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Descargar libro - Manuel Requena

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y se tiró a los pies de Jesús, en la misma forma en que lo había visto hacer a Él una hora antes,<br />

solo ante su Padre. Se quitó el manto, y un murmullo de asombro, de miedo, repugnancia y<br />

misericordia brotó de la gente, que se fue apartando hasta dejarlo solo ante Jesús. Cuando<br />

Simón sintió el silencio, levantó la vista y gritó como pudo:<br />

"Señor, si quieres, puedes limpiarme".<br />

El hedor que desprendía su cuerpo era insoportable, y todos los presentes habían hecho un<br />

círculo de más de veinte metros de diámetro. Jesús no solo no se fue, sino que le impuso la<br />

mano sobre su cabeza, y lo tocó. Con las dos manos lo tocó. Le separó el cabello caído sobre la<br />

cara, le impuso sus manos sobre las heridas abiertas y le dijo:<br />

“Quiero, queda limpio”<br />

Los presentes más escrupulosos o legalistas pensaron que Jesús, contraviniendo las leyes de<br />

Israel, no solo se había hecho impuro, sino que además, lo más seguro era que se hubiese<br />

contagiado también de la lepra, porque fue una forma de caricia imprudente, hasta el fondo de<br />

aquellas heridas abiertas. Lo que ocurrió para sorpresa general, fue todo lo contrario.<br />

La carne limpia de Jesús, pareció trasplantarse a los huecos y manchas de aquel hombre<br />

arrodillado, al que nadie, excepto su madre, había tocado hacía mucho tiempo.<br />

Y al instante quedó limpio de su lepra.<br />

Hubo más de cinco minutos de silencio, en el que nadie se atrevía a moverse. Jesús levantó los<br />

ojos al cielo, y mandó una sonrisa al azul radiante, como si alguien estuviese mirando desde allí,<br />

y Él le diera las gracias, pero no se vio a nadie. Simón se miraba las manos, los pies, las<br />

piernas, los brazos, el abdomen….. Se palpaba la cara, la nariz, y los labios, con los ojos abiertos<br />

como platos. Casi quedó desnudo, palpándose sus miembros. La gente, asombrada, cerró el<br />

círculo, y empezó a producir ese ruido inconfundible que tiene el cuchicheo del entusiasmo<br />

masivo. A Simón parecía no importarle nada. Comenzó a dar saltos y saltos sin que sus pies se<br />

le descolgasen como si fueran de goma. Así estuvo unos minutos, hasta que la voz de Jesús lo<br />

sacó de su entusiasmo y le dijo<br />

"Mira, no se lo digas a nadie; pero anda, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó<br />

Moisés para que les conste tu curación".<br />

Simón no pareció escuchar, porque la gente empezó también a dar gritos de asombro y<br />

admiración. Jesús miró a los suyos, comenzó de nuevo a caminar, y se fue alejando tierra<br />

adentro.<br />

Y él, en cuanto se retiró, comenzó a divulgar a voces, por todo el camino, lo ocurrido, de manera<br />

que ya no podía Jesús entrar públicamente en ciudad alguna, sino que andaba fuera de poblado, en<br />

lugares solitarios, y acudían a él de todas partes<br />

(Mc 1,40-45).<br />

No se puede entender una desobediencia tan grande e inmediata, en alguien que ha recibido<br />

tamaño favor de vida y de salud. ¿Que fue lo que ordenó Jesús que Simón no le dijese a nadie?<br />

Si solo fuese lo de su curación, la orden, tal como la cuenta S. Marcos, sería totalmente<br />

incongruente en sí misma, porque no se puede cumplir a la vez una cosa y su contraria. Y Jesús<br />

no era incongruente. No podía Simón guardar silencio sobre su curación, y a la vez presentar la<br />

ofrenda ante el sacerdote para que se supiera por todo el mundo que estaba curado. ¿Le ordenó<br />

solo entonces que callase hasta que hubiese hecho la ofrenda? Sinceramente creo que no. Lo que<br />

Jesús le ordenó que callase, seguramente fue su encuentro mañanero en la penumbra de aquel<br />

bosque, y en la intimidad de la oración. El espectáculo de Jesús orando ante su Padre debía<br />

tener unos datos de cercanía de Dios y revelación del gran misterio del hombre al propio<br />

hombre, que no era aún momento de pregonar. Pero el Padre y el Hijo se revelan cuando<br />

quieren, como quieren y a quien quieren. Y Simón, el leproso, desahuciado de todos y de sí<br />

mismo, fue testigo de algo extraordinario, que le fue confirmado tres años después, en su casa

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