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Descargar libro - Manuel Requena

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su doctrina o sus hechos, y él aceptó encantado. Lo vio y lo oyó, en muchas de sus actuaciones y<br />

predicaciones junto al lago. Lo oyó y lo vio curar a enfermos de todas clases, paralíticos,<br />

leprosos, endemoniados, epilépticos, ciegos...... Lo vio y lo oyó, con aquella sencillez que<br />

derrochaba, sin arrogancia alguna, criticar en público y a voces aquellas cosas y costumbres que<br />

también repugnaban a Jairo en su interior. La gente sencilla estaba encantada, porque entendía<br />

aquel lenguaje apoyado en hechos ciertos y palpables, y en un compromiso o alianza, curativa<br />

de sus enfermedades. Venían de todas partes del país a ponerse en contacto con el taumaturgo,<br />

y su fama se extendía como fuego en rastrojo. Hasta del gran Sanedrín de Jerusalén, le habían<br />

preguntado a Jairo por el nuevo fenómeno religioso que estaba apareciendo en Galilea. El<br />

mensaje que Jairo mandó a sus maestros Gamaliel y Nicodemo, fue claro como él mismo era de<br />

claro y sincero. En su confianza les mandó decir: ”Este hombre viene de Dios” “Ningún<br />

hombre podría hacer lo que este hombre hace, sin venir de Dios” “Ha llegado el momento del<br />

Cristo”<br />

Con tanta novedad y encargo, Jairo no había tenido tiempo de ocuparse de su hijita. Pensaba<br />

que estaba en buenas manos con su madre, la partera, las amigas y vecinas, hasta que un día en<br />

que Jesús había dejado el pueblo y había pasado a la otra orilla del lago, entró a ver a su hija. Se<br />

sentó en su lecho, y le cogió la mano. La niña abrió los ojos, lo miró, y sin decir palabra, dos<br />

lágrimas empezaron a correr por sus mejillas pálidas como la cera blanca. Su mano fría, apenas<br />

respondió al apretón del padre. Y cuando en un susurro solo dijo ¡‘padre’!, por la mirada y el<br />

tono imperceptible de la voz, Jairo entendió que le quiso decir, ¡‘por fin vienes a verme, estoy<br />

muriéndome’! ¡Haz tú algo por mí, me están matando! ¡Que no me den más cosas! Jairo se conmovió, y<br />

sin decir palabra, buscó debajo de las sábanas del lecho la fuente de aquel olor nauseabundo.<br />

Con cuidado le quitó el braguero infesto de la piel del lagarto que apretaba aún a la niña, y al<br />

momento salió por su vagina y embadurnó la cama, una especie de chocolate espeso. Era sangre<br />

podrida, por el color y olor insoportable. Casi una olla se derramó en la sábana. La niña abrió<br />

los ojos desmesuradamente, y quedó inconsciente hasta la noche. El padre ordenó que la<br />

lavasen, y después, él mismo, sin pensar si era puro o impuro, cogió todas las hierbas y<br />

remedios que le estaban aplicando junto con el lagarto enorme ya podrido, y los lanzó con toda<br />

la ira que pudo arrancar de sus sesenta y cuatro años, detrás de unos peñones que adornaban el<br />

barranco cercano, donde tenían las letrinas y echaban desperdicios.<br />

Inmediatamente se puso en oración, quizás la más profunda y urgente que había hecho en la<br />

vida. Su alma quedó llena de la contradicción que había sentido dentro tantas veces. Certeza<br />

metafísica de que Yahvé estaba cerca, mirando y sosteniendo su vida, pero ausencia física de su<br />

mano omnipotente, que no lo dejaba ver su actuación con la inmediatez y premura que él<br />

deseaba. Sabía que toda enfermedad es una prueba de Dios, y que El puede hacer que termine<br />

cuando quiera, pero Jairo, apasionado e impaciente por naturaleza, ahora no podía echar mano<br />

de la buena virtud de la paciencia, no podía conformarse con ver marchitarse tan pronto aquella<br />

flor temprana, sin hacer nada. Era su hija, su querida hija. Oró y oró, pidió misericordia, piedad<br />

por sus pecados y por los del pueblo. Arguyó a voces los servicios prestados, y prescindiendo<br />

de ellos, en silencio humilde, se encomendó solo a la bondad de Dios. Hizo promesas y votos al<br />

Altísimo. Si no moría su hijita, ofrecería sacrificios, los más grandes y generosos sacrificios y<br />

ofrendas que se hubiesen hecho nunca en Israel...... Cientos de ovejas y cabras, sacrificaría<br />

novillos y toros… su ganado entero prometió, ¿para que otra cosa le serviría ya, si moría su<br />

hijita?<br />

Dios parecía estar distraído, y aquel hombre de ley fue consciente de que la niña moría por

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