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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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exigen de quienes las emprenden el considerarse a sí mismos demasiado débilmente. Demandan unos<br />

esfuerzos tan increíbles, de intensidad tan exacerbada, tanto en grado como en duración, que se altera<br />

toda la escala de motivaciones. La incomodidad, las molestias, el hambre, la humedad, el frío, la<br />

miseria y la suciedad dejan de -tener cualquier tipo de capacidad disuasoria. La muerte se convierte en<br />

un tema vulgar y su poder cotidiano de frenar nuestra acción se desvanece. Con la anulación de estas<br />

inhibiciones comunes se liberan esteras de nueva energía y la vida parece proyectarse sobre un plano de<br />

poder más elevado.<br />

La belleza de la guerra en este sentido estriba en el hecho que sea tan congruente con la<br />

naturaleza humana. La evolución ancestral nos ha hecho guerreros potenciales, de manera que el individuo<br />

más insignificante cuando es lanzado al campo de batalla pierde gradualmente el exceso de<br />

delicadeza hacia su valiosa persona que puede llevar a convertirle fácilmente en un monstruo de in<br />

sensibilidad.<br />

Pero cuando comparamos el tipo militar de autoseveridad con el del santo ascético,<br />

contrastamos una inmensa diferencia en todas sus concomitancias espirituales.<br />

Un oficial austriaco lúcido escribe: «"Vive y deja vivir" no es una divisa para un ejército. Lo<br />

que una guerra exige de cada uno es menosprecio por los compañeros, por las tropas del enemigo y,<br />

sobre todo, un menosprecio intenso por la propia persona. Para un ejército es mucho mejor ser<br />

demasiado salvaje, demasiado cruel y demasiado bárbaro que poseer excesivo sentimentalismo y<br />

sensibilidad humana. Si un soldado ha de ser bueno para algo en tanto que soldado, ha de ser<br />

exactamente lo opuesto de un hombre razonable y reflexivo. La medida de su bondad es su posible<br />

utilidad en la guerra. La guerra, e incluso la paz, requiere del soldado unos modelos de moralidad<br />

absolutamente peculiares. El recluta tiene unas nociones morales comunes de las que ha de intentar<br />

liberarse inmediatamente. Para él la victoria y el éxito han de serlo todo. Las tendencias más salvajes<br />

del hombre resucitan en la guerra, y son inconmensurablemente valiosas para utilizar las en la guerra.»<br />

23<br />

Estas palabras son, por supuesto, literalmente ciertas. El propósito inmediato de la vida del<br />

soldado es, como dijo Moltke, la destrucción y nada más que la destrucción, y sean cuales sean las<br />

«construcciones» que pueda producir la guerra, son remotas y no militares. Consecuentemente, el<br />

soldado debe ejercitarse en ser insensible hacia esas simpatías y respetos usuales, ya sea hacia las<br />

personas o las cosas, que contribuyen a la conservación. Sin embargo, persiste el hecho de que la<br />

guerra es una escuela de la vida esforzada y del heroísmo, y al estar en la línea del instinto primigenio,<br />

es la única escuela que de momento es universalmente asequible. Pero cuando nos preguntamos<br />

seriamente si esta organización a gran escala de la irracionalidad y del crimen sería nuestro único<br />

parapeto contra el afeminamiento, nos horrorizamos sólo de pensarlo y reflexionamos con mayor<br />

indulgencia sobre la religión ascética. Se oye hablar del equivalente mecánico del calor. Lo que hemos<br />

de descubrir ahora en el reino social es el equivalente moral de la guerra, algo heroico que hable a los<br />

hombres tan universalmente como lo hace la guerra y que, al mismo tiempo, sea tan compatible con su<br />

yo espiritual como la guerra es de incompatible. Frecuentemente he pensado que en el antiguo culto de<br />

la pobreza monástica, a pesar de la pedantería que lo tenía, debía haber alguna cosa parecida a este<br />

equivalente moral a la guerra que buscamos. ¿No podría ser que la pobreza aceptada voluntariamente<br />

fuese la «vida esforzada», sin necesidad de aplastar a la gente más débil?<br />

En realidad, la pobreza es la vida esforzada -sin fanfarrias ni uniformes ni aplausos populares<br />

histéricos, ni mentiras ni circunloquios. Cuando se ve de qué forma el deseo de riqueza penetra como<br />

ideal hasta la médula de nuestra generación, uno se pregunta si un renacimiento de la creencia de que la<br />

pobreza es una vocación religiosa que vale la pena no implicaría «la transformación del valor militar» y<br />

la reforma espiritual que nuestro tiempo está necesitando más.<br />

Entre los pueblos de habla inglesa, especialmente, vuelve a ser necesario que se entonen con<br />

valentía alabanzas de la pobreza. Hemos crecido literalmente temiendo ser pobres. Menospreciamos a<br />

23 C. V. B. K., Friedens – und Kriegs – moral der Heere, citado por HAMON, Psychologie du Militaire professionnetl,<br />

1895, p. XLI.<br />

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