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Descargar libro - Manuel Requena

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Al final de la lucha entre la ley y el amor, cuando el gentío se fue, Jairo quedó en su casa con<br />

María su esposa y con su hija viva. Entonces empezaron a cumplir, no sin dificultades, el<br />

segundo mandato del Maestro, "dadle de comer a la niña". No tenía problemas materiales, porque<br />

en su casa no faltaba nunca la comida, sino que por la inercia de la dieta exagerada que habían<br />

llevado hasta entonces, y por la nueva situación no sabían qué darle de comer a una niña<br />

resucitada. Jesús no les dijo qué alimento tenían que darle, y durante la enfermedad todo el<br />

mundo se atrevía a recetar una dieta. "Dadle de comer esto" decían unas, y otras decían, "no, no,<br />

mejor aquello"... con el terrible resultado que había sufrido hasta su muerte. Por eso ahora la<br />

cosa no fue tan sencilla. A Jairo y su familia, por su estilo de maestro de la Ley judía, fariseo, y<br />

un tiempo monje esenio, le causaba escrúpulos terribles la alimentación. Mucho tiempo y cariño<br />

gastaron padre y madre discutiendo entre ellos lo que debía comer aquella niña, y cual sería el<br />

criterio de Jesús cuando dijo simplemente, “dadle de comer”. Hasta que se dieron cuenta de que<br />

su “niña”, como niña, como hija consentida y envuelta en celofanes, había muerto para siempre.<br />

El Maestro les había devuelto una mujer, con una extraña y enorme libertad, que podía y quería<br />

comer de todo lo que hubiera en el mundo para ser comido. Nada era ya impuro para ella. Fue<br />

uno de los regalos que trajo consigo, cuando volvió de su viaje al más allá, la libertad de todas<br />

las cadenas de comer y beber, de tocar y mirar.<br />

También Jairo y su esposa empezaron ese día una etapa distinta de sus vidas. No sería<br />

adecuado decir que `profana', pero desde luego no se parecía a lo que habían soñado durante<br />

tantos años para su santa ancianidad. Las gracias que dieron al Maestro por el renacimiento de<br />

su hija, apenas fueron la reacción normal de 'educación', que hubiera hecho cualquier bien<br />

educado de su tiempo. Pero su estirpe verdadera, la que los iba a manifestar como un hombre y<br />

una mujer 'bien nacidos' estaba por llegar aún. Se lo explicaría su maestro Nicodemo algún<br />

tiempo después. Toda la estirpe de su nacimiento genético en el pueblo de Dios, en el templo de<br />

Dios, en la raza de Abraham, se les quedó pequeña cuando aquel amor de su vida, la niña<br />

renacida por la fuerza de la Palabra, terminó de comer, y empezó a pensar. Desde que decidió<br />

ponerse a los pies del Maestro, nada fue igual para Jairo en su casa. La niña ya no volvió niña,<br />

sino mujer, los rabinos, los sacerdotes, los fariseos que apoyaron su candidatura para que<br />

llegara a ser jefe de la sinagoga, se fueron retirando, y algunos incluso enfrentandose<br />

abiertamente a él. Ya casi no podía orar en la sinagoga, ni por los del sanedrín, que lo tenían en<br />

cuarentena, ni por su propio gusto, porque había encontrado su templo auténtico en si mismo, y<br />

en el camino de su casa hasta el mar y del mar a su montaña. Salía en la mañana recitando<br />

salmos " El Señor es mi pastor nada me falta......" "su vara y su cayado me sosiegan....". Se le unían a<br />

veces su hermano y Berniké, sus vecinos, que habían rehabilitado la casa que hicieron para<br />

amarse.<br />

Al volver de la playa, entraban en casa de Simón el pescador, al que llamaban Pedro. Allí<br />

siempre había alguien orando, esperando al Maestro, pidiendo algo a Yahvé, o simplemente<br />

contándose las cosas que había hecho con ellos Jesús. Aquella ‘protoiglesia’ descubrió en<br />

origen, que hablar entre hermanos de ‘las cosas de Jesús’, producía presencia, su presencia viva,<br />

definitiva, entre los hombres.<br />

Honestamente, como era, Jairo puso la dimisión del cargo de Arquisinagogo ante el Sanedrín,<br />

que aceptó asustado. Y sin darse cuenta, su petición aceleró el fin de aquel hombre que se había<br />

presentado como Mesías Salvador de Israel. Los sumos sacerdotes, ante su dimisión,<br />

confirmaron lo que venían apreciando en el pueblo. “Todo el mundo se está yendo con Él. Esto

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