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Descargar libro - Manuel Requena

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una voz amiga, potente, iluminante, que no supo si venía de fuera, donde estaban los hombres,<br />

o de dentro de su propia conciencia, donde se estaba produciendo aquella explosión de luz:<br />

“¿Ves algo? le preguntaba Jesús a la vez que retiraba las manos de su cara y lo dejaba solo,<br />

respirando. Cleofás no sabía lo que era ver. Abrió los párpados despacito, y trató de fijar su<br />

atención a través de la humedad de saliva que aún quedaba en sus ojos, sobre el mundo vivo<br />

que adivinaba siempre, más allá de sus propias manos, por los sonidos que le llegaban de el. La<br />

nueva sensación que le llenó toda su mente era tan rara, tan sin vinculación alguna con algo que<br />

hubiera sentido antes, que no fue capaz de coordinar palabra. Era como nacer de nuevo, y<br />

comprendió que su madre no lo había dado a luz sino a sombras. Ahora había llegado la luz.<br />

¡Aquello era la luz! Y en medio de la nueva sensación que entraba por sus ojos trayéndole hasta<br />

dentro lo que ya conocía, pero de una forma totalmente nueva, completa, sin ruido ni tacto<br />

alguno, lo primero que vio, -contaba Cleofás hasta su muerte-, fueron dos soles, que le estaban<br />

atravesando los ojos y todos los recuerdos de su vida entera. Eran los ojos de Jesús clavados en<br />

los suyos, preguntando y respondiendo a la vez. No supo qué decir. Cleofás miró al camino<br />

grande que no estaba muy lejos, sintió venir mucha gente por el. Recordó las palabras que el<br />

mismo Maestro le había enseñado sobre los hombres cuando estaban los dos solos en el bosque<br />

de su finca. Se arrimó a Jesús, se enganchó de su brazo, apoyó la cabeza en su hombro y<br />

mirando al camino, a la gente que venía, dijo:<br />

"Veo hombres, y los veo como si fueran árboles, que andan".<br />

Estuvieron un rato en silencio, mirando al camino y al gentío que se acercaba, mientras aquellos<br />

ojos se iban acostumbrando a la luz. Cleofás movía despacio la cabeza hacia arriba y hacia<br />

abajo, a la derecha y a la izquierda, dejando que penetrara por sus ojos hasta lo más hondo de<br />

su alma, aquella vibración nueva que le traía en sus ondas la noticia de todas las cosas. Sus ojos<br />

estaban tan abiertos y abultados que parecían haberse duplicado en su tamaño. Los glóbulos<br />

hundidos hasta entonces, parecían salirse de sus órbitas. Como si fueran unos nuevos dedos y<br />

quisieran ir a tocar las cosas. Lo que Cleofás había hecho hasta entonces y sabía hacer muy bien,<br />

era tocar, pero no sabía ver, ni que para ello solo había que abrirse y recibir, no había que hacer<br />

nada más, porque la luz del sol traía hasta dentro de uno la noticia. Jesús vio su problema, y de<br />

nuevo le impuso las manos como antes, impulsando hacia dentro, hasta su sitio, las esferas<br />

brillantes de Cleofás. No fue necesaria otra cosa. Cuando se abrieron otra vez los párpados,<br />

aquellos ojos eran nuevos, y Cleofás, comenzó a ver perfectamente. No solo empezó a ver, -dice<br />

su amigo evangelista Marcos- sino que recobró la vista de una forma que veía de lejos todas las<br />

cosas.<br />

Las de arriba y las de abajo, las cielo y las de la tierra, las de los hombres y las de Dios. Y supo<br />

al fin lo que significaba su nombre de Cleofás en hebreo, “Esclarecido de Dios”, que lleva la luz<br />

de Dios, iluminado por Dios, capaz de ver las cosas de Dios con sencillez y claridad. Algún<br />

tiempo después, el mismo Jesús le cambiaría ese nombre, por otro de una raíz extraña, pero tan<br />

cierta como que ahora estaba viendo las cosas desde lejos. Con desinencia árabe, le llamaron<br />

“Indalo” que significa “igual al Maestro”. "Hombre de luz"<br />

Cleofás hizo el intento de ir hacia la gente que venía por el camino. Necesitaba contar lo que<br />

estaba pasando, lo que estaba viviendo, y comprobar con el tacto y el oído que aquello que veía<br />

era la verdad de las cosas. Pero Jesús no lo dejó. Lo cogió de su brazo, lo miró a los ojos, le<br />

señaló en camino hacia el norte, hacia donde empezaba el bosque y “lo envió a casa, diciéndole:<br />

--"Ni entres en la aldea". “Vete de nuevo solo hasta tu bosque, y aprende a verlo todo con los

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