Descargar libro - Manuel Requena
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que luego serían realidades en fruto, pero que ya estaban siendo promesa efectiva en su brote y<br />
su flor. También las higueras habían brotado muy pronto ese año. A primeros de marzo ya<br />
tenían todos sus blancos brazos, desnudos en invierno, cubiertos de su gama infinita de verdes,<br />
desde los muy claros en los primeros brotes, hasta los casi negros, cuando la hoja crecida<br />
arropaba las primeras brevas, brotadas, pero que apenas tenían el tamaño del pulgar de un niño<br />
en la base de cada hoja. No había ninguna higuera como la higuera negra de Anás en toda la<br />
comarca. En verano daba higos rayados y grandes, que duraban hasta el otoño, y en primavera<br />
las brevas más dulces y gruesas del país. Anás lo sabía, y presumía de ello. Contaba a sus<br />
amigos que regaba su huerto, con el mismo venero de agua que llenaba la piscina milagrosa de<br />
los siete pórticos, la de Bezatá, y que por eso, todas las hortalizas y frutos de sus árboles frutales<br />
eran tan extraordinarios. Había prohibido a sus sirvientes y jornaleros que tocasen la higuera.<br />
Ni siquiera cuando él ya se había hartado de las primeras brevas, y después de los higos, podía<br />
tocarla nadie si no estaba él delante. Prefería incluso que los pájaros se comieran sus higos, que<br />
se abrieran y llenos de gusanos cayeran al suelo para alimentar luego a sus cerdos, a que nadie<br />
que no fuera él, o estuviera con él, comiera de esa higuera. Solo Anás cogía esos higos, porque<br />
eran como un signo de su identidad. Casi todos los años tenía problemas con los peregrinos que<br />
llegaban por el camino a las fiestas de Pascua, porque la tentación era grande, especialmente a<br />
la vuelta. En los años tempranos, cuando algunas brevas, si no podían comerse directamente,<br />
por lo menos podían hervirse aún verdes en almíbar, con canela y especias, para comerlas con<br />
carne de membrillo y almendras tostadas, convirtiéndolas en uno de los postres más exquisitos<br />
de la tierra, la higuera era una tentación permanente. Cuando aquella mañana pasó Jesús con<br />
sus discípulos delante del huerto de Anás, donde estaba la higuera, faltaban tres días aún para<br />
comer la Pascua. El Maestro, que había soportado la tentación de comer, durante cuarenta días<br />
en el desierto, no quiso aguantarse ante la higuera. Se salió del camino, y decididamente entró<br />
en el huerto, se acercó a la frondosa higuera, y empezó a buscar. Los discípulos quedaron<br />
extrañados. Aunque la mayoría eran pescadores, todos sabían que aún no era tiempo de higos.<br />
Pero a la vista de las obras de Jesús, ¡cualquiera se atrevía a decir nada! Fueron tras Él, porque<br />
sabían que entrar en aquel huerto traería problemas, y cuando llegaron debajo de la higuera, se<br />
llevaron la mayor sorpresa de su incipiente vida de discípulos. Lo oyeron claramente. ¡El<br />
Maestro bueno estaba maldiciendo porque no había encontrado ningún higo!<br />
Al día siguiente, al salir de Betania, Jesús sintió hambre. Viendo desde lejos una higuera que tenía<br />
muchas hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; pero al llegar sólo encontró hojas, pues no era<br />
tiempo de higos. Entonces dijo a la higuera:-"Nadie coma jamás fruto de ti".<br />
Y lo oyeron sus discípulos. (Mc 11, 12-14)<br />
La inusual y casi irracional conducta de Jesús que nos cuenta Marcos en el episodio de la<br />
higuera, puede entenderse en el papel de cumplimiento exacto de las profecías que Jesús estaba<br />
asumiendo. En realidad no eran brevas lo que buscaba. Aunque tuviera hambre física, Él sabía<br />
aguantarla bien. La clave nos la da el profeta Miqueas. Así como sirvió de referencia su profecía<br />
a los escribas de Jerusalén para contestar a los magos de oriente sobre el lugar donde habría de<br />
nacer el Mesías, así serviría ahora para que los que habían de salvarse supieran que el reino<br />
estaba allí, cercano, y que el tiempo se había cumplido.<br />
¡Ay de mí, que soy como un espigador en verano, como un rebuscador tras la vendimia! No hay<br />
un racimo que comer, ni un higo temprano que apetezco tanto.<br />
La lealtad ha desaparecido del país, no queda un hombre justo. Todos acechan para verter sangre;<br />
el hermano a su hermano para ponerle trampas. Sólo emplean las manos para hacer el mal: los<br />
funcionarios exigen recompensas, los jueces se dejan sobornar por regalos, los poderosos<br />
manifiestan sus ambiciones.(Miq.7,1-3)<br />
Seguramente entre los escribas y maestros de la ley, había todavía en Jerusalén algún