LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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gustasen todos los hombres, mujeres y niños que veía (aunque nunca le oí decir que le gustase alguno),<br />
pero cuantos le conocían se sentían amados y amaban a su vez a los demás. Jamás discutía ni se<br />
peleaba, y nunca hablaba de dinero. Siempre justificaba, unas veces en serio y otras en broma, a<br />
quienes hablaban duramente de él y sus escritos, y pensé a menudo que incluso gozaba con la oposición<br />
de sus enemigos. Cuando lo conocí, pensaba que se conducía con cuidado y se controlaba, que nunca<br />
hablaba con impaciencia, antipatía, quejas o protestas, no se me ocurrió la posibilidad de que careciese<br />
de estos estados de ánimo; sin embargo, tras mucho observarle descubrí con satisfacción que esta<br />
ausencia o inconsciencia era totalmente real. Nunca hablaba con desaprobación de ninguna<br />
nacionalidad ni de ningún tipo de hombre, de ninguna época de la historia del mundo ni de ningún<br />
oficio ni ocupación, ni siquiera contra animal alguno, insecto o cosa inanimada, ni de ley alguna de la<br />
naturaleza ni de las consecuencias de estas leyes, como pueden ser las enfermedades, las deformidades<br />
o la muerte. No se quejaba jamás del tiempo, ni del dolor, ni de la enfermedad, ni de ninguna otra cosa;<br />
no juraba jamás, tampoco lo podía hacer porque no hablaba nunca enfadado y, aparentemente, nunca lo<br />
estaba. Nunca mostró miedo y no creo que lo tuviera jamás”. 7<br />
Walt Whitman debe su importancia literaria a la negación sistemática de sus escritos de todo<br />
elemento restrictivo. Los sentimientos que se permitían expresar eran de orden expansivo, y los<br />
expresaba en primera persona, no como los describirían los individuos vulgares monstruosamente<br />
presumidos, sino excitado por las emociones de todos los hombres de forma que una emoción<br />
ontológica, apasionada y mística cubre sus palabras y acaba persuadiendo al lector que los hombres y<br />
las mujeres, la vida y la muerte, y todas las cosas, son buenas de una forma sublime.<br />
Por ello, numerosas personas consideran hoy a Walt Whitman el restaurador de la religión<br />
natural eterna; les ha contagiado su amor de camarada, su alegría de vivir. Actualmente se han formado<br />
sociedades para su culto; disponen de una publicación periódica para su propagación donde comienzan<br />
a dibujarse las líneas de la ortodoxia y la heterodoxa, 8 e incluso, se le compara explícitamente con el<br />
fundador del cristianismo - y no en beneficio de este último.<br />
A menudo se reputa a Whitman de pagano. Hoy esta expresión significa únicamente el simple<br />
hombre natural y sin sentido alguno de pecado, a veces, y otras un griego o un romano con su propia y<br />
peculiar conciencia religiosa; en ninguno de estos dos sentidos se define adecuadamente al poeta: es<br />
más que el simple hombre natural que no ha probado el fruto del árbol del bien y del mal. Es<br />
suficientemente consciente del pecado como para que haya cierta fanfarronería en su indiferencia hacia<br />
el pecado, un orgullo consciente en su ausencia de flexiones y contracciones, que el genuino pagano, en<br />
el primer sentido de la palabra, jamás tendría.<br />
“Podría vivir con los animales, son tan serenos e independientes,<br />
me detengo y los miro largo rato:<br />
No conocen la amargura ni se quejan de su condición.<br />
No se despiertan por la noche llorando por sus pecados,<br />
Ninguno está insatisfecho, ninguno enloquece con la manía de poseer cosas,<br />
Ninguno añora a otro, ni siquiera la especie que vivió hace mil años.<br />
Ninguno carece de respeto o es infeliz en toda la tierra”. 9<br />
Ningún pagano podría haber escrito estas conocidas líneas. Pero, por otro lado, Whitman es<br />
inferior a un griego o un romano cuya conciencia, incluso en tiempos de Homero, estaba saturada de la<br />
triste mortalidad de este soleado mundo, y Walt Whitman rechaza con resolución esta conciencia.<br />
Cuando Aquiles, por ejemplo, a punto de matar a Lycaón, el hijo de Príamo, le oye pedir clemencia, se<br />
detiene para decirle:<br />
7 R. M. BRUCKE, Cosmic Consciousness, pp. 182-186, versión resumida.<br />
8 Me refiero a “The Observator”, editado por Horace Traubel y publicado mensualmente en Filadelfia.<br />
9 Song of Myself, 32.<br />
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