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sus pequeños actos diarios que casi parecen juegos y travesuras, los ponen al servicio y
beneficio de otros. Para aquellos cuatro amigos, toda la fe se resumió en llevar a cuestas a un
pequeño paralítico que, dejado de todos, no tenía más oficio que estar solo en la playa tomando
el sol. Desde allí jaleaba a diario con sus risas y voces el éxito o fracaso de los pescadores,
cuando volvían después de una noche de faena.
* * *
Tras de todo el esfuerzo y la aventura, de enfrentarse a las miradas, a las risas, e incluso el
regaño de todos los presentes en la casa de Simón, y los gestos airados de María, la dueña de la
casa y suegra de Pedro, la reacción de Jesús fue en un principio sin duda decepcionante para los
cuatro amigos que se habían atrevido a presentar de aquel modo al paralítico. Cuando le dijo al
joven impedido “Hijo tus pecados te son perdonados”, el corazón de los cuatro sintió el frío del
fracaso. Solo Samuel sabía que aquel hombre tenía razón, y que lo que más necesitaba ese día,
era el perdón de sus pecados. Nadie lo sabía mejor que él, pero la intimidad de un paralítico no
sale a flor de piel.
Los cuatro amigos no se lo esperaban, ni era para eso para lo que habían ido allí, y habían
formado todo el alboroto.
Jesús estaba predicando la presencia del Reino de Dios entre ellos, y su respuesta ante el
paralítico sorprendió a todos los que estaban allí aquel día, y nos sigue sorprendiendo a
nosotros, que es lo que busca Marcos en su relato. Los escribas, Maestros de la Ley,
sentados en primera fila se asombraron -dice el Evangelista- de que un hombre pudiera
perdonar pecados, porque esa función era solo atributo reservado a Dios.
"¿Cómo habla así éste? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?".
Los cuatro jóvenes, ni siquiera se plantearon el que Jesús pudiera perdonar pecados o no. Su
mundo de ilusiones y de vida era marginal para los que se preocupaban del pecado, y el
mundo del pecado y de la virtud, de la ley y la gracia, era poco entusiasmante para ellos. No
se habían acercado a Jesús porque perdonaba los pecados, sino porque de Él salía una fuerza
envolvente que además de curar, vinculaba con una ilusión de vida nueva. Y además les
estaba ‘dando caña’, como dicen ahora los jóvenes, con autoridad y crítica no vistas nunca
antes, a los que permanentemente exigían el sometimiento a sus formas ya muertas de su
religión.
Por eso los jóvenes se sorprendieron más de que “habiendo visto su fe” y su ilusión,
sabiendo lo que venían a pedirle, Jesús ‘tan solo’ perdonase los pecados del pequeño
Samuel. Ellos esperaban otra cosa. Si el perdón hubiese sido para ellos, que andaban siempre
al borde del pecado, o enmarañados en él, la cosa hubiera tenido otro sentido, ¡pero el pobre
Samuel! ¡Si no sabía siquiera lo que era un pecado…! -Eso pensaban ellos-.
Nadie dijo nada. Unos ojos se abrieron de sorpresa, otros se entrecerraron inquisitivos, y la
gente callada fue quizás más dicente que la palabra de los fariseos. En medio del silencio
expectante, el pueblo sencillo de Israel llegó a uno de los momentos más altos de su historia
religiosa. La misericordia de Dios se hacía realidad manifestada en la persona de Jesús. Y su
propuesta de encuentro sigue siendo válida aún para todo el que llega a esa cima de
confianza, para el que rompe el techo de su experiencia personal, y es capaz de ponerse
delante de Él, incluso ante la crítica de los que le rodean,