Descargar libro - Manuel Requena
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cuando quisieron requisarle su pollino, porque su forma de actuar, aunque hubiera sido<br />
ordenada por el Señor, fue, cuanto menos, atrevida. El dueño del borriquillo era un muchacho<br />
de Jerusalén que se llamaba Marcos, y acababa de recibir un regalo importante de su padre: su<br />
primer borrico. Le estaba poniendo al burro la jáquima hecha primorosamente con sus manos<br />
anchas, de dedos muy cortos, pero hábiles para trenzar el lino y el esparto, y estaba realizando<br />
así su primer acto de señorío sobre el animal. Antes de aparejarlo, lo amarró del ronzal a la<br />
argolla grande que pendía del muro, junto a la puerta pequeña de la casa que daba a las cuadras<br />
y a las trojes. Tener un pollino como aquel, era para un muchacho de entonces, como tener hoy<br />
el primer coche. Con el burrito, soñaba Marcos, podría ir y venir a Jerusalén, traer el agua, el<br />
pan, cargar la leña, y por la noche ir a pasear la calle de la muchachita que lo miraba casi con<br />
descaro cuando pasaba caminando aún, sobre sus abarcas de cuero, por la Puerta del Agua de<br />
Jerusalén.<br />
-¡Gracias padre! le dijo el muchacho, emocionado por el magnífico regalo. Y sin más<br />
preámbulos se puso a enjaezarlo, para mostrárselo orgulloso a sus amigos.<br />
* * *<br />
Marcos había conocido a Jesús de Nazaret, cuando dos pescadores jóvenes del lago de Galilea,<br />
llamados Juan y Andrés, habían pasado predicando la noticia de que por fin el esperado Reino<br />
de Dios estaba cerca, el Mesías estaba ya entre ellos, y había que estar con Él. Marcos los creyó,<br />
y viendo su respuesta personal, Andrés lo invitó a viajar hasta Betsaida a conocer al Maestro.<br />
Después de que el joven Marcos oyera predicar que la presencia del reino de los cielos estaba ya<br />
sobre la tierra, y que se manifestaba claramente en un humilde carpintero de Nazaret al que<br />
Andrés y Juan llamaban el Maestro y el Señor, el muchacho aceptó la invitación, y subió a<br />
Galilea para conocerlo. Coincidió con Él en la orilla de aquel mar interior de Kinneret.<br />
Marcos volvió a su casa encantado del Maestro. Había aprendido mucho de su forma de<br />
predicar, de orar, de hablar, de mirar, de comer y de acariciar a las gentes sencillas y enfermas<br />
que lo abordaban a diario. Y el Maestro lo había mirado a él de una forma especial varias veces.<br />
Su mirada se le había clavado como si fuera un dardo, en la mitad del joven corazón. Era una<br />
sensación interior de seguridad la que embargaba al joven crédulo desde aquel día a la orilla del<br />
lago, en que a petición de su amigo Andrés, le prestó al Maestro cinco panes que llevaba en su<br />
mochila, y también dos peces no demasiado grandes, pero lo suficientes para comer el joven.<br />
Jesús los cogió entre sus manos y los fue partiendo sobre los canastos que le iban presentando<br />
sus amigos, pescadores del lago, que inmediatamente fueron repartiendo el pan y los peces al<br />
gentío que se había congregado y sentado sobre la hierba verde, en grupos. Marcos no protestó<br />
cuando le requisó Jesús los panes y los peces sin pedirle siquiera permiso. Pero el Maestro le<br />
había permitido mirar muy de cerca cómo realizó aquello, con la forma tan especial que Él tenía<br />
de partir el pan. Lo mismo hizo con los dos peces hasta que más de cinco mil personas<br />
quedaron saciadas. El joven Marcos quedó totalmente ‘asombrado’, estupefacto, según su<br />
propia manera de decir y de contar las cosas, aunque hoy diríamos que quedó iluminado, y por<br />
supuesto compensado de su entrega. Desde entonces quiso ser amigo de aquel hombre, y<br />
seguirlo para lo que hiciera falta. Se lo dijo así claramente al Maestro, y Él, mirándolo de nuevo<br />
como si ya fuese el dueño de todas sus cosas, lo mandó de vuelta a casa de su padre en Bestfagé,<br />
junto a Jerusalén, diciéndole con aquella voz suave, cálida y luminosa, que recordó al joven<br />
Marcos la llama viva del candil que alumbraba a la entrada de la estancia cerrada del Santo de<br />
los Santos en el Templo: “Cuando necesite algo de ti, yo te lo pediré, simplemente te mandaré decir ’el<br />
Señor lo necesita”. " De lo mío, lo que quieras es tuyo" dijo Marcos poniendo todo su énfasis de<br />
joven generoso. "Todavía no es tu tiempo, Marcos, pero pronto te llamaré, para pedirte algo nuevo.-<br />
Dijo el Señor- Ahora vuelve a tu casa, y aprende bien a escribir y a leer". Y Marcos se volvió a su