Descargar libro - Manuel Requena

S. Mateo dice que era Cananea. Lo que ambos sugieren, es el misterio de la mitología y de los
ídolos enfrentados al misterio de la vida nueva, de la palabra nueva que no solo dice y explica
lo que es, sino que hace ser, dentro lo que ya es, como él dice que sea, porque es la Palabra de
Dios, creadora y estructurante de la realidad.
Jesús, cuando movido del Espíritu empezó a predicar y a recorrer caminos, tenía una idea clara
de su misión, de su tiempo y de su hora, pero sobre todo tenía una visión extraordinaria del
mundo de sorpresa que se manifiesta en la vida diaria al hombre que quiera seguir el camino de
la voluntad de Dios. Él sabía que estaba abriendo una puerta a la vida, ¡Y la abrió de par en par!
Sabía que el Padre estaba actuando en su entorno, y se sometió en todo momento a su voluntad,
incluyendo las sorpresas.
Jesús proclamó fuera de Galilea, en el mundo que los judíos llamaban pagano, que el mundo
prometido, la tierra prometida en la Palabra de Dios a los judíos, podía coincidir con el suyo,
proclamado en sus síntesis de ‘los misterios’, si se aceptaba la ubicación de ambos en el corazón
del hombre. Simplemente que Dios, el creador y padre de todos los hombres, estaba cerca,
haciendo realidad sus sueños. Ya no estaba escondido en la inmensidad del cielo, sino allí
mismo, tocable, audible, visible. Estaba con los pobres, curando sus dolencias, y en el mismo
anuncio del reino, porque “cumplido el tiempo”, la historia del hombre había llegado a su
plenitud. Lo que hasta ahora había proclamado dentro de Israel, ahora lo va a poner en escena
también fuera del mundo judío.
De hecho lo que nos transmiten los evangelistas es que su primer viaje de vida pública fuera de
Galilea, en principio, era para Él una misión a las “ovejas perdidas de la casa de Israel”. Para
los demás, para la gente del país, para los “perros cananeos”, para lo fenicios mediterráneos,
Jesús quería ser impenetrable, desconocido, inabordable. Por eso soportó sin inmutarse las
voces de aquella joven mujer fenicia que le salió al encuentro. La forma de entrar en relación
con ella que nos cuentan los evangelios, fue, como con su propia madre en Caná de Galilea, casi
grosero, repelente, como para salir huyendo de Él diciéndole “ahí te quedas, en tu mundo judío
y con tus maravillosos poderes”.
Pero a orillas del mar Mediterráneo no fue así la cosa. Primó el sincretismo mediterráneo de la
fe que existe en todo hombre o mujer necesitados, fuera o dentro de la “Iglesia”, fuera o dentro
de aquel grupo de amigos de Jesús, que después fueron apóstoles, enviados al mundo pagano
a recoger la cosecha de la esa fe. La mujer, todavía anónima, tenía aquella fe que hace superar
los desprecios, y la “posesión de la verdad” en que se creía el Israel de Dios. La ruptura del
“envoltorio de santidad” o separación total del mundo, en que se estaba manifestando el reino
de Dios, venía de fuera de ese mundo, y hasta parece que Jesús tuvo que aprender como
hombre a romper su cáscara judía, y abrir el banquete del reino a los paganos. Lo pudo hacer
porque su gran obra, su gran enseñanza, fue precisamente estar abierto a los signos de su Padre,
a su voluntad manifestada en las peticiones y necesidades de la gente. Así aparece en la historia
que quiero contarte sobre aquella mujer griega, sirofenicia o cananea, cuya tesis central es el
eterno femenino acercándose a Jesús de Nazaret, el Verbo estructurante de la salud del hombre.
Aquella mujer mediterránea, con la fe, la humildad y el atrevimiento de ese fémino eterno,
consigue que se manifieste en su poder, y que termine haciendo lo que ella quiere.
Hay dos preguntas que en la búsqueda de personas concretas y cercanas a Jesús, pueden tener
relevancia. ¿En casa de quien se refugió Jesús con sus discípulos en Tiro? ¿Quien le había