Descargar libro - Manuel Requena
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algo, pero Jairo no supo lo que hablaron, porque se estaba abriendo paso a bastonazos entre<br />
toda la gente, y tardó unos minutos en recorrer los diez o doce metros que le separaban del<br />
Maestro. Cuando llegó a su lado, fue Jairo el que quedó asombrado, porque allí, a los pies del<br />
Maestro, con la cabeza en tierra y la cara entre sus manos, estaba Berniké, la que había sido<br />
novia de su hermano. “¡Esto faltaba ahora! Pensó el anciano. ¡Otra vez esta mujer! ¡En los<br />
momentos más decisivos de mi vida, siempre está en medio! No tuvo bastante con amargarme<br />
el día de mi boda y de hacer un desgraciado a mi hermano, sino que ahora se me pone en<br />
medio, delante del remedio, cuando cada minuto es vital para mi pobre hija! Jesús debe saber<br />
que esta mujer no es buena, que dejó plantado a su prometido hace doce años; debe saber, que<br />
desapareció del pueblo, gastándose la herencia de los padres, no sabemos en qué, hasta hacerlos<br />
morir de tristeza y de pena, como sabía todo el mundo..... debe saber que desde entonces no va<br />
a la sinagoga...”<br />
Cuando estuvo lo bastante cerca, vio que Jesús le había dado la mano y Berniké estaba hablando<br />
entre sollozos y suspiros, entre lágrimas y en algún momento hasta con risas.... La gente había<br />
hecho un silencio expectante, y solo se oía su voz, de manera que Jairo no tuvo más remedio<br />
que escuchar, mientras observaba el borde de su túnica que asomaba del manto empapada de<br />
sangre y de agua, como si se hubiera herido las piernas en la orilla del mar. La historia que<br />
aquella mujer estaba contando le dejó impresionado, porque tenía el acento de la sinceridad que<br />
tienen los que han sufrido mucho. Cuando acabó su historia, diciendo casi a gritos de alegría<br />
que por fin se sentía curada, dejó caer su manto, y todos pudieron ver su túnica empapada de<br />
sangre y de agua. La gente dio un grito que sonaba a alabanza, y algunos se acercaron a tocar al<br />
maestro, y abrazarlo. Otros, de rodillas, alzaban los brazos hacia el cielo, dando gracias a Dios<br />
que había dado ese poder a los hombres. Jairo no pudo ver ni oír más, se había olvidado por un<br />
momento de su hija con aquella historia, y al descubrir que habían juzgado muy mal a aquella<br />
mujer, su vista se detuvo en los ojos de su hermano Efraín, que estaba de pie en primera fila. Lo<br />
vio limpiarse disimuladamente las lágrimas que habían humedecido hasta su barba, y fue en<br />
ese momento en que iba a cercarse a su hermano para abrazarlo, cuando vio venir a la gente de<br />
su casa. En cuanto vio sus caras desencajadas por la pena, y su falta de aliento por la carrera, se<br />
dio cuenta de lo que pasaba. No necesitaba oír más. Se había estado preparando para la noticia<br />
durante muchos días, pero saber que al fin había llegado el momento fue distinto. Una ola<br />
enorme le invadió la mente, y no pudo mantenerse en pié. Algunos fariseos a los que tenía por<br />
amigos se acercaron y tratando de levantarlo le dijeron “Tu hija ha muerto. Ya no hace falta que<br />
molestes al Maestro, vámonos de aquí” Pero fue el propio Jesús el que lo levantó del todo, y<br />
enlazando el brazo con el suyo, le dijo con firmeza, sin mirar siquiera a los fariseos: "No tengas<br />
miedo! Solamente ten fe! Y comenzó a andar de nuevo con él hacia la colina donde estaba la casa<br />
de Jairo, llevándolo cogido de su brazo.<br />
Realmente Jairo era un hombre valiente. Intelectualmente valiente. Llevaba encima, revistiendo<br />
su cuerpo con peso de más de treinta kilos, todas las leyes de Israel, la tradición entera de un<br />
pueblo y una raza, significada en aquellas cajitas enlazadas al manto, a los brazos y a la frente<br />
llamadas tefilim. Durante más de cuarenta años, desde que decidió dedicarse solo a Dios,<br />
hubiera dado gustoso la honra, la herencia, la fortuna personal, y hasta la vida por aquello que<br />
colgaba ahora seco de su cuerpo. Incluso buena parte de aquellos aderezos habían quedado<br />
enterrados en la arena de la playa donde se había postrado con el ímpetu que da a la sabiduría<br />
la presencia de un encuentro nuevo. Pero su mayor valentía fue ser libre para amar, con toda la<br />
novedad el amor, y por eso, por su lectura íntima de la realidad, por su intus-ligencia, su técnica<br />
de escuela, de tradición `sagrada', solo llegó hasta allí. Se hubiera enfrentado al Sanedrín entero