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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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excellence, por ejemplo, el santo místico y ascético, posee en gran medida, y que le convierte en un ser<br />

humano de denominación completamente diferente.<br />

El cristiano también rehúsa la actitud pálida y malhumorada del enfermo yaciente, y las vidas de<br />

los santos están llenas de cierto tipo de crueldad para con las condiciones enfermizas del cuerpo, como<br />

probablemente no encontraremos en ningún otro documento humano. Sin embargo, mientras el simple<br />

rechazo moralista implica un esfuerzo de voluntad, el rechazo cristiano es el resultado del entusiasmo<br />

de un tipo más elevado de emoción en presencia del cual no se requiere ningún ejercicio de la voluntad.<br />

El moralista deberá contener la respiración y tensar los músculos, y mientras esta actitud atlética sea<br />

posible todo irá bien; para la moralidad es suficiente. Pero la actitud atlética tiende siempre a fracasar y<br />

lo hace inevitablemente, incluso en los más robustos, cuando el organismo comienza a decaer o cuando<br />

miedos morbosos invaden la mente. Sugerir esfuerzo personal y voluntad a alguien afligido por<br />

sentimientos de impotencia irremediable es sugerir lo imposible; lo que desea es ser consolado en su<br />

flaqueza, sentir que el espíritu del universo le afirma y reconoce, a pesar de su debilidad y aflicción. Al<br />

fin y al cabo, todos somos unos fracasados indefensos. Aquellos de entre nosotros más sanos y mejores,<br />

estamos hechos de la misma arcilla que los lunáticos y los presos y, al final, la muerte alcanza al más<br />

robusto. Y cuando percibimos todo esto nos invade un sentimiento tal sobre la vanidad y la<br />

provisionalidad de nuestra voluntaria carrera, que toda nuestra moralidad aparee como el apósito que<br />

esconde una herida que nunca podrá sanar, y todo nuestro bienestar aparece como el sucedáneo más<br />

vacío de aquel bienestar en el que tendríamos que basar nuestras vidas, pero, ¡helo aquí!, no lo están.<br />

Al llegar a este punto, la religión se constituye en lo que viene a rescatarnos y sujeta nuestro<br />

destino en sus manos. Hay un estado de ánimo que los hombres religiosos conocen pero no los otros,<br />

para los que la voluntad de afirmación y mantenimiento quedó desplazada por el de cerrar la boca y ser<br />

nada ante las inundaciones y las plagas del Señor. En tal estado de ánimo lo que más temíamos se<br />

convirtió en la morada de nuestra seguridad, y la hora de nuestra muerte moral se convirtió en el día de<br />

nuestro nacimiento espiritual. Se acabó el tiempo de tensión de nuestra alma y ha llegado el de la<br />

tranquilidad feliz, el del respirar profundo y tranquilo, el del presente eterno sin tener que preocuparse<br />

por un futuro desacorde. El miedo no se mantiene en vilo como pasa con la mera moralidad, sino que<br />

éste resulta positivamente destruido y disipado.<br />

Veremos muchos ejemplos de este estado de ánimo gozoso en otras conferencias del presente<br />

ciclo. Verán también qué cosa más intensamente apasionada puede ser la religión en sus vuelos más<br />

levados. Como el amor, la ira, la esperanza, la ambición, los celos; como cualquier otra impaciencia o<br />

pulsión instintiva, añade a la vida una fascinación que no es racional ni lógicamente deducible de<br />

ninguna otra cosa. Esta fascinación, que llega como un regalo cuando llega (un presente de nuestro<br />

organismo, nos dirán los fisiólogos; un presente de la gracia, os dirán los teólogos), es o no es para<br />

nosotros, y hay personas que no pueden estar poseídos por la fascinación, como tampoco pueden<br />

enamorarse de una mujer determinada por un simple mandato. De este modo, el sentimiento religioso<br />

constituye una adicción absoluta a la esfera de la vida real del sujeto, proporcionándole una nueva<br />

esfera de poder. Cuando la batalla exterior se ha perdido y el mundo exterior se rechaza, redime y<br />

vivifica el mundo interior que, de otra manera, sería un yermo vacío.<br />

Si la religión ha de significar alguna cosa definida, me parece que habríamos de asumirla como<br />

si significase esta dimensión emotiva añadida, ese temblor entusiasta de adhesión, donde la moralidad,<br />

estrictamente dicho, sólo puede inclinar la cabeza y asentir. Para nosotros, nada más habría de<br />

significar este nuevo horizonte de libertad, la nota dominante del universo que suena en nuestros oídos<br />

y una posesión eterna y extensa ante nuestros ojos. 10<br />

Este tipo de fricción en lo absoluto y eterno es lo que encontramos solamente en la religión.<br />

Difiere de toda alegría corporal, de todo gozo del presente, por ese elemento de solemnidad y es una<br />

cosa difícil de definir de manera abstracta, pero algunas de sus características son bastante patentes. Un<br />

10 De nuevo hay muchos hombres, hombres constitucionalmente pesimistas, que en su vida religiosa les parece excesivo<br />

este entusiasmo. Son religiosos en el sentido más amplio, pero no lo son en el sentido más agudo, para llegar a su differentia<br />

típica.<br />

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