09.05.2013 Views

Descargar libro - Manuel Requena

Descargar libro - Manuel Requena

Descargar libro - Manuel Requena

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

soldados se quedaron en el patio de fuera y encendieron fuego para calentarse, comenzando a<br />

dar cuenta de la comida y del vino abundante que Marja les había sacado por orden del sumo<br />

sacerdote. Era Pascua judía, y sobraba comida y bebida para todos. Algunos del pueblo también<br />

habían entrado y se acercaron a la hoguera y al vino. Marja, la enorme criada, pasaba siempre<br />

en su servicio lo suficientemente cerca de Altruyo para que este pudiera tocarla donde quisiera.<br />

Un hombre judío, con el pelo blanco, que estaba allí medio acurrucado levantó la cabeza y la<br />

miró como recriminándole su actuación. Y fue entonces cuando la criada, que no paraba de<br />

hablar y de reír con los chistes y burlas de su amante y de los otros, mientras les servía vino,<br />

levantó la voz y dijo<br />

-Tú que miras viejo. Te conozco “tú andabas conJesús el nazareno" Él lo negó diciendo: -"No sé ni<br />

entiendo lo que dices".<br />

Al ver como Altruyo lo miraba, a la vez que ponía en pié delante de él ciento cincuenta kilos de<br />

músculos y armas, aquel hombre, que se llamaba Simón, y le decían Pedro, atemorizado, no<br />

tuvo valor sino para negar. Y fue bastante. La risa de Marja, la criada, fue más lacerante para<br />

Pedro que su propia negación. El juramento negatorio y las risas, quedaron tamizados con el<br />

canto exótico de un gallo de plumas finas que esa noche se esforzó en cantar más fuerte que<br />

nunca. A su voz de trompeta se unieron los coros de ocas, cisnes, gallinas y patos, del criadero<br />

de aves del vecino de Caifás. A veces los animales presienten la tragedia y la avisan.<br />

El ciclópeo soldado, no hubiera dejado en paz a Pedro solo por su negativa, ya que sus propios<br />

nervios lo ponían en evidencia, y denotaban para cualquiera, incluso para el más zoquete, que<br />

aquel hombre mentía. Fue la mano de Marja la que salvó esa noche al que había de ser<br />

fundamento de la Iglesia. Cogió a su amante Altruyo por el cinturón y tiró de él hacia la puerta<br />

de las cuadras que daba al mismo patio donde se encontraban. El romano sabía lo que aquello<br />

significaba, y dejando para más tarde la discusión inútil con el viejo pescador, se dejó arrastrar a<br />

satisfacer la pasión inmediata de aquellos más de cien kilos de mujer. Sabía el soldado que una<br />

gran jarra de vino bueno del sumo sacerdote estaba asegurada. Y así fue. No tardó ni diez<br />

minutos el gigante en despachar ambos asuntos, la pasión de la criada y la jarra grande de vino.<br />

Rojo de vino y sexo, volvió envalentonado al patio, apoyándose en un cañote enorme de maíz a<br />

modo de cetro real. Al pasar junto a Jesús, que estaba amarrado a una columna, esperando que<br />

se reuniera el sanedrín para juzgarlo, sin venir a cuento le soltó un cañazo en la cara que le<br />

partió una ceja y empezó a manar sangre sobre su blanca túnica. La risas de todos, como coro de<br />

villanos de cualquier opereta, se elevaron unánimes. Solo Pedro, y el joven Marcos que estaba<br />

con él, no pudieron reírse, porque el dolor del Maestro, sintonizado con el suyo, se les hacía un<br />

nudo enorme en el pecho. Pedro pensó en sacar de nuevo la espada, pero la mirada entre sangre<br />

que le mandó Jesús, le hizo recordar su último mandato cuando la usó en el huerto de los<br />

olivos: “guarda la espada, el que hierro mata a hierro muere”. Y se quedó quieto, sudando de<br />

miedo a pesar del frío. Marja, la criada, que había salido de la cuadra, lo vio en aquel ridículo y<br />

se le volvió a encarar. “Seguro que tú eres de ellos, porque eres galileo”. A sus voces de sorna<br />

los gallos del vecino se envalentonaron y comenzaron otra serie de kikiriquies que retumbaron<br />

en el patio como voz de conciencia escrupulosa. Pedro no pudo aguantar más. Negando de<br />

nuevo, se levantó como pudo y cruzando el patio salió hasta la calle. Cuando pasó casi rozando<br />

a Jesús, aún no habían terminado de cantar los gallos, ni de reír Altruyo con la criada y los<br />

demás soldados. La mirada de Jesús hizo que Pedro no oyera nada más aquella noche, ni gallos,<br />

ni risas, ni condenas, ni acusaciones. Nada. Solo su conciencia, que antes de llagar a la esquina<br />

del palacio, se rompió en llanto amargo. Cuando las mujeres y los otros discípulos que habían<br />

quedado a la puerta, le preguntaron qué estaba pasando dentro, Pedro no podía ni hablar. Solo<br />

gemidos, y suspiros atragantados de lágrimas pudieron escuchar los suyos. El otro discípulo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!