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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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menospreciamos su poder, ignoramos su presencia, orientamos nuestra atención en otra dirección y,<br />

mientras estamos interesados en ello de algún modo, aunque los hechos sigan existiendo, su carácter<br />

específico no existe. Puesto que es nuestro pensamiento el que hace los hechos malos o buenos, nuestro<br />

interés principal ha de ser el dominio de nuestros pensamientos.<br />

La adopción deliberada de un punto de vista optimista de la mente supone su introducción en la<br />

filosofía, y una vez dentro es difícil marcar sus límites legítimos. NO sólo el instinto humano hacia la<br />

felicidad, incluyendo a la autoprotección mediante la ignorancia, trabaja a su favor, sino que también<br />

los ideales íntimos más elevados tienen alguna palabra importante que decir. La actitud de la<br />

infelicidad no sólo es dolorosa, sino también mezquina y desagradable. ¿Qué puede ser más bajo e<br />

indigno que la actitud acusadora, quejumbrosa y malhumorada, sean cuales sean las maldades externas<br />

que la hayan producido? ¿Qué injuria más a los demás? ¿Qué ayuda menos a salir de la dificultad?<br />

Únicamente perpetúa el problema que la ha ocasionado y aumenta sensiblemente la maldad de la<br />

situación; por lo tanto, cueste lo que cueste, debemos reducir el imperio de esta actitud, debemos<br />

arrancarla de nosotros y de los demás y mostrarnos siempre intolerantes con ella. Sin embargo, es<br />

imposible llevar esta disciplina a la esfera subjetiva sin acentuar escrupulosamente sus mejores<br />

aspectos y minimizar lo más oscuro de la esfera objetiva de las cosas, al mismo tiempo. Y de este<br />

modo, nuestra resolución de no solazarnos en la miseria, comenzando por un punto relativamente<br />

pequeño de nosotros mismos, no se detiene hasta que ha transformado la estructura completa de la<br />

realidad en una concepción sistemática, lo suficientemente optimista como para coincidir con sus<br />

necesidades.<br />

En todo lo dicho anteriormente no me he referido en ningún momento a la intuición o<br />

persuasión mística del hecho de que el conjunto de todas las cosas debe ser absolutamente bueno. Esta<br />

persuasión mística desempeña un papel importante en la historia de la conciencia religiosa y debemos<br />

observarla con atención, aunque por el momento no necesitamos avanzar tanto. Las condiciones más<br />

corrientes de éxtasis serán suficientes para mi argumentación. Todos los estados morales intensos y los<br />

entusiasmos apasionados producen insensibilidad frente a lo nocivo de cierto tipo. Los castigos<br />

habituales no desalientan al patriota, las cautelas usuales son dejadas de lado por el amante; en la<br />

pasión extremada el sufrimiento puede servir de estímulo, si está fortalecido por la razón del ideal. En<br />

estos estados, el contraste ordinario entre lo bueno y lo malo parece disiparse en una denominación más<br />

elevada, una excitación poderosa que engulle lo nocivo y que el ser humano recibe como la experiencia<br />

que corona su vida. Eso es verdaderamente vivir, dice, y estallo de felicidad en la ocasión heroica y de<br />

aventura.<br />

La consideración sistemática de la mente sana como actitud religiosa resulta, por lo tanto,<br />

acorde con tendencias importantes de la naturaleza humana, y es cualquier cosa excepto absurda. En<br />

realidad, todos cultivamos más o menos esta mentalidad, incluso cuando la teología que profesamos<br />

debiera prohibirla resueltamente. Desviamos, en la medida en que podemos, nuestra atención de la<br />

muerte y de la enfermedad, y la violencia y la indecencia sin fin en las que se basa nuestra vida quedan<br />

arrinconadas donde no las podamos ver, porque así el mundo que percibimos oficialmente en la<br />

literatura y en la sociedad resulta una ficción poética mucho más hermosa, limpia y mejor que el<br />

mundo real. 12<br />

El avance del liberalismo en la cristiandad en los últimos cincuenta años puede muy bien<br />

considerarse una victoria de la mentalidad sana en la Iglesia sobre la morbidez con que la vieja teología<br />

del fuego del infierno estaba más armoniosamente relacionada. Ahora contamos con congregaciones<br />

sinceras con predicadores más bien interesados en sacar de ella el agua limpia. Ignoran, e incluso<br />

niegan, el castigo eterno; e insisten en la dignidad del hombre antes que en su corrupción; consideran la<br />

continua preocupación de los cristianos de ideas anticuadas por la salvación de su alma como cosa<br />

12 “Mientras vivo, día a día, me vuelvo un niño desconcertado. No me puedo acostumbrar a este mundo, la procreación, la<br />

herencia, ver, oír, las cosas más comunes es una carga. La superficie afectada, borrada, educada de la vida, y los<br />

fundamentos amplios, obscenos, orgiásticos forman un espectáculo con el que no me reconcilia la costumbre”. R. C.<br />

STEVENSON, Lettres, II, p. 35.<br />

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