Descargar libro - Manuel Requena
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día decretaron su muerte. Se cumplió. Tres días después de su encuentro con José de Arimatea<br />
y María en el templo, crucificaron a Jesús a la hora de tercia, y a la hora de nona entregó su<br />
espíritu al Padre, muriendo en cruz. José, casi sin saber lo que hacía le pidió su cuerpo al<br />
gobernador Pilatos, que conociendo a su vecino rico, y lo que le debía, se lo entregó en cuanto<br />
comprobó la realidad de su muerte por uno de sus centuriones de más confianza. El de<br />
Arimatea, con la ayuda de los que eran de Jesús y estaban cerca, bajo la supervisión del<br />
centurión romano, lo bajaron de la cruz, lo envolvieron en un sudario nuevo, que había traído el<br />
propio José, y el escriba prudente que conoció el amor, cedió su propio sepulcro preparado en la<br />
roca de su huerto y jardín cercano al pretorio y al lugar de la ejecución, para sepultarlo. La<br />
tumba era una cueva primorosamente tallada en la falla de roca que asomaba como un<br />
promontorio, redondeado por la acción de la intemperie, que caprichosamente lo había labrado<br />
con la forma de un cráneo enorme. Le llamaban por eso el monte de la calavera, o ‘kranion’ en<br />
griego y o Gólgota en hebreo. En la cocorota misma de la roca con sus vetas verdosas de<br />
mineral de cobre y malaquita, habían hecho los romanos unos huecos en los que estaban<br />
clavados y ajustados los palos verticales que se convertían en cruces con el travesaño<br />
transportado por el propio reo condenado a ese tipo de muerte ejemplarizante. Ajustados en la<br />
roca, e hinchados por el agua, la sangre, los sudores, orinas y heces de los reos, los maderos se<br />
habían ajustado de tal forma a la roca que era imposible sacarlos sin destruirlos. En la misma<br />
falla de roca, muy cerca del calvario, bajo una pequeña capa vegetal que servía de huerto de<br />
hortalizas y de jardín de flores, José le había encargado al mejor cantero que conocía, la<br />
excavación y talla de su propia tumba en la roca, sobre un nicho de la cantera existente. Se<br />
cerraba el sepulcro con una gran piedra redonda como una moneda gigante. El cantero se<br />
llamaba Juan, y su esposa María. Sin pasarle proyecto alguno de arquitecto, con su sola<br />
intuición y las indicaciones precisas de José, Juan realizó la obra. No era demasiado ostentosa<br />
para lo que se llevaba entonces entre los nuevos ricos de Jerusalén, pero si lo suficiente para que<br />
el escriba se sintiese orgulloso de ella. Y también el cantero se sintió orgulloso. Al poco tiempo<br />
de terminar el sepulcro, Juan recibió el encargo de construirle a José de Arimatea una enorme<br />
casa en piedra de sillería, y adosada al muro de Jerusalén que iba desde el templo a la torre<br />
Antonia, con las mejores vistas al camino que llegaba del norte por Betsaida, y cruzaba el<br />
Cedrón. Para Juan era el mejor encargo de su vida, porque José, símbolo de la clase emergente,<br />
era mirado con envidia por todos los ricos. Estaba seguro de que si hacía bien aquella obra, la<br />
puerta para salir de la pobreza estaba abierta para él. Ya sabemos lo que le pasó. Sus sueños<br />
quedaron truncados. Su amor y honradez, pobre pero grande, eran el paradigma de los "pobres<br />
de Espíritu" a los que el Maestro Nazareno había constituido propietarios del Reino de los<br />
cielos.<br />
***<br />
Después de la visita de José, la viuda María, divulgaba a los gritos por las calles de Jerusalén,<br />
que confiar en Dios produce frutos reales en la vida, y una esperanza que salta hasta la vida<br />
eterna. Su nombre de “protector de huérfanos y viudas”, es cierto para el que le abre su<br />
corazón. El milagro de Jesús para aquella viuda pobre, no se realizó solo a través de la<br />
conversión total del rico corazón del escriba José de Arimatea, ni el resultado más espectacular<br />
y consolador de su presencia como Hijo de Dios, fue la seguridad económica de María y sus<br />
hijos. Hubo algo más, mucho más y definitivo para toda la iglesia de todos los tiempos. El día<br />
de preparación de la Pascua, Jesús con sus discípulos fueron a celebrar la cena ritual, en la casa<br />
de José de Arimatea, donde ya trabajaba la pobre viuda. Había preparada allí una sala alta y<br />
grande en la casa nueva de José, la que su esposo Juan había construido, labrando piedra a<br />
piedra hasta casi acabarla. En la piedra angular de todos los arcos, María su viuda había visto el<br />
signo que su esposo usaba como cantero, y de nuevo sintió que le ardía el pecho de amor.