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Descargar libro - Manuel Requena

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predicase en su sinagoga. Fue el sábado siguiente a la maravillosa pesca que se había<br />

conseguido en el lago, y de la que el propio Jairo había sido un buen consumidor. Zebedeo y<br />

María, la suegra de Simón, exageraban seguramente al decir que había sido un milagro patente,<br />

pero lo que si podía testificar por sí mismo el arquisinagogo, es que había sido el pescado más<br />

sabroso que había comido nunca de aquel lago.<br />

Jairo era un hombre alto también en estatura física. El más alto del pueblo de Cafarnaúm y toda<br />

su comarca. En Galilea no había otro ejemplar humano de aquella envergadura. No solo por el<br />

rango del puesto que ocupaba, por su ‘estatus’ o por su papel religioso y social, sino<br />

especialmente por su aspecto y estatura física. Seguramente heredó y había desarrollado<br />

aquellos genes de raza que dejó el rey Saúl, porque como él, le sacaba una cabeza entera a los<br />

más altos y fornidos mozos de su pueblo.<br />

También en el amor a Dios era un gigante. Imposible querer en su tiempo y lugar como quería<br />

aquel hombre. LaTorá lo había preparado para amar con el esmero con que el Antiguo<br />

Testamento preparó al pueblo de Dios para recibir la Nueva Ley, y en él la expectativa no fue<br />

vana, sino que cuajó en el fruto selecto de su especie. Supo, como sabe el fruto de un árbol en su<br />

momento para continuar su especie, deshacerse de la cáscara que cubre la semilla y dejar<br />

asomar de su pulpa, -que contenía el auténtico néctar de la ley-, la nueva simiente. Jairo, el<br />

arquisinagogo de Cafarnaúm fue un hombre inteligente y un personaje auténtico, en ‘quien no<br />

había engaño’, como dijo Jesús de aquel Natanael cuando se le acercó y lo llamó al camino.<br />

Bastaría con decir que era un “hombre bueno” de Israel, el hombre bueno del pueblo de Naúm,<br />

Cafar-naúm. Amigo de todos, los pobres y los ricos, los nuevos y los viejos vecinos, los estables<br />

y los que solo iban de paso, que en su época llegaron a ser muchos.<br />

Cafarnaúm había crecido con él, hasta llegar a lo que era ahora, un lugar de encuentro de todos<br />

lo caminos que unían el norte con el sur; frontera entre dos reinos, el de Herodes y el Filippo;<br />

paraje entrañable de pesca, artesanía y comercio, donde descasaban los que iban o venían de<br />

camino, desde el interior, al norte del lago Tiberíades o Mar de Galilea, hacia Jerusalén, o desde<br />

el sur hacia la costa, hacia Caifa, Cesaréa o Joppe, Sidón o Tiro. Por el servicio de Jairo, contaba<br />

además con la mayor sinagoga de la región. La más grande por el espacio de sus salas de<br />

piedra, y por el número de <strong>libro</strong>s que guardaba. Su entorno era un espacio abierto, bordeado de<br />

suaves colinas, donde el Jordán descansa convertido en un piélago, antes de aventurarse en el<br />

desierto, para llegar al otro mar de la Arabá o Mar Muerto. No había un sitio más fértil ni más<br />

rico en pesca o en agricultura, en comercio de sedas, maderas y ganados, en toda Galilea, ni en<br />

Judea.<br />

Jairo era un personaje en aquel pequeño pueblo que se había hecho grande. No era un escriba<br />

estirado y pomposo, sino que, contagiado de la apertura ecléctica que brota y crece en los cruces<br />

de caminos, como brota la niebla en los húmedos valles del Jordán, el arquisinagogo Jairo, era<br />

amigo de todos los que iban y de los que no iban regularmente a la sinagoga, de los que tenían<br />

negocios lícitos y limpios según ley, y de los que no lo eran tanto. Ya le habían llamado la<br />

atención desde el Sanedrín de Jerusalén por ser amigo de los pecadores y de los no piadosos,<br />

pero no llevaron a más la advertencia, porque había conseguido con ese estilo suyo, que el<br />

centurión Cornelio construyera la nueva sinagoga de piedra caliza blanca, casi a su sola costa,<br />

según las instrucciones que él mismo Sanedrín había dado a los arquitectos y obreros. También<br />

había contado con la ayuda de otros hombres ricos del pueblo, entre ellos Juan, el de la fuente<br />

termal, que no era precisamente un santo.

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