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Descargar libro - Manuel Requena

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Su gran debilidad personal, eran los niños. Cuando Nicolás llegaba a un pueblo, los mayores<br />

sabían que había llegado porque los niños desaparecían de sus casas y de los sitios habituales de<br />

juguesca o trabajo. Pero no había que buscarlos muy lejos. Aparecían siempre rodeando al<br />

vendedor de ilusiones que, sentado tranquilamente en la plaza, les contaba historias, les<br />

enseñaba juguetes raros de niños de otros países, con algún dulce siempre asegurado. Antes de<br />

vender o comprar nada en el pueblo, Nicolás se enfrentaba a los niños. Sabía que eran el mejor<br />

baremo de la forma de vivir de un pueblo, y de lo que allí podría comerciar. ¡Peculiar forma de<br />

concebir el comercio, que marcaría eternamente su destino!<br />

Nicolás era más bien gordito, sin pasar ni un jeme de los cuatro codos de estatura, -unos ciento<br />

setenta centímetros de nuestro sistema métrico decimal-, con pelo largo, abundante, negro,<br />

ensortijado, que brotando desde una frente amplia, bordeaba pómulos y cara, hasta hacerse<br />

barba abundante. Cubría la cabeza entera, con un gorro muy particular conseguido en sus viajes<br />

por el Mediterráneo. Una especie de capucha roja, que se prolongaba en el cogote y, formando<br />

un cuerno de la abundancia, caía sobre al hombro, acabando en una borla blanca. Sus ojos<br />

enormes, muy raros de color, y sus movimientos vivarachos, le daban un aspecto infantil que<br />

inspiraba confianza. Y era siempre capaz de hacer verdad lo que decía. Como vestía de rojo<br />

vivo, y las mulas del carro de viaje llevaban cascabeles, desde lejos se sabía que llegaba Nicolás,<br />

y la fantasía enmohecida de las gentes comenzaba a producir destellos. Esa ilusión que encendía<br />

la fantasía de la gente, era su piedra filosofal. Lo que tocaba con ella, lo convertía en dinero. Ya<br />

era rica su familia antes de que él desarrollara aquella nueva forma de comercio en el camino,<br />

pero él multiplicó por veinte su fortuna. Era comerciante de ilusiones, pero cuando conoció a<br />

Jesús, Nicolás se dio cuenta que a su propia estrategia comercial le faltaba algo. Todo lo que<br />

hasta ahora vendía, apenas duraba hasta que se iba. Y eso que traficaba con lo mejor. Pero así<br />

son las cosas del comercio de la tierra y la ilusión que crean. Tienen que romperse y gastarse,<br />

para dejar su sitio a una nueva ilusión. Lo que el carpintero nazaretano prometía era distinto.<br />

¡No tenía fin! Nicolás se dio cuenta, y quiso poseer la vida eterna. La deseó intensamente, y<br />

quiso conseguirla como él era, apasionado en todo. Con demasiada prisa se acercó a la fuente de<br />

esa vida. Llegó corriendo y se fue corrido, más aprisa aún. Se arrimó con cara de niño bueno, a<br />

pesar de sus barbas pobladas y su cabellera rizada, luciendo su mejor gesto de cumplidor de la<br />

Ley, pero salió con el ceño fruncido del hombre que sabe medir un negocio. Seguramente<br />

pensaba, como cualquier buen judío, como cualquier buen hombre, que ser rico es un regalo de<br />

Dios. Y en verdad lo es en una medición normal de cosas de la vida. Pero con Jesús, que es la<br />

pura novedad del amor, nunca se sabe lo que Él puede pedir, y por eso al acercarse a Él<br />

conviene estar preparado para entregarlo todo, porque su petición es la medida exacta de la<br />

vida que va a regalar. De aquel joven rico que buscaba el bien magnífico de la vida eterna, Jesús<br />

quiso algo más de lo que él estaba dispuesto a dar en ese momento. Le propuso con toda<br />

claridad que conociera su amor. Y le regaló un anticipo en la mirada profunda con que lo<br />

miró. Le propuso que iniciara desde ese momento el gran negocio de su vida: ¡Y obtendría un<br />

tesoro en el cielo! Le propuso la estrategia perfecta del gran negocio de ser hombre; tras su<br />

mirada de amor le dijo, “vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y vente conmigo.<br />

Sígueme”. No era nada fácil cumplir aquel mandato. Nicolás le pidió la vida eterna, e iba a<br />

necesitar una eternidad para cumplir aquello. Vender una fortuna como la suya, con la<br />

complejidad de negocios que tenía, necesitaría años. Y repartirla, posiblemente más años aún. ¡Y<br />

el seguimiento……! Una cosa, pensó Nicolás, era decirle al diablo: ¡“Sal de él”!, o a un impedido<br />

¡”levántate y anda”!, y otra cosa distinta era liquidar su enorme patrimonio, y repartirlo además<br />

entre los pobres. Frunció el ceño, y pensó que aquel hombre no entendía del comercio. Vender<br />

primero, y repartir después entre los pobres, le llevaría toda una vida. Y siendo tanta su fortuna,

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