Descargar libro - Manuel Requena

casa repitiendo por todo el camino lo que recordaba de la oración de acción de gracias de Jesús,
con sus añadidos y modos personales. Encontró a su mujer y su hijo dormidos profundamente,
como no los había visto descansar en muchos años. El se lavó los pies, miró al cielo estrellado, y
se acostó a su lado sin hacer ruido alguno. Antes de dormirse, Josías se sintió asombrado de sí
mismo, de lo que había hecho, de lo que había dicho, de lo que había tocado. Incluso se sintió
orgulloso de su falta de fe, porque había hecho que la completara el carpintero de Nazaret. Sin
saber ni cómo ni por qué, ni el alcance de su oración, dijo durante mucho rato mirando al cielo:
“¡Gracias Espíritu de Dios!” Y se quedó dormido, nadando en sus sueños. Amanecieron los tres
entrelazados, y en el cálido tacto que los envolvía inundando sus cuerpos hechos corazón, se
sintieron por primera vez en su pobreza, una familia normal y sana.
Jonás, si con demonio dentro había sido un joven hermosísimo a la vista, por el equilibrio
excepcional de sus facciones y proporciones corporales, cuando lo inundaba el espíritu de Dios,
entraba en oración, y hablaba de Jesús, todos lo comparaban con un ángel. Así lo encontraremos
en el último capítulo de este libro. Su madre le hizo una túnica blanca, como la del Maestro, que
usaba constantemente para contar todo lo que el Señor de los Espíritus, había hecho con él, y su
casa se convirtió en casa de oración donde venían los pobres y enfermos de todo aquel lugar,
porque el regalo que Jesús le había hecho a Josías, suplementando su pequeña fe, hasta el nivel
que a Dios le gustaba, era una epidemia de salud que estaba azotando Galilea, y además
contagiosa.
14.- NIÑOS EN SUS RODILLAS
Y HOMBRES EN EL CAMINO.
Los siguientes personajes que aparecen en el relato del camino desde Galilea a Jerusalén,
desde la alegría a la muerte, y de nuevo a la alegría, el camino que lleva del asombro de los
encuentros sencillos y paradisíacos del lago, a la estupefacción del martirio y la gloria, son
unos personajes unidos por parejas al estilo inconfundible de Marcos, que se complementan
y explican unos a otros, con un eje o referencia que son los niños. Como ellos aparecen
sencillos, confiados, regañados y auténticos ejemplos del reino. Primero aparece un niño al
que Jesús tomó en sus brazos sentándolo en sus rodillas, y enseguida el evangelista inserta
en el relato la noticia de un extraño exorcista, taumaturgo o curandero independiente que
usaba el Nombre de Jesús para realizar sanaciones entre la gente. Después otra vez niños
abrazados, y enlazado a esa escena, el relato del joven Nicolás, un rico de bienes de la tierra –
quizás a su pesar- que sigue siendo el mito de los que ponen su ilusión en el camino.
El hilo del relato de Marcos parece que se rompe con las titulaciones que les dan a esos
párrafos algunas ediciones modernas del Nuevo Testamento. Nos despistan sobre la
verdadera trama de la historia de Jesús trenzada con personas concretas y humildes, que el
propio evangelista quiere subrayar. Si, como ya hemos visto en otros pasajes, Marcos vincula
–aunque solo sea por criterios nemotécnicos- personas y situaciones paralelas, ahora estamos
en la cumbre de esas relaciones bipersonales. Los niños entran en una cercanía inmediata con
Jesús, y enseguida Marcos los vincula con el entorno vivo de lo que estaba enseñando el
Maestro, y luego enseñaba Marcos en la comunidad de Roma donde se leía su evangelio. No
es casual, sino causal, que la relación de personas que se encuentran con Jesús en el relato de
Marcos, estén situados en una enseñanza teológica concreta. Las escenas de Jesús y los niños
tienen en Marcos un tratamiento ‘sui géneris’ entre todos los escritos evangélicos. Son la
puesta en escena de la doctrina de Jesús sobre la comunión que produce el acogimiento en