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Descargar libro - Manuel Requena

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mujeres no eran las que decidían nunca sobre aquellas cosas. Las mujeres no sabían sobre la<br />

conveniencia o no de un matrimonio. Pero su hermano Efraín aceptó esperar. ¡Y así llevaba ya<br />

más de doce años, esperando!<br />

La boda de Jairo fue un acontecimiento para la comarca. Gente de Jerusalén, de toda Galilea y<br />

de todas las clases sociales, sacerdotes, escribas, fariseos, herodianos, saduceos.... hasta<br />

algunos maestros esenios de las cuevas de Qumrán se atrevieron a dejar su cenobio para acudir<br />

a la invitación de aquel personaje... No se recordaba cosa igual en toda la región. Los de<br />

Jerusalén le habían traído un gran manto, imitación perfecta del de Aarón que usaban los sumos<br />

sacerdotes en las grandes fiestas, con sus granadas y sus campanillas de oro colgando de la orla,<br />

para que todos supieran donde estaba, como decía el <strong>libro</strong> del Éxodo (28,33-34) En su vuelo<br />

inferior pondrás granadas de púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí y, entre ellas, todo alrededor,<br />

campanillas de oro. Una campanilla de oro y una granada, una campanilla de oro y una granada, y así<br />

sucesivamente en la orla del manto, todo alrededor.<br />

Jairo entendió por el regalo que se había aprobado su nombramiento de Arquisinagogo de<br />

Cafarnaúm, y fue feliz ese día de la boda y los siguientes, confirmando que su potencia amorosa<br />

era paralela a su pasión por la ley. Como había hecho con el estudio de la Torá, se entregó con<br />

tal fuerza y ardor a su tarea de esposo, que a exactamente a los nueve meses de su boda nació<br />

su hija, su primera y única hija, porque su esposa María ya no le dio más. Quizás el mismo<br />

ardor de Jairo –decía ella a los íntimos- la dejo estéril.<br />

Para el casi ya anciano saduceo, más que una hija fue una nieta. Todos sus caprichos y cuidados<br />

eran como el objetivo imperante de su vida. Y no solo para él, sino para todos los familiares,<br />

vecinos y conocidos. La niña parecía el juguete de todos, que se atrevían a aconsejar en cada<br />

momento lo que era más conveniente a su cuidado. ‘Que coma de aquello’... ‘esto que ni lo<br />

pruebe’, ...‘en invierno esta friega, y la leche de cabra bien caliente’,... en verano agua de hinojo,<br />

y el juguito de moras.... Era gracioso ver aquel conjunto de menudencias, en las enormes manos<br />

de su padre, que le hacían parecer más pequeña aún. Durante algunos años, fue el referente<br />

para todos de lo que significaba en Israel la bendición de Dios al hombre justo de su pueblo.<br />

Y así creció la niña, vivaracha y preciosa, conocida de todos, y conocedora de todas las gentes<br />

del pueblo, pequeñita de cuerpo, pero con la gracia especial que tienen al moverse las mujeres<br />

que andan en la playa, donde no es necesario un esfuerzo muscular para subir, sino que su<br />

fuerza se aprovecha solo para moverse. Su padre la comparaba siempre con una garceta blanca<br />

del lago, cuando arranca su vuelo y parece que un poquito de espuma de las olas se elevara al<br />

cielo.<br />

Ya desde muy niña tenía los detalles de una mujercita, por su forma de hablar, de mirar, de<br />

moverse, y sobre todo de reír. La alegría de su risa era contagiosa. Se podía saber siempre<br />

dónde estaba en el pequeño pueblo, por aquel cascabel de su risa. A nosotros nos hubiera<br />

resultado un poco ‘repipi’ o ‘sabelotodo’, pero la verdad es que había aprendido a leer con seis<br />

años, -todo un lujo para una niña de su tiempo-, y a los doce se sabía de memoria el salterio<br />

completo, amén del Cantar de los cantares, y otros <strong>libro</strong>s de sabiduría donde se elogiaban a las<br />

mujeres santas de Israel. Su padre era el culpable y el primer admirador.<br />

* * *<br />

Después de casarse, a Jairo no le había sido demasiado difícil, con tantos amigos, ser nombrado<br />

el Jefe de la Sinagoga, el ‘arquisinagogo’ y orgulloso guardián, estudioso permanente de los

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