Descargar libro - Manuel Requena
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amor a los propios que le condenaban y crucificaban, perdonándolos y pidiendo perdón para<br />
ellos, era la primera vez que lo veía. Era la primera vez que veía morir a alguien por amor de<br />
Dios y de los hombres en un solo acto. Seguramente se dio cuenta de que estaba viendo y<br />
siendo testigo de algo totalmente nuevo, y como le ocurrió a uno de los crucificados con Jesús, a<br />
uno que era ejecutado por ladrón, sintió que allí había mucho de aquello que a él lo asustaba<br />
tanto, casi lo único que le asustaba en esta vida, y era el misterio del más allá de los sentidos<br />
normales de las cosas, de más allá de lo que podía verse, tocarse y, si fuera necesario,<br />
atravesarse o partirse en dos con una buena espada. Longinos percibió que aquel misterio de<br />
muerte, lo estaba alcanzando a él de lleno en pleno corazón, y lo estaba atravesando como una<br />
lanza nueva con aguda punta, hecha de la verdad de aquel hombre que tenía delante de sus<br />
ojos. No pudo ni moverse de allí, hasta que la verdad que proclamó a gritos, lo hizo libre.<br />
Estuvo clavado frente al crucificado hasta que murió y allí mismo gritó, lo que ya iba a estar<br />
gritando toda su vida :"¡La Verdad es que: este hombre era Hijo de Dios! y ahora esta vivo!! Es el<br />
resumen de todos los Evangelios, y de todas las proclamaciones de la Noticia, porque es la<br />
verdad de la noticia. Aquel hombre, centurión, soldado profesional, no tardó mucho tiempo en<br />
enrolarse en otro ejército, que tendría por estandarte precisamente aquella cruz ante la que él<br />
había estado de pie, y con los ojos abiertos, vigilantes, más que nadie en la historia de la<br />
humanidad. El nuevo imperio con su ejercito tendría por armas precisamente aquella<br />
exclamación que le había brotado a él a la hora de nona, arrimado al patíbulo, y embadurnado<br />
de sangre: "Este-Jesús de Nazaret- no solo es el rey de los Judíos, como decía el cartel clavado por mí<br />
sobre su cabeza por orden de Pilatos, sino que es ¡Hijo del Dios Altísimo"! Así lo estuvo contando<br />
toda su vida, hasta que murió, ya viejo, como los viejos soldados cuentan sus batallas. Aquel<br />
viejo cristiano que había sido centurión, contaba así su historia a todos lo que visitaban su casa<br />
de Roma, mucho tiempo después:<br />
“Yo estaba allí y lo vi morir. Ayudé a prenderlo, ayudé a castigarlo, a desnudarlo y a<br />
crucificarlo. Yo fui testigo de cómo lo pusieron en el sepulcro que estaba junto al Gólgota, y vi lo<br />
sucedido al amanecer el tercer día de su muerte. El viernes de la pascua judía, cuando Pilatos<br />
me llamó para que le dijera si había muerto ya, yo le certifiqué su muerte, y como me<br />
ordenaron, le entregué su cuerpo a José de Arimatea que llevaba a la madre, María, y a otras<br />
mujeres con él, y yo les permití estar junto a la cruz hasta que expiró. Yo estaba allí, también<br />
frente al sepulcro, de guardia de su cuerpo, de sus cosas y de sus misterios. A mí me tocó en<br />
suerte la túnica talar, empapada en su sangre, que nos rifamos entre todos los de la patrulla de<br />
ejecución, y aquí tengo guardado el letrero que Pilatos mandó poner sobre su cabeza en la<br />
cruz”. Y el viejo soldado señalaba con su dedo índice, que tenía lesionado y sin movimiento por<br />
un golpe de espada, la túnica que colgaba desplegada en su pared como el mejor cuadro que<br />
jamás se pintara, para que la pudiera admirar bien la cantidad de gente sencilla que acudía a su<br />
casa para oír su versión de la historia, y para partir el pan con él y su familia entre los recuerdos<br />
vivos de aquel Nazareno que se había manifestado como Hijo de Dios. Aunque no se la<br />
enseñaba a todos por miedo a los romanos, también tenía escondida Longinos la lanza con la<br />
que le atravesó el pecho al crucificado para cerciorarse de su muerte, empapándose entero de la<br />
sangre con agua que había salido de su pecho. "Yo cambié mi guardia -contaba- para poder<br />
estar cerca de su sepulcro custodiándolo, aunque hoy sé que era Él quien me custodiaba a mí.<br />
Cuando a las pocas horas de su muerte, Pilatos ordenó que montáramos guardia a la entrada de<br />
la cueva sepulcro, aunque no me tocaba esa guardia, yo la cambié a mi compañero, y estuve allí,<br />
sentado a su puerta de piedra, para que sus discípulos no se lo llevaran, según las órdenes que<br />
nos dieron. Aunque no sé ni por qué lo hice, allí estuve dos días con sus noches." "¡Allí estuve<br />
hasta que vino aquel joven vestido de blanco! No sé ni de donde salió, ni le oí llegar. Cuando