Descargar libro - Manuel Requena

descuidaba, el hedor era insoportable. Hasta los perros la seguían por la calle. En aquel estado
no podía dejar que se acercase a ella ningún hombre. Nadie podía tocarla. Nadie podía tocar su
asiento o su cama, ni sus vestidos, ni nada que ella hubiese tocado, sin quedar también impuro.
Ni siquiera otra mujer podía tocarla sin caer en falta. Estaba radicalmente impura, y no podía
tocar o ser tocada por nadie. Eso le habían enseñado sus padres siendo aún muy joven, porque
eran temerosos de Dios, y al menos en las cosas del sexo, eran cumplidores exactos de la Ley.
Aunque eran normas complejas, Berniké se sabía de memoria lo que decía el Levítico sobre la
impureza en la mujer.
"Cuando una mujer tenga su período normal de menstruación, será considerada impura durante
siete días. El que la toque será impuro hasta la tarde. Todo aquello sobre lo que duerma o se siente
durante su impureza será impuro. El que toque su lecho, lavará sus vestidos, se bañará con agua y
será impuro hasta la tarde. El que toque un mueble en el que ella se haya sentado, lavará sus
vestidos, se bañará y será impuro hasta la tarde. El que toque lo que está sobre su lecho o sobre su
asiento será impuro hasta la tarde. Si un hombre se acuesta con ella, contrae la impureza de su
menstruación y será impuro durante siete días; todo lecho sobre el que duerma será impuro.
Cuando una mujer tenga hemorragias fuera de su período normal de menstruación o cuando su
menstruación le dure más de lo normal, será impura mientras le dure la hemorragia, con la misma
impureza del período de menstruación. El lecho sobre el que haya dormido durante el tiempo de su
hemorragia será para ella como el lecho de los días de su menstruación, y todo mueble sobre el que
se haya sentado será impuro, como si se tratara de la impureza de su menstruación. El que los
toque será impuro, lavará sus vestidos, se bañará y será impuro hasta la tarde.
Cuando esté curada de su hemorragia, contará siete días, pasados los cuales será pura. Al octavo
día tomará dos tórtolas o dos pichones y los presentará al sacerdote a la entrada de la tienda de la
reunión. El sacerdote los ofrecerá, uno en sacrificio por el pecado y otro en holocausto. Hará sobre
ella, delante del Señor, el rito de absolución por la impureza de su hemorragia.
Así, pues, enseñaréis a los israelitas a purificarse de sus inmundicias, para que no mueran
contaminando con ellas mi morada, que está en medio de ellos. (Levítico 15,19-31)
* * *
Berniké era mujer religiosa, pero aquella sangre no la dejaba ni siquiera ir a la sinagoga. A
veces, a escondidas, subía al templo de Jerusalén donde estaban los mejores médicos Rabinos, y
aprovechado la visita médica, se ponía en manos de Dios. Más por el amor de Efraín que por su
propia salud, se había ofrecido en holocausto secreto a Yahvé, para lo que su voluntad
determinara.
Uno de aquellos maestros de la Ley, que también hacían de médico, le dio, previo pago de un
precio exorbitado, algunas de las recetas que se usaban para la curación de estos flujos (ver
Shabbat, 110 a. citado por Ricciotti "Vida de Jesucristo" nº 349)
Era eficaz, -según decía una receta-, hacer sentar a la mujer enferma en la bifurcación de un
sendero teniendo en la mano un vaso lleno de vino tinto. Alguien, llegando de improviso y a
escondidas por detrás, debía gritarle fuerte ¡Aaaaaaah! ¡Cese el flujo de tu sangre! Si el vino del
vaso se derramaba por el movimiento de la excitación, el susto y el pasmo harían de
vasoconstrictores de la fuente de sangre. La receta se usaba también para quitar el hipo crónico,
y en verdad daba más resultado para esto, que para la hemorragia vaginal originada por un