LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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Digamos ahora adiós a esta forma de pensar, por un momento, y prestemos atención a aquellas<br />
personas que no pueden librarse con rapidez del peso de la conciencia del mal, pero que están<br />
destinadas fatalmente a sufrir con su presencia. Así como vimos en la mentalidad sana niveles<br />
superficiales y profundos, una felicidad parecida a la de un simple animal y tipos de felicidad<br />
regeneradora, también hay diferentes niveles de mentalidad morbosa, y unos mucho más intensos que<br />
otros. Hay personas para quienes el mal sólo significa un mal ajuste con las cosas, una correspondencia<br />
errónea entre la vida personal y el medio ambiente. Un mal de esta especie es sanable, al menos en<br />
principio, en el plano natural, ya que sólo modificando el yo o las cosas, o ambos, los dos términos se<br />
pueden ajustar y de nuevo todo resultará tan alegre como las campanas de una boda. Pero hay otras<br />
personas para quienes el mal no constituye una mera relación del sujeto con las cosas exteriores<br />
particulares, sino algo más radical y general, que no puede curar ninguna reorganización del medio<br />
ambiente ni disposición del yo íntimo, y que requiere un remedio sobrenatural. En conjunto, las razas<br />
latinas tienden a mirar el mal de la manera primera: como formado por males y pecados en plural,<br />
divisible punto por punto. Las razas germánicas tendieron más bien a pensar en el Pecado en singular y<br />
con P mayúscula, como algo constituido de manera natural e inseparable de nuestra natural<br />
subjetividad, y que no puede extirparse jamás con operaciones superficiales poco sistemáticas. 5 Estas<br />
comparaciones raciales siempre están abiertas a la excepción, pero es indudable que el tono religioso<br />
nórdico se ha inclinado a la persuasión más profundamente pesimista, y veremos que esta forma de<br />
sentir, al ser la más extrema, es la más instructiva para nuestro estudio.<br />
La psicología reciente hace un uso frecuente de la palabra “umbral” como designación<br />
simbólica del punto donde un estado mental se convierte en otro. Así, hablamos del umbral de la<br />
conciencia de un hombre en general para indicar la cantidad de ruido, presión u otros estímulos<br />
exteriores necesaria para atraer su atención. Quien tenga un umbral elevado se dormirá en medio de<br />
cierto índice de ruido, en el que otra persona con un umbral más bajo despertaría inmediatamente. De<br />
manera similar, cuando alguien es sensible a pequeñas diferencias en cualquier tipo de sensación,<br />
decimos que tiene un “umbral diferencial” bajo, y su mente será fácilmente consciente de las<br />
diferencias en cuestión. Podemos hablar perfectamente de un “umbral de dolor”, un “umbral del<br />
temor”, un “umbral de la miseria” y constatar que la conciencia de algunos individuos los superan<br />
rápidamente, pero que para toros resultan demasiado altos para que su conciencia los rebase. Los<br />
optimistas y aquellos de mentalidad sana viven habitualmente en el margen soleado de su línea de<br />
miseria; los depresivos y melancólicos viven más allá, en la oscuridad y la aprehensión. Son hombres<br />
que dan la impresión de haber nacido con estrella, mientras que los otros parecen haber nacido junto al<br />
umbral del dolor, donde las irritaciones más ligeras se perciben con fatalidad.<br />
¿No os parece que quien vive habitualmente junto al umbral del dolor debería necesitar un tipo<br />
de religión diferente de quien habita en el otro lado? Esta pregunta, sobre la relatividad de diferentes<br />
tipos de religión para diferentes tipos de necesidad, surge de manera natural en este punto y se<br />
convertirá en un problema serio antes de que concluyamos. Pero antes de enfrentarnos a él en términos<br />
generales debemos centrarnos en la tarea poco agradable de escuchar lo que las almas enfermas, como<br />
las llamaremos por contraste con las de mentalidad sana, han de decir sobre los secretos de su<br />
cautiverio, su forma peculiar de conciencia. Así, pues, damos la espalda resueltamente a los nacidos<br />
una vez y a su evangelio optimista de color azul celeste. No gritemos sin más, a pesar de las<br />
apariencias, “¡viva el universo; Dios está en el cielo, en el mundo todo va bien!”; veamos antes si la<br />
pena, el dolor, el temor y el sentimiento de desamparo humano no pueden abrirnos una visión más<br />
profunda y ponernos en las manos una clave más complicada del significado de la situación.<br />
En primer lugar, ¿cómo pueden cosas tan inseguras como las experiencia positivas de este<br />
mundo permitirse un anclaje estable? Una cadena es tan fuerte cuanto más débil su eslabón y, después<br />
de todo, la vida es una cadena. En la existencia más sana y próspera, ¿cuántos eslabones de<br />
enfermedad, peligro y desastre se interponen? Inesperadamente, del fundo de cada fuente de placer,<br />
5 J. MILSAND, Luther et le Self-Arbitre, 1884.<br />
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