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Descargar libro - Manuel Requena

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periódicamente diezmaban y taraban la población infantil. La que atacó a Eufrasio, se padeció<br />

en toda la ribera del lago unos cuarenta años atrás, cuando él tenía apenas cinco. Fue una<br />

epidemia de dureza excepcional. Cafarnaúm ya había empezado a crecer como punto de cruce<br />

de todos los caminos del interior que venían desde Cesarea hasta el mar Mediterráneo, y era el<br />

lugar perfecto para un descanso en la jornada de camino, ya que cambiaba totalmente el paisaje.<br />

Los que venían de la montaña y el desierto, encontraban el mar de Galilea, y los que ya venían<br />

del mar, sabían los bosques y selva que les esperaba a partir de allí. Su ubicación y los servicios<br />

de toda clase para los caminantes, le dieron un auge envidiado por otros pueblos ribereños que<br />

se creían más antiguos y ricos. Herreros, panaderos, carpinteros, sastres, saladores de pescado y<br />

carne, orfebres, trabajadores del cuero, ganaderos de caballos, de burros y mulos, de bueyes de<br />

tiro, le daban al pueblo un bullicio diario único en la ribera norte del lago. Pero debía pagar<br />

periódicamente su tributo a las enfermedades contagiosas que traían los viajeros. Cuando el<br />

virus era de poliomielitis, la pequeña ciudad quedaba diezmada en su población infantil y<br />

adolescente. Como hacían siempre cuando el brote tomaba proporciones de epidemia, buscaban<br />

toda la cal viva que podían encontrar en las caleras cercanas, y aún a medio apagar, casi<br />

humeando, embadurnaban todas las viviendas con aquel mejunje que cuanto menos les<br />

proporcionaba unos tremendos dolores de párpados, ojos enrojecidos, legañosos, que<br />

amanecían pegados en las mañanas, como precio de llanto por la epidemia y las muertes de<br />

seres tan sensibles e indefensos como los niños. Los efectos físicos y psíquicos de la poliomielitis<br />

meningocócica, si en todos los pueblos era palpable, en Cafarnaúm quizás más.<br />

Nuestro Eufrasio la había padecido, pero con terminología religiosa del lugar, “Yahvé tuvo<br />

compasión de él”, y cuando sus padres y los médicos pensaban que se moría, empezó a<br />

restablecerse. Desapareció la fiebre, comió de nuevo, y se levantó. Con la piel pegada a los<br />

huesos, pero se levantó. Solo la memoria blanda del entonces niño, conservaría para siempre<br />

aquella voz interior imperativa que le había incitado a levantarse. Pronto descubrieron él y los<br />

suyos que la mano derecha quedó afectada por la fiebre; no podía moverla casi, y cuando el<br />

resto del cuerpo fue creciendo, la mano se le fue encogiendo sobre sí misma, hasta quedar como<br />

una rama seca. Esa fue una de sus secuelas. La otra, más profunda, fue la voz interior que le<br />

quedó grabada, y que le obligaba a guardar silencio ante las voces vanas, inútiles y necias de los<br />

hombres haciéndolo parecer como tímido siempre y recluido en sí mismo. Otros muchos niños<br />

y adolescentes habían muerto de aquellas fiebres en el brote epidémico, pero él quedó con su<br />

mano seca, y su carácter casi tan seco como su mano, siempre a la espera de un nuevo<br />

encuentro con la Voz. No se había casado, porque su alma no pudo enamorarse, aunque tenía<br />

recursos económicos, y su aspecto personal y social eran más que aceptables.<br />

El hombre, al no poder trabajar como otros hombres en faenas del campo, ni en tareas de<br />

artesanía o de pesca, ni mucho menos en artes militares o religiosas, había aprendido a leer, y a<br />

escribir con la mano izquierda en una preciosa y minuciosa letra que ya quisieran para sí<br />

muchos escribas. Su fuente de ingresos personales, no demasiados, pero mas que suficientes<br />

para subsistir, la tenía llevando la contabilidad de muchos negocios de Cafarnaúm,<br />

especialmente de cara al fisco, para dar cuenta a los publicanos de Herodes que tenían<br />

encargada la recolección de los tributos del montante del negocio, y por tanto del porcentaje que<br />

habían de pagar al telonio. En eso Eufrasio era muy eficaz. Todos lo querían, porque nunca se<br />

metía en nada más allá de sus funciones, ni exigía nada que no estuviera pactado de antemano,<br />

ni comentaba o propalaba nada de lo mucho que oía en su oficio de escribano y contable. Era<br />

humilde casi por naturaleza, porque la naturaleza lo había humillado, pero su menoscabo no lo<br />

hizo odiable sino amable.

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