Descargar libro - Manuel Requena
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en ella. A toda prisa se quitó la ropa de paralítico que se le había quedado pequeña a su<br />
nueva estatura, se zabulló en una túnica de su hermano, y salió otra vez corriendo hacia la<br />
playa, dando saltos y haciendo las cabriolas más raras del mundo, dándose con los talones en<br />
sus nuevas posaderas, hasta que se tiró de cabeza al mar. Desde la esquina de la casa de<br />
Pedro lo veían nadar, dar volteretas en la orilla del agua y levantar las manos hacia el cielo. A<br />
más de uno se le escapó una lágrima, y a todos les invadió una sensación de sana envidia y<br />
admiración extrema. Limpio de pecado, estrenando piernas, y con una alegría contagiosa,<br />
sembró para siempre aquella orilla del Lago de Genesaret de esa especie de halo misterioso<br />
que los peregrinos aún hoy sienten.<br />
Era la alegría a la que Jesús se refirió dos años después, cuando recién resucitado se apareció<br />
a las mujeres galileas que le habían seguido desde aquella misma región, y que habían sido<br />
testigos de la escena- como Salomé la mujer de Zebedeo— cuando un ángel les dijo:<br />
“Id y decidle a Pedro y los discípulos, que irá delante de vosotros a Galileia,- o<br />
Galiluya, la tierra de la alegría- Allí le veréis como os dijo" (Mc 16,7)<br />
Uno de los primeros que “lo vio” en Galilea, incluso antes de resucitar para todos, en la<br />
‘alegría’ inmensa de su pascua personal, fue precisamente Samuel, el que había sido<br />
paralítico y, cumpliendo sus sueños, se había hecho desde el día siguiente de su curación,<br />
pescador del lago en las barcas de Pedro y Zebedeo.<br />
Aunque ya no se mencionen más en el Evangelio, ni él ni sus cuatro amigos, son parte<br />
importante del anuncio de la alegría en la iglesia para siempre. Su trabajo humilde en la<br />
pesca sirvió para mantener no solo a Zebedeo, sino también a la familia de Pedro, y a todos<br />
los del grupo íntimo de Jesús, que eran servidos por las mujeres de Galilea con la ayuda<br />
económica recibida de la familia del Lago Tiberíades. Realmente fueron aquella base<br />
innominada de gente sencilla, que mantuvo la vida de la primera Iglesia.<br />
Tres años después de su curación, a los pocos días de morir Jesús, y cuando la noticia de su<br />
resurrección de entre los muertos se estaba extendiendo entre la gente de toda la región como<br />
un rayo, Pedro y Andrés, Juan y Santiago, Tomás el mellizo y Natanael, con otros dos<br />
discípulos volvieron a Cafarnaúm. Las barcas estaban preparadas, y salieron a pescar, pero<br />
no pescaron nada en toda la noche. Quizás habían perdido ese olfato de profesionales de la<br />
pesca. El pequeño, ahora grande, Samuel, se había quedado en la orilla y fue testigo de un<br />
hecho más extraordinario que el de la pesca milagrosa que nos cuenta S. Juan en su<br />
Evangelio de luz, o que el de su propia curación. (Jn 21, 1-23)<br />
En la moraga que preparó Jesús sobre la playa, después de resucitar, cuando los discípulos<br />
salieron a pescar una noche por capricho de Pedro, y no pescaron nada, ocurrió un fenómeno<br />
extraordinario. Nadie reconoció físicamente a Jesús. Nos cuenta el propio Juan que cuando<br />
después de la indicación del hombre que estaba en la orilla, y había preguntado si tenían<br />
pescado, sacaron las redes llenas con ciento cincuenta y tres peces grandes, vieron que<br />
sobre unas brasas encendidas en la playa, ya había pescado y pan caliente. Siempre me ha<br />
llamado la atención esa escena, y me he preguntado muchas veces de dónde sacaría Jesús<br />
aquellos peces y el pan, porque a Él no le gusta hacer milagros si tiene hombres cerca que<br />
hagan el trabajo. No es que no pudiera simplemente extender la mano, y llenar la playa de<br />
peces, pero a Él le gusta vincular en sus cosas a la gente que quiere. Hasta que conocí al