Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
arte de un espíritu de sabiduría, de prudencia y habilidad manual para todos los oficios. Moisés<br />
en el desierto, durante el Éxodo y después de bajar del monte, le había encargado a su familia la<br />
confección del Arca Sagrada, el primer signo de habitáculo permanente de Dios entre los<br />
hombres, según las instrucciones que allí recibió. Y lo hizo bien. Muy bien.<br />
Desde entonces su descendencia se dedicaba a todos los oficios manuales. Uno concretamente<br />
era carpintero famoso, en un cercano pueblecito Galileo. Pero Eliud y su familia, se dedicaban a<br />
la confección de todo lo necesario para la pesca en el lago de Galilea. Redes, velas, aparejos,<br />
anzuelos, sedales, cabos y cabezales……... De todas las riveras venían a encargarle aquellos<br />
utensilios que hacía como nadie. Gente de Corazaín, de Cafarnaúm, de Genesaret, de Magdala o<br />
Tiberíades, y hasta de Tiro, Tolemaida y Joppe, en el Mar grande, venían como amigos a su<br />
casa. Al hacer el encargo, siempre le traían buen pescado, y noticias frescas de toda la región.<br />
Desde hacía dos meses trabajaban en el encargo de su amigo Zebedeo, el pescador de<br />
Cafarnaúm, que estaba ampliando su flotilla porque sus hijos ya debían independizarse. Jacob y<br />
Juan eran pescadores desde que nacieron. Ese era su oficio, y pensaban que lo serían para<br />
siempre. Su padre les había enseñado bien el arte, y su madre Salomé, les había inculcado desde<br />
niños el temor de Dios. Antes de salir a la faena, siempre encomendaban al Señor de las Aguas<br />
su trabajo, y les iba bien. El temor de Yahvé, junto con la sabiduría práctica de Zebedeo, no solo<br />
les traía buena pesca, sino que pronto empezaron ambos a sentir algo especial cuando se<br />
hablaba de Mayim Hayim, el dueño de “Las Aguas Vivientes la fuente de toda energía y<br />
gloria creativa. (El Cantar de los Cantares 4:15). O de su Mesías prometido cuando se oraba en<br />
la sinagoga, o cuando se encomendaban a Él como salvador en la tormentas del lago.<br />
Unos hombres de trabajo en la red, una gente sencilla del pueblo, que ni por asomo se había<br />
planteado su tiempo como si fuera la plenitud del tiempo para todos los hombres. Menos aún<br />
pudieron sospechar que aquel hombre vestido de blanco que llevaba unos días rondando la<br />
playa, fuera nada menos que aquel Mesías, el Rey de Israel, el Señor de los hombres, el Hijo de<br />
Dios, el fruto maduro de la historia de la humanidad.<br />
Zebedeo, acostumbrado a observar los signos de la atmósfera, las calmas y tormentas del cielo,<br />
del lago y de los hombres, había notado que sus muchachos llevaban ya algún tiempo inquietos.<br />
Y no era por la pesca, ni por las redes nuevas, ni por el nuevo acuerdo de sociedad con Simón y<br />
su hermano Andrés, o el proyecto de ampliar la flota. Todo eso podría haber puesto nervioso a<br />
un joven, pero no era ese tipo de nerviosismo creativo el que tenían sus hijos… Se parecía más<br />
bien a ese estado de ausencia de la realidad, de ‘vivir en la luna’ que tienen los enamorados.<br />
Pero a Zebedeo no le habían dicho nada, y pronto se dio cuenta de que esto era otra cosa. Más<br />
que otras veces en que el paso de un predicador fino los había puesto de cara al misterio de<br />
Dios y de espalda a las redes, esta vez su inquietud por el ‘reino de los cielos’ los tenía del todo<br />
cogidos. No hablaban de otra cosa.<br />
Después de su peregrinación a la orilla del Jordán, más abajo del lago, donde el nuevo Profeta<br />
de Dios, Juan el solitario, el hijo de Zacarías e Isabel que bautizaba con agua del río, vivía en el<br />
desierto, comía langostas y miel, y se vestía con pieles, ya no habían vuelto igual. Algo les había<br />
pasado allí a los jóvenes que ya no eran los mismos. No comían como antes, ni reían como<br />
antes, ni siquiera tenían el mismo interés que antes por la pesca, por el trabajo, por las barcas, ni<br />
por las redes, aunque fuesen nuevas y más grandes. Sus ojos brillaban de un modo muy<br />
especial, y trajeron encerrado en el pecho, algo que semejaba el misterio profundo del lago.