Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
orriquito con aguaderas nuevas, se había prestado a traer el agua que hiciera falta, y le dijo a<br />
María mientras vaciaba los cántaros en las tinajas: “Algo muy raro está pasando esta noche. La<br />
casa de Anás está llena de guardias y de gente”. Pero María le dijo que no se preocupara y<br />
Marcos terminó su trabajo. Cuando todos salieron al fin después de cenar, María ayudó a<br />
recoger la vajilla, los platos y las copas. Tan solo hubo una copa que no le dejaron ni tocarla, y<br />
fue el mismo dueño de la casa José de Arimatea el que se encargó de guardarla, sin lavar<br />
siquiera. A María y al resto de la servidumbre, le dieron de comer con las sobras de la cena,<br />
antes de mandarla a su casa. Pero mientras comía un poco de pan ácimo mojado en la salsa, y<br />
bebía un poco de aquel vino mezclado con agua, Maria volvió a sentir el recuerdo vivo de su<br />
Juan dentro de si misma como nunca antes lo había sentido. Fue tan real su presencia, que un<br />
momento se asustó de tanto amor latente en el recuerdo. Aquella casa construida por Juan, y la<br />
cena que ella misma había ayudado a preparar tuvieron esa noche dentro de sí misma, un<br />
resultado de amor que María no hubiese sospechado que existiera. Lo sentía dentro de ella.<br />
Como si Juan estuviese vivo y fundido en el amor de su alma. ¿Sería eso lo que le quiso decir el<br />
Maestro? Volvió a su casa, se acostó abrazada a sus hijos, y comprendió por fin lo la escritura<br />
que dice. “Lo que Dios unió, no puede separarlo el hombre” y “es más fuerte el amor que la misma<br />
muerte”<br />
El día siguiente, viernes, cuando volvía a casa de José a trabajar, vio que sacaban del Pretorio<br />
romano a Jesús amarrado y cubierto de sangre. María sintió un golpe en el pecho, y el corazón<br />
le salió por los ojos abiertos, que se vidriaron de lágrimas. Junto a un muro de la casa de José,<br />
estaban algunas mujeres galileas que la noche anterior había visto en la cena y se juntó con ellas.<br />
Todas lloraban, y algunas con gemidos y lamentos tan grandes que hacían más clara y pavorosa<br />
la tragedia. Mucha gente abarrotaba el callejón, llorando y golpeándose el pecho. Otros en<br />
cambio parecían felices y contentos, ridiculizando el dolor y la sangre de un hombre que iba<br />
dejando un rastro por las piedras de la calle. Al pasar junto a ellas, al Nazareno que llevaba la<br />
cara tapada con las rastras del pelo ensangrentado, lo dejaron descansar un momento, mientras<br />
cargaban el palo de la cruz en los hombros de uno que venía del campo. Él, ungido de sangre,<br />
levantó sus ojos al oír los gritos y llantos, las miró y les dijo:<br />
"Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque vienen<br />
días en los que se dirá: Dichosas las estériles, los vientres que no han dado a luz y los pechos que<br />
no han amamantado. Entonces comenzarán a decir a las montañas: Caed sobre nosotros, y a los<br />
collados: Sepultadnos; porque i esto hacen al leño verde, ¿qué no harán al seco?".(Lc 23,28-31)<br />
No pudo seguir hablando, porque también la boca se le llenó de sangre. Ese día las mujeres no<br />
fueron a trabajar. Siguieron a Jesús hasta el monte calvario, y vieron de lejos como lo<br />
crucificaban. Ya casi al mediodía, María se fue a su casa a mirar por sus hijos. Sobre la hora de<br />
nona, cuando iba a volver al lugar de la ejecución, se oscureció la tierra, y un terremoto grande<br />
parecía que iba a terminar con aquella ciudad. María se encerró en su casa, se abrazó a sus hijos<br />
y temblando comenzó a orar. Atrancaron las puertas y quedaron allí, con su miedo, hasta dos<br />
días después. Tenían comida suficiente, y María temerosa de la muerte y de la tragedia, quería<br />
preservar a sus hijos de todas las noticias de sangre que pudiera. ¡Ya habían tenido bastante!<br />
El primer día de la semana, muy temprano, mucho antes de salir el sol, María la viuda de Juan<br />
se estaba preparando para ir a la faena. Sus hijos dormían aún y ella, como tenía costumbre de<br />
hacer cuando vivía Juan, antes de que él saliera cada día para la faena, se arrodilló a rezarle al<br />
Dios del cielo. Por su pequeña ventana abierta veía el lucero del alba, y le pareció más luminoso<br />
y cálido que otros días, después de las tormentas y el eclipse del viernes y el sábado. Sin<br />
articular aún la primera palabra en su corazón, sintió como si un rayo del lucero hubiera<br />
entrado por la ventana, y la habitación se hubiese llenado de ese estado de conciencia que es<br />
luz, sonido, caricia, y palabra a la vez. Solo lo había sentido antes cuando Juan le hacía el amor.