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Descargar libro - Manuel Requena

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a Dios. Algunos se volvían a besarlo, sobarlo y alabarlo. ¡Hasta oyó hablar a algunos de hacerlo<br />

Rey! Así era el Cristo Salvador que esperaban.<br />

Iba a acercarse, pero Él se escapó del gentío con ayuda de los discípulos más íntimos. La mujer<br />

lo vio caminar hacia el monte, solo. No vio cobrar dinero alguno por aquello que había hecho, y<br />

ella, desconfiada por el aprendizaje de su experiencia propia, pensó que serían los discípulos los<br />

que cobraban. Se fijó bien, y no vio que ninguno recibiese nada por las curaciones que había<br />

hecho el Maestro. Le preguntó a una madre con un niño pequeño de tres años que había sido<br />

curado de una fiebre de apoplejía ya al borde de la muerte, y ahora retozaba en sus brazos, y<br />

ella, entre lágrimas y risas, le dijo, “¡Es asombroso! No solo no nos ha cobrado nada sino que sus<br />

discípulos nos han dado de comer pan y pescado. ¡Nunca hemos visto cosa igual!” Aquella<br />

mujer decía la verdad, su tono de verdad era inconfundible, como el del Maestro.<br />

Berniké se fue despacito hacia su casa. Ya por el camino notó que algo nuevo había entrado en<br />

su vida. No cesaba su hemorragia, pero ya no le importaba tanto. Lo que le había cambiado<br />

desde el encuentro con aquel Maestro, era su preocupación por la salud, por la pureza y la<br />

impureza. Su único objetivo de vida desde que tuvo uso de razón había sido casarse con un<br />

hombre bueno, y desde que sintió la enfermedad solo pensaba en curarse, para iniciar su vida<br />

de amor con aquel que aún la estaba esperando. Pero después de escuchar la palabra viva del<br />

Maestro, había pensado que la vida puede ser mucho más que la salud del cuerpo, y que la<br />

menstruación o la sangre vaginal no hace impuro a nadie. Le pareció a Berniké mucho más<br />

impuro lo que habían hecho con ella los médicos y los rabinos del templo. Comprendió que se<br />

puede estar sano de cuerpo y triste de alma, y por el contrario, esa misma mañana, ella seguía<br />

enferma e impura según la ley rabínica en su cuerpo, pero su alma tenía una alegría que no<br />

había conocido antes. Su mente empezó a comprender la verdad de aquel calor que se<br />

manifestaba en la Palabra, y su corazón comenzó a arder con aquella luz que no tenía mentira.<br />

En esos pensamientos llegó a su casa, y aunque estuvo dos días y dos noches sangrando más<br />

que nunca, ya no tuvo tristeza. Al tercer día oyó gritar a la gente del pueblo que de nuevo venía<br />

el Maestro, desde el otro lado del lago, en la barca grande de Pedro. Sin pensarlo siquiera<br />

Berenike se puso la única túnica limpia que le quedaba, se cubrió con el manto largo del<br />

camino, y salio corriendo hasta la playa.<br />

La encontró abarrotada de gentes, ya antes que la barca tocase la orilla. Al desembarcar el<br />

Maestro, uno de los ancianos de Cafarnaúm, el jefe de la sinagoga al que ella conocía demasiado<br />

bien por ser parte importante de la soledad de su sufrimiento, se arrodillo ante Él y le hablo de<br />

su hija pequeña, de su única hija, que tenía doce años y que estaba muy enferma, a punto de<br />

morir. A Berniké le extrañó la actitud de aquel hombre arrogante, revestido de sus capisayos de<br />

fiesta y arrodillado delante de un humilde carpintero que no era ‘nadie’ en Israel, pidiéndole<br />

que le acompañase a su casa. En la vida sencilla del pueblo, estaban ocurriendo cosas raras<br />

desde que llegó el Maestro Nazareno. Pero este aceptó los ruegos del arquisinagogo, y juntos,<br />

en medio del gentío, empezaron a andar….. A Berniké cada palabra que había dicho Jairo a los<br />

pies de Jesús, le provocaba ecos de su propia verdad personal, no escuchó el problema de Jairo<br />

y de su hija, que ya conocía, sino el suyo propio cuando oyó: ‘tiene doce años’…. ‘muy enferma’..’a<br />

punto de morir’…. ‘Ven y pon tu mano sobre ella…<br />

Cuando Jairo se arrodilló y le habló a Jesús, Él se inclinó sobre al anciano oyendo más de cerca<br />

lo que decía y tratando de levantarlo de la arena donde se había postrado revestido con las

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