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Descargar libro - Manuel Requena

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Salomé vino en efecto para prestar ayuda, pero cuando el Maestro entró a la casa, en vez de<br />

ponerse a servirlo, se le acercó y, muy bajito, le contó casi al oído, la preocupación que todos<br />

tenían con María. Desde el día siguiente de la pesca milagrosa en el lago se había enfermado.<br />

Temían por su vida.<br />

En el pequeño cuarto de las redes, María, sobre el camastro ni sudaba ya, deshidratada por la<br />

fiebre, todo lo veía oscuro. No sabía si estaba nublado, o era debilidad de sus ojos, pero soñaba<br />

con un río de agua cristalina que la bañaba entera por dentro y por fuera.<br />

De pronto se dio cuenta de que algo raro pasaba en su rincón, al que no entraba nadie. Se<br />

oscureció aún más el hueco de la pequeña puerta abierta, y una figura de hombre lo ocupó<br />

entero. Vio incluso que el recién llegado tuvo que amagarse para entrar, recogiéndose el blanco<br />

manto antes de acercarse en dos pasos a su pequeño catre. No dijo nada, solo su presencia ya<br />

era como un saludo muy cercano. Un poco encorvado como estaba, estiró su brazo y le puso la<br />

mano encima de la suya pequeña y reseca, abandonada al borde del camastro. Era una mano<br />

grande, cálida y suave, aunque tenía durezas en la palma, como de haber trabajado bastante con<br />

ella. Sus dedos llegaban casi hasta el codo de María. Cuando le apretó un poco, sintió de pronto<br />

como un río de agua limpia que le inundaba el cuerpo. Sintió la misma sensación que la<br />

embargaba entera cuando estaba ya muy sucia y maloliente de pescado, y se bañaba desnuda en<br />

la orilla del lago entre las cañas, en aquel rincón especial que usaban las mujeres para sus<br />

menesteres. Pero esta vez la sensación la inundaba a la vez por dentro y por fuera. Era como si<br />

un río de agua viva brotara de aquella mano, penetrase en su alma, y le hidratase el cuerpo.<br />

No hubiera querido ni moverse. ¡Qué bien se estaba allí! Cerró los ojos y esperó un momento.<br />

Era una presencia tan cercana, que en algún momento María pensó que se trataba de su esposo,<br />

y que quizás había venido a llevarla consigo al otro mundo. Así, la verdad, es que no le<br />

importaba irse. Ni ella misma se dio cuenta de la realidad que había en su apreciación. Pero no<br />

fue así.<br />

Él tiró de su brazo suavemente, y la puso de pie. Le tocó la frente con su dedo, y sin decir<br />

palabra salió otra vez hacia la casa. Ella se levantó de un salto y se fue detrás, saliendo al porche<br />

cubierto de cañas casi a la vez que Él. Todos tenían los ojos fijos en el Maestro, lo miraban a Él,<br />

querían hablar con Él, lo tocaban y lo acariciaban, como si fuera el cauce de una fuente limpia, o<br />

la veta de algún metal precioso. A María nadie la miró, salvo su hija, que la cogió enseguida y la<br />

metió hacia la cocina. Cuando se cercioró después de mil preguntas de que efectivamente estaba<br />

sana, le pidió que se cambiase. María se vistió, se peinó, y salió como si nada hubiese sucedido.<br />

Se puso a servir con tal ánimo, que incluso su hija pensó que había exagerado en las quejas de<br />

su enfermedad, y todo había sido ese pequeño ardid que usan los niños y los viejos para<br />

demandar presencia y cuidados. Solo su yerno, Simón, el hijo menor de Zebedeo, y un<br />

muchachito de Jerusalén, casi un niño, que se llamaba Marcos, supieron y vieron lo que había<br />

pasado de verdad. También Salomé, la esposa de Zebedeo se dio cuenta de todo, pero con las<br />

urgencias del servicio no comentaron nada esa tarde.<br />

Unos días después, María no hablaba de otra cosa. A todos contaba a su modo, la sensación de<br />

aquel río de agua que la había curado. Incluso hablaba del tacto milagroso de aquella mano<br />

suave sobre su brazo con tal pasión, que algunos oyentes maliciosos pensaron que se trataba de<br />

un desvarío erótico-senil. Lo que extrañó a todos, fue que hablara más de experiencia íntima de<br />

sanación, que del agobio que debió sentir con la casa llena de gente ese día y los siguientes. Los

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