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Descargar libro - Manuel Requena

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discípulos y judíos de Jerusalén que acudieron a ver al que había estado leproso, y se había<br />

curado y a Lázaro, que había estado muerto y había resucitado, no solo sería un despilfarro el<br />

perfume de nardo que María, la hermana de Marta y de Lázaro, derramó sobre Jesús durante la<br />

comida, sino todo aquel banquete, más costoso que muchos botes de perfume. Estaban sentados<br />

a la mesa José de Arimatea, Nicodemo y otros muchos judíos. Nos lo dice S. Juan. “Un gran<br />

número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá no solo para ver a Jesús, sino<br />

también a Lázaro….” Y a Simón, al que daban por desaparecido del mundo de las finanzas y<br />

negocios de Jerusalén a causa de su lepra. Aunque se había curado, a todos ellos les extrañó que<br />

no hubiera seguido en la lucha del dinero. La postura doctrinal de Jesús el día anterior en el<br />

templo, donde puso en evidencia a José, el escriba rico pero sensato, que conocía el amor pero<br />

no atendía a los pobres, choca con la del miércoles en la que dio por bueno y gozó con los suyos<br />

de todo un banquetazo. El derroche añadido del perfume, quizás por ser una mujer la<br />

protagonista, hizo murmurar a los que medían el amor del reino con monedas. A pesar de aquel<br />

cambio aparente de posturas, muchos allí creyeron más, y otros definitivamente se perdieron.<br />

Judas, uno de los íntimos, no pudo soportarlo y se fue a pactar su entrega con los ''sumos<br />

sacerdotes'', así en plural y sin nombre. La exuberancia del amor de aquel banquete no le sentó<br />

bien a todos los presentes. Lo que para unos fue una manifestación del amor que allí se<br />

respiraba por todos los rincones de la casa, a otros solo le sirvió para enconar su odio.<br />

Ya hemos conocido la historia de Simón el leproso, y algo la de María Magdalena, que por su<br />

notoriedad en la historia de la Iglesia no es objeto de este <strong>libro</strong>. La mujer hermosa fue ese día,<br />

como había sido otros días con sus noches, escándalo para algunos por su amor al hombre<br />

concreto. El hombre se llamaba ese día Jesús de Nazaret. La Magdalena aún hoy sigue siendo y<br />

signo de amor de carne, de amor de hombre y de mujer. ¿No aprenderemos nunca a ver su<br />

conversión del amor de eros al amor de ágape? Simón, enamorado de ella desde su niñez, lo<br />

conoció, y solo superó el martirio del eros, cuando empezó a conocer la fuerza del ágape, allá en<br />

Cafarnaúm, en una madrugada que pudo orar en la unión del Espíritu con Jesús. Su liberación<br />

del tormento del amor que solo tenía deseo de carne, fue más salutífero para él que la misma<br />

liberación de la lepra. Aquel amor le había abierto el alma. Solo necesitaba que amaneciera el<br />

sol, para llenarse de su luz salutífera. Y se llenó. Y el amor siguió abriéndole caminos. Por un<br />

infinito de gozo y de conocimiento, aprendió a orar directamente al corazón de Dios y de su<br />

amada. Y su oración constante se volvió conversión, conversación con un amigo, con alguien<br />

cercano, familiar, al que decía sin necesidad de pronunciar palabra: “¡Salud de mi alma y de mi<br />

cuerpo! ¡Dios mío, amigo! No solo me diste la salud, sino que también le has encendido las luces<br />

de tu ser a mi amada, y ella te paga con el perfume que yo le regalé en aquel arrebato de eros<br />

por su cuerpo. Ella te ama, tú lo sabes, porque lo sabes todo en el amor. Lo que yo le regalé para<br />

su cuerpo, que anhelaba en mi deseo día y noche, ella lo gasta ungiendo el tuyo, que ahora es<br />

nuestro cuerpo para el nuevo amor que nos regalas. Nadie ha sabido aún la transformación de<br />

mi amor de carne en esa vida nueva que tú das. El martirio de mi pecado se ha transformado en<br />

gozo que salta hasta tu vida eterna dentro de los dos, desde que me aceptaste diciendo “Quiero,<br />

queda limpio”. Desde ese instante le perdí el miedo a la muerte, y la vida se ha hecho para mí<br />

camino. Todo lo que tengo es tuyo, Señor de la salud y la misericordia. Y lo mejor que siento, es<br />

que todo lo que tú tienes sé también que es mío. Cuando te encontré en el camino y dijiste<br />

simplemente "Quiero" la transfusión de tu cuerpo al mío quedó consumada para siempre. Ya<br />

me tenía por muerto y tú me diste vida, y hemos conocido el amor de verdad. Tú habitas en<br />

nosotros, pero nosotros habitamos en ti, amándonos de este modo intenso y diferente."<br />

JUEVES SANTO (Mc 14,12-72)

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