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Descargar libro - Manuel Requena

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pocas e inútiles diferencias entre el final de la vida entre un pobre y un rico, es que el rico se<br />

muere con un diagnóstico, y el pobre, simplemente se muere.<br />

Josías no era un hombre impío, pero tampoco era piadoso, al menos lo que en aquel Israel se<br />

llamaba “piadoso”. No tenía tiempo de esas lindezas, ni siquiera para dar gracias a Dios por las<br />

pocas cosas buenas que le pasaban en la vida. Maldecía más que bendecía en el suceso de sus<br />

cosas diarias, y es que las condiciones de su vida no eran precisamente una ‘bendición de<br />

Yahvé’, según la creencia y la ley de su pueblo. Para los maestros estrictos de la ley, Josías, su<br />

mujer Miriam y su hijo Jonás, eran simplemente unos malditos “am – ha’arez”, ‘gente de la<br />

tierra’. Jornalero de sol a sol, apenas tuvo en su vida otros días de gloria e ilusión personal que<br />

los de su boda con Miriam. Aunque ella era vecina suya desde que eran niños, solo había<br />

llamado su atención cuando la muchacha tenía ya unos quince años, y él había superado los<br />

veinte. La vio pasar hacia el pozo con el cántaro a la cabeza para recoger el agua de la noche, en<br />

una rara tarde en que el obrero había acabado su trabajo antes de la puesta del sol. Aunque era<br />

casi noche, para él fue como un amanecer. Y aquella luz que le quitó el sueño esa noche y las<br />

siguientes, y lo llenaba de alegría a la mañana con las ganas de verla, no fue ilusión sentida<br />

fugazmente, porque los pobres no juegan con el amor. Josías supo que le había llegado su hora.<br />

Se lo contó a su padre, él lo bendijo, y se cuajó en pocos días el compromiso de matrimonio. La<br />

ilusión de Josías y Miriam, a la que ni siquiera preguntaron si quería casarse, y mucho menos si<br />

amaba a Josías, duró los días anteriores a la boda, y algunos posteriores. Todos juntos no<br />

sumaron más de treinta. Fue su primera y única mujer, que le dio su primer y único hijo. Fue su<br />

primera y casi única ilusión, y pronto conocieron el dolor continuo de su paternidad, que<br />

impregnó de sentido, aunque lo multiplicó, su trabajo a jornal. Pero la alegría dura poco en la<br />

casa de los pobres. Cuando nació Jonás y fue creciendo, su esperanza y contento de padres<br />

quedaron pronto encallados en la realidad de la conducta del niño. Era un niño físicamente<br />

precioso, que llamaba la atención de todos por el equilibrio y finura de sus facciones. No parecía<br />

un niño de pobres, y tenía más rasgos de su madre que de su padre, pero casi desde que podía<br />

caminar a gatas por la casa, su conducta fue misteriosa y rara. Periódicamente caía en un<br />

silencio espeso, y una mirada turbia anunciaba el estallido de la tormenta. Era, según la gente<br />

de Iksal, la posesión de un espíritu diabólico, mudo, pero de acción severa, o quizás sería mejor<br />

llamarlo de paralización severa, porque dejaba en suspenso no solo la vida del niño, sino todos<br />

los planes de la familia cuando el muchacho entraba en aquel trance, que ocurría especialmente<br />

en los equinoccios de primavera y otoño. Todos debían de ponerse entonces al acecho de la<br />

conducta misteriosa del hijo. Josías y Miriam, junto con los abuelos que vivían con ellos, y hasta<br />

los vecinos, cuando el niño empezaba a dar aquellos horribles gritos, se ponían en guardia. Lo<br />

de menos era que se tirase al suelo con el gesto crispado, gritando, retorciéndose y babeando<br />

espuma. Lo realmente peligroso era su conducta cuando no gritaba, y antes del ataque final. A<br />

veces se había tirado a la lumbre de la chimenea, o al estanque de agua del molino cercano, o<br />

simplemente se daba cabezazos contra las paredes y el suelo. Nadie podía explicarse como<br />

estaban aún vivos, el muchacho y los mismos padres. Y eso que nadie, o muy pocos, conocían<br />

de sus noches en vela, de sus miedos y angustias, no solo ante el episodio físico visible, sino<br />

ante lo espiritual, ante el diablo mudo que se apoderaba de la vida de su hijo y de las suyas,<br />

especialmente en las primaveras y los otoños. Vivía Josías con su mujer y su hijo Jonás en Iksar,<br />

un pequeño pueblo al suroeste del mar de Tiberíades, muy cerquita de Nazaret, en las<br />

estribaciones del monte Tabor, que aunque no muy alto (588 m) era una magnífica terraza sobre<br />

toda Galilea, y la Traconítide. Hasta Samaría y la Decápolis se observaban desde su cima en los<br />

días claros. Era la cabecera de la rica llanura de Esdrelón.

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