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Descargar libro - Manuel Requena

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Jesús la cogió de ambas manos que ella tenía levantadas, las juntó entre las suyas, tiró de ella, y<br />

le ayudó a ponerse en pie.<br />

-"Anda, vete mujer,- le dijo-, por tus palabras ya ha salido de tu hija el demonio".<br />

De la casita blanca casi sobre la playa, vino un grito agudo, que hizo estremecer a todos los<br />

presentes, y a Ellenís le dio un vuelco el corazón. No se lo pensó ni un segundo, y emprendió<br />

carrera. El juego había terminado y ni siquiera dio gracias por el favor. Los discípulos y todos<br />

los presentes se quedaron mirando la figura joven, que parecía volar sobre la arena. Nadie se<br />

movió del sitio. A menos de cien metros de Jesús, que había quedado en pié mirando al cielo<br />

con aquel gesto suyo de sonrisa complaciente en la boca, estaba la pequeña casa blanca, al borde<br />

de la mar, en plena playa, y hacia allí corría la mujer. Cuando estaba llegando a su casa, antes<br />

de que pudiera entrar, un hombre salió de ella echando a un lado la cortina de pedacitos de<br />

junco hilvanados en fina tomiza de esparto que cubría la puerta. Antes que a ella, el hombre<br />

levantó la mano y saludó a Jesús y sus discípulos. Inmediatamente levantó las dos manos hacia<br />

el azul intenso, y se quedó como Jesús mirando al cielo. Pedro lo conoció en seguida. Pero el<br />

que dijo su nombre fue Mateo, el que había sido recaudador de impuestos, que no solo lo<br />

conocía y era ahora su amigo, sino que sabía perfectamente su historia. -"'Mirad, dijo Mateo, es<br />

Juan el Rico, Juan el de la fuente" "Ha llegado antes que nosotros de Cafarnaúm", ..."y ella era<br />

una de sus mujeres" ¡Ya decía yo que la conocía de algo!" Ellenís era efectivamente una de las<br />

mujeres fenicias de Juan el de la fuente, aquel hombre que había estado lleno de "espíritus<br />

inmundos", y que fue el primero al que curó Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. "Espíritu<br />

impuro" había tenido Juan, (pneuma akazartos), y esa era la enfermedad que heredó su hija.<br />

Jesús los curó a los dos.<br />

Cuando Ellenís, jadeando, sin saludar siquiera entró a la casa donde estaba la niña, se<br />

sorprendió de nuevo. Encontró a la niña echada en la cama y que el demonio se había ido. El padre del<br />

que esta había heredado la enfermedad, o el “espíritu inmundo” como le decían los judíos, no<br />

solo estaba allí, sino que se había quedado con la niña cuando ocurrió el fenómeno. La pequeña<br />

había caído al suelo retorciéndose, echando espumarajos por la boca, y gritando. Cuando volvió<br />

en sí, Juan la limpió, la vistió, y en sus propios brazos la llevó a la cama. Al entrar en la casa<br />

Ellenís, vio a su hija dormida, limpia, tranquila como no la había visto nunca, y tuvo que mirar<br />

dos veces a aquel hombre para convencerse de que era el mismo Juan que la había raptado de<br />

joven, el que la había obligado a prostituirse en los caminos, y el que en las fiestas de primavera,<br />

la traía siempre otra vez a Tiro, porque decía que su hermosura adornaba todos sus negocios.<br />

Ese Juan que ella conocía, era un monstruo marino, y este que tenía delante era un ángel del<br />

mar. Sabía Ellenís que las personas no cambian así tan de repente, pero viendo a su hija sana, y<br />

al padre allí, creyó por una vez la historia que le había contado Juan sobre un joven carpintero<br />

Nazareno, sanador de todas sus dolencias, y Maestro de cómo querer a la gente. Quizás,<br />

después de todo, pensó ella, Juan había dicho, por fin, una verdad en su vida. La mujer<br />

sirofenicia supo, no solo lo que era la salud de Israel, sino la conversión cristiana, la<br />

metamorfosis que hace cambiar a un hombre, la “metanoia”.<br />

No tuvo empacho alguno el Maestro en alojarse allí. Todo era suyo, y auque no le hubiera<br />

importado alojarse en alguna cueva de las rocas, de las muchas que había sobre el mar, aceptó<br />

la hospitalidad que Juan le había ofrecido, porque para Él solo curar o limpiar de “espíritus<br />

inmundos” a un hombre y después despedirlo, sin saber más de él, era muy poco. Su estilo era,<br />

y sigue siendo, meterse hasta el fondo de las vidas, aliviar sus dolores y gozar con sus gozos.<br />

Desde entonces, no fue solo Juan el rico el que contaba las cosas extrañas que le habían

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