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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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"¡Oh, libertad soberana! ¡Oh, santa y bendita seguridad por la que me convierto casi en no susceptible<br />

de pecado!"<br />

»San Juan Climaco compartía el mismo sentimiento cuando afirma que la obediencia es una<br />

excusa ante Dios. De hecho, cuando Dios te pregunta por qué has hecho esto o aquello y le respondes<br />

"porque así me lo han ordenado mis superiores", no exigirá ninguna otra razón. Al igual que el pasajero<br />

de un buen barco con un excelente piloto no sufre en absoluto y puede dormir tranquilo, ya que el<br />

piloto se encarga de todo y "vigila por él", el religioso que vive bajo el yugo de la obediencia camina<br />

hacia el cielo como en un sueño, es decir, contando por completo con la conducta de sus superiores que<br />

son los pilotos de su barco y vigilan por él continuamente. Sin embargo, para un verdadero creyente no<br />

es poca cosa poder cruzar el mar tempestuoso de la vida sobre las espaldas y brazos de otro, y ésta es<br />

precisamente la gracia que Dios otorga a los que viven bajo el yugo de la obediencia; su superior<br />

soporta toda su carga [.. . ]. Un sesudo doctor afirmó que prefería pasarse la vida recogiendo hierbas<br />

por obediencia que afanándose por decisión propia en los trabajos de caridad más sublimes, porque se<br />

está seguro de seguir la voluntad de Dios haciendo cualquier cosa por obediencia, pero nunca se halla<br />

uno en el mismo grado de seguridad haciendo cualquier cosa por decisión propia.» 45<br />

Deberíamos leer las cartas en las que san Ignacio de Loyola recomienda la obediencia como la<br />

columna vertebral de su orden si pretendemos formarnos una completa idea del espíritu de sumisión. 46<br />

Son demasiado largas para citarías, pero la creencia de Ignacio está expresada tan vívidamente en un<br />

par de fragmentos que relatan los compañeros que, a pesar de haber sido citados frecuentemente,<br />

solicito vuestro permiso para repetirlos de nuevo:<br />

«Debería, al entrar en religión y a partir de ahora, ponerme completamente en las manos de<br />

Dios, y de aquel que toma Su lugar por Su autoridad. Habría de desear que mi superior me obligara a<br />

abandonar mi criterio y conquistar mi mente No debería diferenciar entre un superior y cualquier otro<br />

[...], antes bien, reconocer que todos son iguales ante Dios, cuyo lugar ocupan. En las manos de mi<br />

superior deberé ser cera blanda, algo de lo que se pueda solicitar lo que se quiera, ya sea escribir cartas<br />

o recibir. las, hablar o no hacerlo con tal persona, o cosas por el estilo, y deberé poner todo mi fervor en<br />

ejecutar celosa y exactamente lo que me encomienden. Habré de considerarme como un cuerpo sin<br />

inteligencia ni voluntad, ser como una masa de materia que sin oponer resistencia se deja colocar donde<br />

se quiera, como el bastón en las manos de un anciano que lo utiliza según sus necesidades y lo<br />

abandona donde le conviene. Así, pues, estaré bajo las manos de la Orden para servirla de la manera<br />

que encuentre más útil.<br />

«Nunca debo solicitar al superior que me envíe a un determinado lugar, ni realizar una tarea<br />

particular... tampoco debo considerar nada de mi propiedad y por lo que respecta a las cosas que<br />

utilizo, ser como la estatua que se deja moldear y nunca opone resistencia.» 47<br />

La cita siguiente es del padre Rodríguez y se encuentra en el capitulo que he citado hace un<br />

momento. Hablando de la autoridad del papa el padre Rodríguez escribe:<br />

«San Ignacio dijo, siendo general de su Compañía, que si cl santo padre le ordenase embarcarse<br />

en la primera barca que encontrara en el puerto de Ostia, cerca de Roma, y abandonarse a la mar, sin<br />

vela ni mástil, ni remos, ni timón, ni ninguno de los aparejos necesarios para la navegación y la<br />

subsistencia, no sólo obedecería prontamente, sino también sin ansiedad ni repugnancia, y pese a todo<br />

con una inmensa satisfacción interna.» 48<br />

45 Alfonso RODRIGUEZ, S. J., Pratique de la Perfeetion Chrétienne, part. III, tratado V. cap. X.<br />

46 Cartas II y CXX de la colección traducida al francés por Bouix, París, 1870.<br />

47 BARTOLI-MICHEL, II, p. 13.<br />

48 RODRIGUEZ, ya citado, parte III, tratado V, cap. VI.<br />

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