Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
salvación humana y su corral de aves exóticas, que usaba como vivero donde extraer las plumas<br />
que necesitaba para los peculiares diseños de vestidos raros deslumbrantes, de lujo y de fiesta.<br />
Nunca pudo imaginar aquel extraño sastre, que el canto de sus gallos iba a ser más famoso que<br />
todas sus plumas de colores y todos sus vestidos de gala juntos. En primavera y verano, para las<br />
fiestas grandes, con las nuevas modas traídas por los romanos, las plumas como adorno de<br />
vestidos de damas ricas, de sombreros y cascos, hasta de centuriones y jefes del ejército, se<br />
habían convertido, en parte por su ingenio, en toque de distinción y manifestación del poder<br />
adquisitivo de una persona. No importaba tanto, como siempre ocurre, el que fueran bonitas,<br />
que sin duda lo eran, sino el que fuesen caras, carísimas, y a ser posible, únicas.<br />
Pequeño, delgado, de aspecto estrambótico por sus maneras de moverse sin cesar, y por el raro<br />
escorzo de sus manos, Lucas, al que cariñosamente sus clientes y amigos llamaban Luccinno,<br />
visto por detrás podía ser una de las altas damas de la corte de Antipas. No importa ahora su<br />
tendencia sexual, pero sí que era el mejor criador y comerciante de plumas de todo oriente<br />
medio. Las plumas de las aves de Luccinno y sus tintes, eran conocidas y apreciadas hasta en la<br />
capital del imperio. Gallos blancos de plumas largas, nageoires de oca, plumas de pavo flats,<br />
gallinas de guinea, faisanes, pavos reales, codornices, perdices, ocas de todas clases, de todos los<br />
matices e irisaciones, tenían en sus corrales nido. Las aves eran importantes para el pequeño<br />
sastre, no solo por las plumas sino por sus cantos. Los gansos y los gallos de larga cola, avisaban<br />
con su estruendosa jacaranda de todo visitante que se acercaba hasta la entrada de la calle.<br />
Especialmente en la noche, cualquier ruido de pasos o voces extrañas, era acompañado por un<br />
intenso coro de ocas y gallos, que ponían al descubierto la presencia.<br />
Luccino había visto a Jesús en alguna ocasión, pero no le caía bien. No solo porque sus vestidos<br />
eran zafios, sin adorno alguno –tan solo una túnica talar de una sola pieza y un manto blanco-,<br />
sino especialmente desde que había tirado por el suelo el tenderete que el criador de aves tenía<br />
instalado en el templo, donde sus empleados vendían plumas y telas, con permiso, -o al menos<br />
vista gorda- del sumo sacerdote al que pagaba un canon. Su personal de ventas le contó que el<br />
profeta vestido de blanco hasta los había amenazado con un enorme látigo de cuerdas. El sastre<br />
no había podido ocuparse debidamente del asunto porque estaba esos días muy ocupado<br />
terminando un gran vestido de gala para el sumo sacerdote, su vecino Caifás, pero le dio su<br />
queja al dignatario. El enorme vestido, no solo llevaba todos los adornos rituales en sus<br />
filacterias, borlas y adornos de los bordes, sino que el diseñador, en aras de la moda novedosa<br />
que llegaba de Roma, le había añadido por su cuenta colores y plumas para que tuviera, además<br />
del resplandor del sacerdocio, un cierto aspecto de señor romano. Iba a ser admirado Caifás,<br />
según Luccinno, por propios y extraños, por judíos y romanos, por griegos y persas. Y, -añadió<br />
el sastre-, no solo por todos los que aquel año se habían juntado en Jerusalén para las grandes<br />
fiestas de la pascua en primavera, sino que seguramente pasaría a la historia de su religión por<br />
aquel atrevimiento artístico. Sin saberlo, aquel mequetrefe estaba haciendo de profeta. Para su<br />
objetivo, había conseguido las mejores sedas, que hacían el enorme vestido mucho más liviano y<br />
fresco que los anteriores. Caifás lo había aceptado, y prometió estrenarlo en día de pascua.<br />
La noche de preparación de pascua no fue tan cálida como se esperaba. Luccinno, que acababa<br />
de entregar el nuevo vestido sumosacerdotal, después de estar todo el día ajustándolo porque<br />
Caifás había engordado diez kilos en lo que se llevaba de semana de pascua, probando y<br />
degustando las magníficas ofrendas de los fieles en el templo, se fue, según él “agotado y a<br />
punto de morir”, directo a la cama. A la cuarta vigilia de noche, un estruendo enorme de su<br />
gallinero lo despertó asustado. Algo estaba pasando. Llamó a sus sirvientes y le informaron que<br />
no ocurría nada en el criadero. Era en el vecino patio del sumo sacerdote donde se oían las