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Descargar libro - Manuel Requena

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dinero que se pagaba por el remedio. Cuanto más dinero había gastado, peor estaba, luego la<br />

auténtica curación –pensó- debía de ser gratuita.<br />

Por eso, y por lo difícil de su higiene personal sin llamar la atención, iba todos los días a bañarse<br />

al lugar más oculto entre juncos, en la orilla del Jordán, donde el río remansa y penetra en el<br />

lago de Genesaret alimentándolo. Sabía que las aguas de ese río algunas veces eran milagrosas,<br />

y desde luego capaces de tragarse todas las impurezas (ver el Libro segundo de los Reyes<br />

5,1-27). Había oído la historia de Naamán el sirio, jefe de servicio del rey de Aram, que se había<br />

curado de la lepra solo bañándose en el río siete veces seguidas. También conocía el baño que<br />

en sus días estaba dando Juan, el llamado Bautista. Si era un río para limpiar de los pecados,<br />

pensaba Berniké, muchos más fácil podría limpiar la fuente de su flujo vaginal. El Jordán era un<br />

río capaz de transformar toda la impureza del mundo, en limpieza.<br />

Así fueron pasando los años para ella. Hasta doce pasaron. Sus padres habían muerto, y alguna<br />

mala gente decía que de pena por las continuas ausencias de su hija. Una mañana de abril,<br />

cuando volvía hacia Cafarnaún de su baño diario, tomó sin saber bien por qué, el camino de la<br />

orilla del lago. Quizás lo hizo por ver si podía comprar algún pescado fresco a los que volvían<br />

en esa hora temprana de faenar durante la noche. Al sobrepasar el pequeño cabo que había<br />

creado sobre el mar la desembocadura del río, vio sobre la playa mucha gente. “Qué habrá<br />

pasado”, se dijo en un susurro,”seguro que ha habido buena pesca”. Y aligeró su paso. Cuando<br />

llegó, le sorprendió que no hubiera subasta, con la voces conocidas de Simón y Zebedeo,<br />

ofreciendo sus canastas y sus peces, sino que todos loss vecinos, y otra mucha gente forastera<br />

que no conocía, estaban extasiados mirando hacia la barca de Simón anclada como a unas<br />

quince brazas de la orilla. Nadie se dio cuenta de que llegaba ella, excepto Él. Quizás no fuera la<br />

primera vez que se miraban, porque a ella le pareció que lo conocía desde siempre. Él estaba en<br />

la barca, de pié, vestido de blanco, con el sol recién salido dándole en la cara, y haciendo que su<br />

pelo, largo hasta los hombros, soltase como un chorro de estrellas, cuando la brisa del lago lo<br />

ondulaba como en una caricia. Hablaba con la voz tranquila y segura de alguien que dice la<br />

verdad. Ella, que conocía tan en carne propia los tonos de voz de la mentira, se quedó<br />

sorprendida de aquella palabra valiente, penetrante. Se sentó acurrucada en la arena, con la cara<br />

sobre las rodillas recogidas por sus brazos, y no se movió en mucho rato. Estaba segura de que<br />

Él la estaba mirando y hablando para ella. Su voz le penetraba hasta el fondo de su cuerpo,<br />

hasta la fuente misma donde brotaba el flujo impuro de su sangre. Él estaba hablando de los<br />

limpios de corazón, de los pobres, de los sencillos, de los que escuchan la Palabra de Dios, la<br />

reconocen, la reciben en sí mismos y la guardan. Son –decía el joven Maestro- como una tierra<br />

que recibe la semilla del trigo que siembra el sembrador, y se hace vida en ella. “El que cree en<br />

mí tendrá la vida eterna, y una fuente de agua limpia, sanadora, brotará de su seno..….” Le<br />

sorprendió a Berniké, que por todo lo que se prometía, ¡no había que pagar nada!<br />

El efecto en ella fue inmediato. Creyó en Él. No sabía ni como se llamaba, pero su palabra fue<br />

como la chispa que prende en un rastrojo. Sintió la fuerza de aquel hombre, que entrando por<br />

su oído, inundaba su cuerpo como llama de fuego purificadora.<br />

No captó bien su inteligencia todo lo que predicaba, pero sintió en su cuerpo que la palabra de<br />

aquel hombre estaba viva, y esa vida tenía mucho que ver con la salud. Cuando terminó de<br />

hablar y bajó de la barca, la gente se agolpó sobre Él. Le ponían delante sus enfermos, tullidos,<br />

niños con fiebres altas de las que dejan secuelas….. y Él, sin decir ya nada, les imponía las<br />

manos y quedaban sanos, nuevos. La gente por la orilla daba saltos y gritos de alegría alabando

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