutida con una crítica tan simplona.<br />

En primer lugar, la felicidad, como cualquier otro estado emocional, es ciega e insensible ante<br />

los hechos contradictorios que se le ofrecen. Es su arma instintiva para autoprotegerse de las<br />

perturbaciones. Cuando realmente se posee la felicidad, el pensamiento del mal no puede impregnar en<br />

mayor medida el sentido de la realidad de lo que puede hacer el pensamiento del bien cuando impera la<br />

melancolía. Para un hombre activamente feliz por cualquier motivo, el mal, en ese momento y lugar, no<br />

es creíble; ha de ignorarlo, y el espectador puede pensar que cierra los ojos perversamente a la maldad<br />

y que la escamotea.<br />

E incluso el hecho de esconderla puede, en una mente cándida y honesta, convertirse en una<br />

política religiosa deliberada, o parti pris. Mucho de lo que llamamos malo es debido a la manera en que<br />

los hombres ven las cosas; tan pronto como algo puede convertirse en bueno, atemperador y tónico, con<br />

un simple cambio interior de actitud de quien sufre, pasando del miedo a la lucha, o bien el tormento<br />

continúa y se convierte en apetencia cuando, tras intentar evitarlo en vano, decidimos dar media vuelta<br />

y soportar alegremente aquello a lo que estamos moralmente obligados, escapando así de los hechos<br />

que al principio se presentan como perturbadores de su paz. Rechazamos admitir su maldad,<br />

10 Ilíada, XXI, traducción inglesa de E. Myeres.<br />

11 “¡Dios tiene miedo de mi!”, dijo en mi presencia este amigo inmensamente optimista una mañana que se sentía<br />

particularmente vigoroso y bien dispuesto. El desafío de la frase muestra que una educación cristiana en la humildad aún la<br />

dolía.<br />

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