Descargar libro - Manuel Requena
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(Levítico 13,46)<br />
Eso decía la ley, y él lo cumplió hasta que las mismas fuerzas len fueron faltando. Ya no podía<br />
casi andar. Las puntas de los pies, que ahora terminaban en muñones, le quedaban colgando del<br />
tobillo cuando levantaba con un enorme esfuerzo la pierna. Desde cierta distancia, en el camino<br />
se le veía como si arrastrase los pies al caminar. Pero en realidad casi no tenía pies, sino aquellos<br />
muñones envueltos en vendas que nadie había visto jamás, sino su madre y él.<br />
No solo eran los pies. Tampoco las manos, la boca, la nariz, los brazos o las piernas ya los sentía<br />
por suyos. Nunca hubiera pensado estando sano, que la lepra fuera un desposeimiento personal<br />
tan grande. ¡No le quedaba nada! Ni familia, ni amigos, ni fuerzas siquiera para seguir<br />
viviendo....! Solo su enfermedad.<br />
Lo único que le quedaba intacta todavía era la memoria. Quizás fue un ‘premilagro’, pero<br />
recordaba cada vez mejor la palabra que había oído de niño en la sinagoga y en el templo de<br />
Jerusalén, las gentes que habían pasado por el camino de su vida, los años de las buenas<br />
cosechas, el último suspiro de su padre, los consejos cariñosos de su madre, y por encima de<br />
todo, envolviéndolo todo, el rostro, el cabello, la risa, el cuerpo y la persona entera de María, su<br />
vecina de Betania, la hermana de Lázaro y de Marta, a la que había conocido de verdad en<br />
alguna encrucijada de caminos.<br />
En ese estado ‘impuro’, casi sin poder ya ni moverse, se había situado de forma más estable, a<br />
orillas del Jordán, y al norte del lago Tiberíades, en la cruz de los caminos que venían de la<br />
Traconitide y Cesaréa de Filippo, y que de allí partían hacia la Decápolis y Galilea, muy cerca de<br />
Betsaida Julia. Allí Simón podía esconderse entre las frondas cercanas a las aguas, y buscar<br />
algunas sobras de comidas que los viajeros siempre dejaban en el camino. En aquellas sombras<br />
de la vegetación casi selvática, se sentaba con frecuencia a descasar, a reponer sus fuerzas e<br />
incluso a dormir.<br />
Y fue en ese camino donde lo conoció. Primero tan solo fue una noticia. Todo el camino parecía<br />
haberse llenado de noticia suya. La gente no hablaba de otra cosa. Sus manos sanadoras, sus<br />
palabras sanadoras y sus gestos indicando el camino del cielo, su doctrina de libertad y, sobre<br />
todo, aquel trato sencillo con la gente. Era distinto a todo lo de antes, a todo lo que se había<br />
contado antes de un profeta por los caminos de Israel. Algunos decían que era el Mesías<br />
esperado, el que iba a sacar al pueblo de Yahvé de aquella sombra histórica en que vivía, ahora<br />
incluso peor que en los tiempos de su esclavitud allá en Egipto, o que el destierro babilónico,<br />
porque en aquellos otros momentos de esclavitud, destierro y dureza de vida, por lo menos el<br />
pueblo se sentía mal, y oraba intensamente a Dios para que lo liberase de aquella situación, pero<br />
ahora aquel pueblo se sentía satisfecho. Solo se cuidaba de agradar a Roma y cada cual a su<br />
vientre y sus vergüenzas. Ni oraba ni pedía a su Dios. Era un pueblo arrogante.<br />
Para otros aquel Jesús de Nazaret no era más que un charlatán... Pero todos reconocían que al<br />
menos era un charlatán muy especial, ya que no cobraba nada por curar, y además uno se sentía<br />
bien, solo con escucharlo.<br />
* * *<br />
La comitiva venía de Cafarnaúm y seguramente iba hacia Betania. Había una excitación extraña<br />
y nunca vista en el camino. Gentes que corrían más que caminaban, otros con una lentitud<br />
exasperante, y lo más singular para Simón, especialista en observar el camino, fue ver pasar<br />
familias enteras, incluyendo lo que muy rara vez se veía en peregrinación alguna hacia las<br />
fiestas de Israel, familias llevando a sus enfermos, a esos que nunca salían de su entorno<br />
doméstico, de su lugar o de su casa, con el paso lento y los cuidados especiales que ello<br />
requería. Carretas, camillas, soportes y ¡hasta camas! encima de raros carritos e inventos<br />
personales para el transporte, que el camino nunca había visto pasar. En aquel tiempo de las