Descargar libro - Manuel Requena
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sin tener en cuenta para nada la angustia de los padres que traían a su hijo enfermo. Aquella<br />
enfermedad, decían, no tenía cura sin un milagro, y la gente pecadora e inculta no era digna de<br />
ningún milagro. ¿Cómo no les había enseñado eso su Maestro? Tomás y Felipe insistían en que<br />
precisamente la gente humilde y pecadora era el objetivo del trabajo de su Maestro. Los<br />
argumentos y contraargumentos fueron levantando el tono de las voces en ambos grupos, que<br />
empezaron a oírse a más de doscientos metros de la escena, donde comenzaba la falda del<br />
monte. Cuando las voces y las risas de unos, y el desencanto de otros estaba en un punto álgido,<br />
ocurrió algo que hizo enmudecer a todos los presentes. Sin que nadie lo hubiese advertido, y<br />
aunque toda la mañana había sido espléndida de sol, en la cima del monte cercano, llamado<br />
Tabor, se había formado una nube muy extraña. Como si hubiera una gran tormenta que solo<br />
afectara a la cima del monte. A la vez una luz blanca, como de un rayo muy largo y visible en el<br />
contraste de la oscuridad de la nube, permaneció durante unos minutos iluminando el monte<br />
más que el sol del mediodía. Pero lo que hizo enmudecer a la gente, fue el enorme trueno<br />
crujiente que acompañó al relámpago durante los minutos que duró el fenómeno. Aunque las<br />
tormentas eran frecuentes al inicio de la primavera, tras los primeros calores, aquello no se<br />
había visto nunca. En la cima del monte debía de estar cayendo un aguacero impresionante<br />
pensaron los del lugar, porque a la media falda, donde el sol declinante pegaba fuerte aún, se<br />
veía con toda claridad un arco iris completo que salía de la tierra, cruzaba con su círculo la nube<br />
y volvía a caer sobre la tierra, como si fuera el porte de la nube.<br />
Toda la gente estaba extrañada de que en aquel ambiente de curaciones y hechos naturales<br />
extraordinarios, Jesús se hubiera esfumado, de que los discípulos, como atemorizados, no<br />
tuvieran poderes aún sobre los demonios, y de que sus líderes tradicionales, que eran los<br />
sacerdotes, escribas y fariseos, pudieran cargar de aquel modo contra la nueva doctrina fundada<br />
sobre la fe y la confianza personal en un hombre salido del pueblo, sin historia sacerdotal o de<br />
escuela alguna conocida. La obra que estaba empezando a brotar como la yema tierna de una<br />
vid en primavera, pasó aquí su primera crisis. Josías no era capaz de analizar nada que no<br />
fueran los síntomas conocidos de un episodio epiléptico fuerte, inminente de su hijo Jonás, y<br />
empezó a sentir desconfianza. Quizás aquella fuerza extraordinaria que curaba las<br />
enfermedades y cambiaba la vida de las gentes, no era para un “am-ha’arez”, un simple obrero<br />
de la tierra como él, pensó. Pero de pronto, el barullo de la gente que había comenzado de<br />
nuevo unos momentos después del fuerte trueno, y había seguido así en sus discusiones y<br />
voces, enmudeció. Ya no miraban a la escena de los escribas dirigiendo sarcasmos y bromas a<br />
los pobres discípulos, sin tener para nada en cuenta el dolor de aquel padre. Todos ahora<br />
miraban hacia el monte, porque en su falda, cuatro figuras acaban de aparecer entre las adelfas,<br />
por el recodo del camino que bajaba de la cumbre. La nube había desaparecido hacia el otro<br />
lado, y el sol iluminaba todo el cerro. Uno de los hombres que aparecieron y venían deprisa,<br />
vestía una túnica blanca que parecía brillar, reflejando el sol de la hora nona. Sus cabellos largos<br />
hasta más abajo de los hombros, y sueltos a la brisa de la tarde, tremolaban como una estela de<br />
luz que saliese de la cabeza. Cuando la gente reconoció a Jesús, quedaron sorprendidos y en<br />
silencio expectante. Su cara reflejaba una autoridad especial aquella tarde. Algunos corrieron a<br />
saludarlo.<br />
También los escribas habían callado. Y al llegar, Jesús preguntó:<br />
-"¿De qué discutíais entre vosotros?".<br />
Nadie le contestó, porque todos se sintieron puestos en evidencia. Josías con su esposa y su hijo,<br />
se habían quedado en medio de la gente, perdidos como siempre entre el número. Fue Miriam<br />
la que le dio un tirón del sayal a su esposo, y le señaló a su hijo que empezaba a mostrar los ojos