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Descargar libro - Manuel Requena

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que se batieron las miradas, Jesús, haciendo un semicírculo con su mano derecha levantada<br />

sobre los que estaban con Él a la mesa, dijo en aquel tono de acero templado que le daba a su<br />

voz de terciopelo la inconfundible autoridad de la verdad de Dios:<br />

“No necesitan médico los sanos, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos,<br />

sino a pecadores”<br />

Otro silencio mientras calaba en la concurrencia la sentencia que en un principio no sabían si<br />

interpretar de insulto o de alabanza, y el propio Mateo-Leví comenzó un aplauso que se hizo<br />

cerrado en un momento. Si algún otro le hubiese dicho a los presentes que estaba allí con ellos<br />

no por su dinero, ni por su sabiduría, sino “porque eran pecadores” y para darles algo, no para<br />

recibir algo, sabía bien Eufrasio que su vida, al menos su vida en la región, estaba acabada. Pero<br />

aquel hombre en todo era diferente, incluso en el trato con los ricos. Nadie pareció ofenderse<br />

porque les llamara ‘pecadores’ y enfermos por el dinero. Todos sabían bien que lo eran. Los<br />

únicos que no soportaron la sentencia, fueron los propios escribas. Salieron huyendo de allí, y se<br />

confabularon con los herodianos para terminar aquel ultraje público. Lo que se entendió por<br />

ellos, y quizás tuviesen razón en su interpretación, es que la frase la había dicho también Jesús<br />

por ellos mismos. Aquellos hombres que se tenían por sanos, sabios y santos, eran<br />

probablemente los que más necesitaban de médico.<br />

Eufrasio había visto también a Jesús, aunque de lejos y escondido entre la gente, en casa de<br />

Simón el pescador, donde fue testigo de la curación completa y milagrosa de Samuel, el joven<br />

paralítico que vivía en la playa, y de otras muchas curaciones que aquel hombre extraordinario<br />

estuvo haciendo en nombre de Dios allí mismo y en la sinagoga.<br />

El contable de la mano lisiada, llegó a maldecirse a sí mismo por su estúpida timidez, que no le<br />

había dejado nunca pedir nada para si mismo. Siguió ocultando, como siempre, la mano seca<br />

bajo su manto, y toda su relación con el Maestro fue solamente escucharlo cuando hablaba del<br />

Reino. Simplemente eso, escucharlo y mirarlo cuando hablaba con todos, en medio de la gente,<br />

cuando predicaba la conversión, cuando ordenaba con autoridad a los diablos, cuando con solo<br />

hablar curaba cualquier enfermedad… y sobre todo eso, cuando leía la Palabra de Dios en la<br />

sinagoga. Aquél hombre de Nazaret leía la Sagrada Escritura como nunca había oído antes<br />

Eufrasio leer a nadie, ni siquiera a Jairo el arquisinagogo. No solo por el timbre grave de su voz.<br />

Su tono y su porte, sus pausas y silencios cargados de sentido, subrayados con gestos suaves de<br />

sus mano y sus dedos, que acompañaban la proclamación, hacían que al escuchar aquella<br />

proclamación, lo escrito por los grandes profetas de Israel, se tuviera la sensación cierta – o al<br />

menos Eufrasio la tenía- de que aquello estaba escrito para Él. Cuando leía los Libros Sagrados,<br />

parecía que aquél hombre estuviera leyéndose y proclamándose a sí mismo. Eufrasio conocía<br />

aquella Voz desde niño, desde que se levantó de sus terribles fiebres, y había pedido muchas<br />

veces a Yahvé volver a escucharla.<br />

Cuando vio la curación en casa de Simón del pequeño Samuel, Eufrasio estuvo a punto de<br />

pedirle al Maestro que lo curase también a él. Si había curado a un parapléjico, tullido de<br />

cintura para abajo, su mano seca solo desde la muñeca hasta los dedos, debía de ser nada para<br />

Él. Pero cuando tras un purgatorio de dudas había conseguido hilvanar su petición y decidió<br />

acercarse, sus miradas se encontraron un momento antes de que Eufrasio llegara a pronunciar<br />

palabra. Estaba aún a casi veinte metros de su presencia, y aún así sintió como si el Maestro<br />

hubiera entrado dentro de su alma. ¿Sería esa su doctrina, y la realidad perfecta de aquel reino

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