Descargar libro - Manuel Requena
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Cuando sus hijos y Simón volvieron a los pocos días, todos venían cambiados. O Zebedeo<br />
estaba ya muy torpe, o es que todos aquellos que se habían ido con Jesús, ya no andaban igual,<br />
ni miraban igual, ni hablaban igual, ni de las mismas cosas. Ni siquiera se llamaban igual. A<br />
Simón le llamaban Pedro, a sus hijos Santiago y Juan, Él les llamaba "Boanerges" -los hijos del<br />
trueno-, a Leví, el recaudador de impuestos que tantos disgustos le había dado a Zebedeo por<br />
su intransigencia en el cobro de las tasas, ahora le llamaban Mateo. Y es que aquél hombre<br />
odioso, también dejando el telonio, y todo lo que tenía, se había unido al grupo, y no para<br />
cobrar ni llevarles las cuentas. Además se habían unido otros de Betsaida al grupo principal, y<br />
no solo estaban ya sus hijos, con Simón y Andrés, Felipe y Mateo, sino que había más gente,<br />
Bartolomé, Tomás, Santiago el del Alfeo, Tadeo, Simón el cananeo… y otros muchos.<br />
Zebedeo los conocía a todos, pero el viejo pescador se quedó solo. Se fueron sus hijos, sus<br />
socios, e incluso su mujer le pidió permiso para irse con ellos y cuidarlos, para ver en qué<br />
quedaba aquello.<br />
Lo que no quiso asumir desde el principio de la sociedad con Simón y Andrés, tuvo que<br />
asumirlo ahora casi a la fuerza. No solo tenía que decidir sobre las cuestiones de pesca, de<br />
aparejos, de pagos, sino sobre todos los jornaleros que tenían que salir cada día a la mar. Sobre<br />
sus jornales, sobre su relación con aquella sociedad que ya no era la misma. Y por si fuera poco,<br />
la familia de su socio Simón, que ahora llamaban Pedro, venía cada día a recoger la parte que<br />
les tocaba, para poder alimentarse. Gracias a que María, la pequeña e incansable vendedora,<br />
suegra de Simón, ayudó durante mucho tiempo a la venta en el pueblo del pescado. Zebedeo<br />
vendía en la playa y ella en el pueblo. Nunca les faltó nada.<br />
Curiosamente Zebedeo no se volvió a enfadar. Si en su precaria y corta ‘jubilación’, había<br />
aparecido como un hombre tranquilo y maduro, lo que un judío llamaría un hombre justo y<br />
sabio, ahora, reincorporado al trabajo del Lago, lo era mucho más. ¡Y eso que no paraba! Su<br />
pequeño protegido Samuel, el muchacho paralítico, después de su encuentro personal con el<br />
Maestro, fue su mano derecha, colmando todo lo que el hombre había soñado para sus hijos.<br />
Tres años y medio estuvo trabajando de nuevo en la pesca, sin sus hijos pero con jornaleros que<br />
eran como hijos. Jesús y sus discípulos iban y venían constantemente a su casa y a la de Simón,<br />
porque sus casas eras del Maestro, y el Maestro los tenía como su propia familia.<br />
Así lo comprendió un día Zebedeo en que empezó sentir el reino de Dios, nuevo entre la gente<br />
sencilla de aquellas riberas del lago. Era comienzos del otoño, y había sido un verano muy duro.<br />
Jesús con sus hijos habían venido de una larga caminata y se notaban cansados, porque con<br />
tanta gente que les seguía y los atosigaba no tenían tiempo ni para comer. Todos los que le<br />
seguían y los íntimos del pueblo, se habían sentado en la sala grande de la casa de Pedro. Hacía<br />
varios meses que Zebedeo no veía a sus hijos, ni a Jesús y los otros discípulos. ¡Qué delgados<br />
estaban! Parecían gente de otro mundo, curtidos por los aires del verano, estaban mas negros<br />
que cuando pescaban a pleno sol en el lago. Habían adelgazado mucho, quizás por el mucho<br />
andar, pero quizás más aún por la poca comida.<br />
Como de costumbre, la gente se enteró de que habían llegado y se reunió en la puerta. Jesús, sin<br />
comer ni lavarse siquiera del viaje, se sentó con ellos y empezó de nuevo a hablarles. Su palabra<br />
no era como una predicación de rabino, sino que preguntaba a cada uno por sus cosas, y eso le