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Descargar libro - Manuel Requena

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especialista en Miqueas, de los que ya informaron a Herodes treinta años antes, cuando al llegar<br />

unos magos de oriente que buscaban al Rey de Israel, les preguntó dónde se esperaba el<br />

nacimiento del Mesías. Ahora volverían leer a Miqueas, y a informar sobre el episodio de la<br />

higuera como signo profético de una cercanía de la liberación tanto tiempo esperada. La escena<br />

de la higuera maldita fue una sorpresa para todos. Y no solo para los de Jerusalén, sino para los<br />

propios seguidores íntimos de Jesús. Nunca lo habían visto sus discípulos maldecir y enfadarse<br />

de aquel modo, y así quedó plasmado en los relatos que han llegado a nosotros. La inquina<br />

entre Jesús y Anás nos la cuenta el evangelio apócrifo de la infancia de Jesús, llamado de Tomás<br />

que transcribo en esencia, como un nota:<br />

Muerte del hijo de Anás<br />

III 1.Y el hijo de Anás el escriba se encontraba allí, y, con una rama de sauce, dispersaba las aguas que Jesús había<br />

reunido. 2. Y Jesús, viendo lo que ocurría, se encolerizó, y le dijo: Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te han hecho<br />

estas fosas y estas aguas? He aquí que ahora te secarás como un árbol, y no tendrás ni raíz, ni hojas, ni fruto. 3. E<br />

inmediatamente aquel niño se secó por entero. Y Jesús se fue de allí, y volvió a la casa de José. Pero los padres del<br />

muchacho muerto lo tomaron en sus brazos, llorando su juventud, y lo llevaron a José, a quien reprocharon tener un<br />

hijo que hacía tales cosas.<br />

* * *<br />

Fue un día raro aquel lunes de la semana final. Raro desde la mañana hasta la noche, y en el se<br />

fraguó físicamente su muerte. Mientras solo se mantuvo en controversias legales y teóricas<br />

sobre el amor a Dios y a los pobres, la tirantez con la clase dirigente de Israel se pudo mal que<br />

peor soportar; pero en cuanto empezó a tocar los caprichos personales de los ‘grandes’, sus<br />

estatus y sus bolsillos, la sentencia brotó antes de que hubiera juicio alguno. Una cosa era decir<br />

que el amor a Dios y al prójimo lo es todo, y otra muy distinta maldecir y secar hasta la raíz y<br />

para siempre la higuera más linda de Jerusalén, o expulsar del templo a todos los que vendían,<br />

cambiaban y prestaban dinero, con pingues ganancias para los negociantes. Jesús maldijo la<br />

higuera y siguió su camino. Llegó al templo y derramó su cólera sobre los vendedores de toda<br />

clase de artículos que allí pululaban. Su voz denunció la espuria ocupación del templo. La casa<br />

de su Padre era casa de oración, y la habían convertido cueva de comerciantes bandidos y<br />

estafadores. Verbalmente la emprendió contra los comerciantes cambistas, asalariados o socios<br />

de los dirigentes del pueblo, de los propios sacerdotes y doctores. Aquel mercadillo del templo,<br />

era la higuera personal de muchos ricos de Israel, y Jesús estuvo buena parte de ese día por allí<br />

rondando, mirando y observando. Su ira iba creciendo, y dejaba traslucir en su rostro sereno, el<br />

gesto más duro que habían visto los suyos. A la hora de más concurrencia, en que los atrios<br />

estaban repletos, de las palabras pasó a los hechos. Se hizo un látigo de cuerdas y empezó a<br />

repartir latigazos a todo el que se oponía al desalojo. Aquella era la casa de su Padre y suya. Ese<br />

día, los sencillos pescadores de Galilea vieron un Mesías nuevo, colérico, irrespetuoso no solo<br />

con los grandes, sino incluso con la gente del pueblo que se ganaba la vida vendiendo y<br />

comprando en el templo, pagando unos cánones enormes por ello, con lo que casi todas sus<br />

ganancias se las llevaban los Sacerdotes. El Maestro bueno, que comía con recaudadores de<br />

impuestos abusivos, con prostitutas y pecadores de todo tipo, predicando la universalidad del<br />

amor, había puesto un límite incluso a su clemencia. Cuando se trataba de la casa de oración, de<br />

la Casa del Dios de Israel, al que llamaba su Padre, no había distinción entre grandes y<br />

pequeños, entre ricos o pobres. La casa del Padre es igual de sagrada para todos. Y todos fueron<br />

a la calle. Algunos que lo vieron, escribieron luego la historia de lo que allí ocurrió, o<br />

describieron en sus predicaciones el misterioso fenómeno, pero en verdad nadie dio explicación<br />

de aquello. Quedó como un signo del arcano rechazo de Dios que estaba protagonizando Israel,<br />

encarnado en aquel hombre que se llamaba a sí mismo Hijo de Dios y del hombre.<br />

En lo que hace a la mirilla de este <strong>libro</strong>, que quiere descubrir lo que hay detrás de la puerta del<br />

segundo evangelio, de ambos episodios también quedó admirado un muchachito que dormía<br />

todos los días en primavera y verano, hasta la recogida de aceituna al entrar el otoño, en la

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