Descargar libro - Manuel Requena
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no consentía comer nada, su vientre se hinchó, y a las tres semanas apareció la fiebre. María<br />
incluso sospechó que pudiera estar embarazada, y en secreto llamó a la partera, que la había<br />
asistido en su propio parto. No, no estaba embarazada. Era virgen, y si pudiera decirse así, era<br />
excesivamente virgen. Su himen imperforado estaba tan entero que no dejaba pasar la sangre de<br />
sus óvulos maduros. Hubiera bastado una incisión, pero en aquellos tiempos y en aquella casa,<br />
no se podía tocar aquello. Empezaron a aplicarle todos los remedios conocidos. Primero los que<br />
contaban con más garantía, y después, cuando estos fallaron, incluso los que sin tanta garantía<br />
de éxito, pudieran ser útiles para su amenorrea primaria, provocada por la persistencia parcial<br />
de la membrana uro-genital. El himen se apreciaba completamente cerrado con abombamiento<br />
del introito por acumulación del flujo menstrual originando hematocolpos, -acumulación de<br />
sangre en la vagina por imperforación del himen- que al descomponerse provocaba una<br />
infección masiva, fiebre, y aquel horrible olor.<br />
Jairo, las pocas veces que le dejaban entrar a su habitación, porque aquello era cosa de mujeres,<br />
la veía mal, pero no le dijeron lo que era, para no asustarlo, porque en cualquier tipo de<br />
amenorrea, y mucho antes de buscar motivos complicados que puedan asustar a la paciente, se<br />
imponía una terapia natural, libre de efectos secundarios, según les decía la partera.<br />
Los mismos remedios que aplicaron, empezaron a atormentar a la niña. Primero la ruda, la<br />
artemisa, el ajenjo y el orégano,.... Pero nada. Sospechando alguna alteración endocrina o de<br />
carencia hormonal, le dieron infusiones de salvia y lúpulo, de romero y alfalfa. Pero tampoco.<br />
La niña estaba triste, pálida, no hablaba ni comía, y la casa quedó a oscuras sin su risa.<br />
Un médico afamado, conocedor de las virtudes de las plantas, les prescribió lo que en la<br />
tristeza estéril, según todos los cánones, resultaba muy útil: una mezcla tibia de hipérico,<br />
romero y melisa. Y se la dieron también. Algunas mujeres dijeron que se habían curado de sus<br />
desarreglos menstruales con abrótano macho, cocido en flor del saúco, camomila, caléndula y<br />
milenrama..... No consiguieron nada, sino subir la fiebre de la pobre niña, y ver como se<br />
hinchaba más su vientre.<br />
Especial eficacia les pronosticaron a los baños de asiento en la temperatura del cuerpo -treinta<br />
y siete grados-, y los baños de pies muy calientes de celidonia; ambos remedios se decían venir<br />
de Hipócrates, el mejor médico griego de todos los tiempos. Le trajeron el agua caliente y<br />
sulfurosa de la fuente de Juan, la sentaron en una palangana grande, puesta sobre un<br />
pequeño banco, con los pies en otra palangana de agua casi hirviendo. Tampoco se logró gran<br />
cosa, aunque la niña decía que sentía explotar ya su virginidad.<br />
Utilizaron mezclas de zinc-cobre, de manganeso y litio, todo en sus proporciones prescritas.<br />
Para nutrirla, tampoco descuidaron la yema de huevo, aceites vegetales germinales de soja,<br />
cacahuate, arroz, algodón y coco, todo acompañado de hojas verdes, germen de trigo y<br />
cereales.... El principio que hoy llamamos ‘vitamina E’ tampoco hizo el efecto deseado.<br />
Suplementaron su alimento con regaliz y piña, con nuez moscada y perejil rizado. Todo fue<br />
inútil. ¡La niña se moría!<br />
Viendo su vientre hinchado y maloliente, incluso probaron el remedio más caro del que habían<br />
oído hablar. Hicieron traer un enorme lagarto del desierto, lo abrieron, y con la piel sangrante<br />
aún, le hicieron a la niña un braguero, que le apretaba la hinchazón del pubis y la vulva. Solo<br />
consiguieron un olor más insoportable aún en la habitación de la chiquilla, pero no que